Un descubrimiento en Nueva Zelanda revela una especie de moa que no figuraba en los registros fósiles
Hallazgo - La comunidad Ngāti Whātua de Kaipara ha dado un valor cultural a este hallazgo, manteniéndolo como un tesoro sagrado y preservándolo en condiciones controladasUna perrita salchicha sobrevive más de un año rodeada de depredadores en una isla inhóspita de Australia y todavía no la han podido rescatar Una pierna de moa estampada en la roca hace más de un millón de años ha reabierto un capítulo olvidado en la historia evolutiva de Oceanía. En la península de Kaipara, al norte de Nueva Zelanda, un bloque de arenisca desprendido por la erosión dejó al descubierto cinco huellas fósiles perfectamente marcadas, atribuibles a una ave extinta que no encaja con ninguna de las especies de moa conocidas. Las proporciones del rastro apuntan a un animal intermedio en tamaño, ni tan pequeño como el Anomalopteryx didiformis ni tan masivo como el Dinornis novaezealandiae. La hipótesis que ha cobrado más fuerza entre el equipo investigador es clara: podría tratarse de una especie aún no descrita por la ciencia. Reconstrucción digital para seguir los pasos de un ave extinta en la playa La primera pisada se registró a escasos treinta centímetros del resto del rastro, lo que permitió reconstruir el recorrido con una precisión inusual. A partir de escáneres 3D de alta resolución y análisis de fotogrametría, se ha podido calcular que el ave caminaba a unos 1,7 kilómetros por hora sobre un terreno húmedo de playa, probablemente en una franja intermareal del antiguo puerto de Kaipara. La profundidad y orientación de las huellas indican una marcha estable y sin giros bruscos. Según detallan en el New Zealand Journal of Geology and Geophysics, el animal debió de medir unos 80 centímetros hasta la cadera, con un peso estimado de entre 13 y 29 kilos. En palabras del investigador principal, citadas en el artículo original, “la forma de los dedos y la separación respecto al talón no se parece a ninguna especie descrita hasta ahora”. Una pareja se fijó en las huellas de casualidad El bloque fósil fue extraído bajo supervisión de miembros de la comunidad Ngāti Whātua o Kaipara, que acogieron el hallazgo como un taonga, es decir, un tesoro cultural. Desde entonces, se conserva en una instalación con temperatura y humedad controladas, accesible para la comunidad local pero fuera del circuito de los museos nacionales. Este gesto no es simbólico: mantiene intacto el vínculo entre territorio, historia y transmisión de conocimiento. Además, el nombre propuesto para el nuevo icnotaxón resume perfectamente la relación entre ciencia y cultura: Tapuwaemoa manunutahi, una combinación de las palabras tapu - sagrado -, waewae moa - pierna de moa - y el topónimo de la playa donde se hallaron las huellas. Sedimentos volcánicos y ausencia humana: pistas que sitúan el rastro en un mundo intacto Lo curioso es que este hallazgo no surgió de una excavación planificada, sino de una caminata ocasional por Manunutahi, también conocida como Mosquito Bay. Una pareja que paseaba por la zona en marzo de 2022 se topó con un bloque caído del acantilado, en cuya superficie sobresalían marcas tridáctilas en relieve. De esa observación casual surgió uno de los descubrimientos paleontológicos más relevantes de la última década en Nueva Zelanda. Los sedimentos que rodeaban las huellas, pertenecientes al grupo Karioitahi y cubiertos por depósitos volcánicos como la tefra Potaka, han permitido datar el rastro entre hace 500.000 y 1.500.000 años. Este margen tan amplio no reduce su importancia, al contrario: las huellas documentan el paso de una especie libre de interferencia humana, ya que los primeros pobladores llegaron a estas islas en el siglo XIII.

Hallazgo - La comunidad Ngāti Whātua de Kaipara ha dado un valor cultural a este hallazgo, manteniéndolo como un tesoro sagrado y preservándolo en condiciones controladas
Una perrita salchicha sobrevive más de un año rodeada de depredadores en una isla inhóspita de Australia y todavía no la han podido rescatar
Una pierna de moa estampada en la roca hace más de un millón de años ha reabierto un capítulo olvidado en la historia evolutiva de Oceanía. En la península de Kaipara, al norte de Nueva Zelanda, un bloque de arenisca desprendido por la erosión dejó al descubierto cinco huellas fósiles perfectamente marcadas, atribuibles a una ave extinta que no encaja con ninguna de las especies de moa conocidas.
