Cuando el balón comience a rodar en el Benito Villamarín —mañana, 30 de abril a las 21 horas— no estaré ni en el estadio ni delante de una pantalla, sino en pleno vuelo de Iberia regresando desde Lima. No veré el derbi y no sabré quién ganó, hasta que aterrice en Barajas el lunes por la mañana. Entonces, cuando restaure la itinerancia de datos de mi móvil, entrarán como un cañón los mensajes, las celebraciones y los pitorreos típicos de los «lunes de guasa». Hasta ese instante, en el aire y sin huso horario concreto, viviré escindido entre el tiempo inaccesible del derbi y el tiempo inasible de mis derbis, como los personajes de 'Todos los fuegos, el fuego', aquel...
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