Las proporciones del rastro apuntan a un animal intermedio en tamaño, ni tan pequeño como el Anomalopteryx didiformis ni tan masivo como el Dinornis novaezealandiae. La hipótesis que ha cobrado más fuerza entre el equipo investigador es clara: podría tratarse de una especie aún no descrita por la ciencia.
Reconstrucción digital para seguir los pasos de un ave extinta en la playa
La primera pisada se registró a escasos treinta centímetros del resto del rastro, lo que permitió reconstruir el recorrido con una precisión inusual. A partir de escáneres 3D de alta resolución y análisis de fotogrametría, se ha podido calcular que el ave caminaba a unos 1,7 kilómetros por hora sobre un terreno húmedo de playa, probablemente en una franja intermareal del antiguo puerto de Kaipara.
La profundidad y orientación de las huellas indican una marcha estable y sin giros bruscos. Según detallan en el New Zealand Journal of Geology and Geophysics, el animal debió de medir unos 80 centímetros hasta la cadera, con un peso estimado de entre 13 y 29 kilos. En palabras del investigador principal, citadas en el artículo original, “la forma de los dedos y la separación respecto al talón no se parece a ninguna especie descrita hasta ahora”.
El bloque fósil fue extraído bajo supervisión de miembros de la comunidad Ngāti Whātua o Kaipara, que acogieron el hallazgo como un taonga, es decir, un tesoro cultural. Desde entonces, se conserva en una instalación con temperatura y humedad controladas, accesible para la comunidad local pero fuera del circuito de los museos nacionales.
Este gesto no es simbólico: mantiene intacto el vínculo entre territorio, historia y transmisión de conocimiento. Además, el nombre propuesto para el nuevo icnotaxón resume perfectamente la relación entre ciencia y cultura: Tapuwaemoa manunutahi, una combinación de las palabras tapu - sagrado -, waewae moa - pierna de moa - y el topónimo de la playa donde se hallaron las huellas.
Sedimentos volcánicos y ausencia humana: pistas que sitúan el rastro en un mundo intacto
Lo curioso es que este hallazgo no surgió de una excavación planificada, sino de una caminata ocasional por Manunutahi, también conocida como Mosquito Bay. Una pareja que paseaba por la zona en marzo de 2022 se topó con un bloque caído del acantilado, en cuya superficie sobresalían marcas tridáctilas en relieve. De esa observación casual surgió uno de los descubrimientos paleontológicos más relevantes de la última década en Nueva Zelanda.
Los sedimentos que rodeaban las huellas, pertenecientes al grupo Karioitahi y cubiertos por depósitos volcánicos como la tefra Potaka, han permitido datar el rastro entre hace 500.000 y 1.500.000 años. Este margen tan amplio no reduce su importancia, al contrario: las huellas documentan el paso de una especie libre de interferencia humana, ya que los primeros pobladores llegaron a estas islas en el siglo XIII.
Además de los estudios anatómicos y de locomoción, el equipo ha destacado el valor histórico del hallazgo. Las tradiciones orales māori ya hablaban de estas aves con nombres como kura(nui) o te manu pouturu. En la región de Kaipara, incluso hay topónimos que recuerdan antiguas cacerías, como Te Toremingamoa, traducido como el lugar donde se acorralaban loss moa.
A diferencia de los huesos o huevos fosilizados, las huellas permiten observar directamente el comportamiento del animal en movimiento. Ofrecen detalles sobre cómo caminaba, cómo distribuía el peso y qué tipo de suelo prefería. Esto convierte al rastro de Tapuwaemoa en una herramienta valiosa para reevaluar la evolución de los moa y sus adaptaciones al entorno.
El hallazgo ya ha sido compartido con escolares, investigadores y grupos comunitarios. De hecho, los escaneos digitales de alta resolución están disponibles para fomentar nuevos análisis y abrir nuevas líneas de investigación.
De esta manera, lo que empezó como una curiosidad en una playa remota, hoy redefine la manera en que se estudia la vida extinta en Aotearoa.