‘Schadenfreude’, la risa culpable
Hay algo profundamente humano, aunque poco confesable, en esa sonrisa que se nos escapa cuando alguien tropieza en la calle, cuando un político se equivoca en directo o cuando un influencer sufre un bochorno público. En alemán existe precisamente una palabra para esto: 'schadenfreude'. La entrada ‘Schadenfreude’, la risa culpable se publicó primero en Ethic.

El término alemán schadenfreude, compuesto por schaden (daño) y freude (alegría), describe ese sentimiento agridulce que experimentamos cuando nos alegramos, aunque sea fugazmente, de la desgracia de otros. Es lo mismo que los franceses llaman joie maligne, los holandeses leerdvermaak y los rusos zloradstvo. Aristóteles lo llamaba epikhairekakia. No es crueldad pura, ni simple morbo, sino un fenómeno psicológico fascinante que revela cómo funcionan nuestras emociones y nuestra relación con los demás.
El filósofo Arthur Schopenhauer pensaba que «sentir envidia es humano, saborear la schadenfreude es diabólico». Por su parte, opinaba Friedrich Nietzsche que «ver sufrir a los demás hace bien».
Y es que resulta curioso cómo este sentimiento surge incluso en las personas más empáticas. Podemos conmovernos ante las tragedias ajenas, pero cuando se trata de un pequeño fracaso de otros –especialmente si es ridículo o humillante– algo en nuestro interior se estremece de satisfacción. Los psicólogos sociales llevan décadas estudiando este fenómeno y han descubierto que no se trata de maldad, sino de mecanismos mucho más profundos de nuestra psique.
«El sentimiento de schadenfreude siempre ha existido, pero aumenta o disminuye con la prevalencia de las emociones que hacen que la gente lo experimente en primer lugar», afirma Silvia Montiglio, profesora de la Universidad Johns Hopkins. Estas emociones suelen tener su origen en un sentimiento de injusticia, superioridad moral, envidia o en la creencia de que alguien «se merece» lo que le ocurre, explica Montiglio.
Una de sus principales fuentes es la comparación. Leon Festinger, en la década de 1950, propuso la teoría de la comparación social, según la cual tendemos a evaluarnos a nosotros mismos en relación con los demás. Cuando alguien sufre una desgracia, especialmente si lo percibimos como más afortunado o exitoso, su caída puede hacernos sentir momentáneamente superiores o más satisfechos con nuestra propia situación.
Cuando alguien que consideramos más afortunado que nosotros sufre una desgracia, eso nos hace sentir momentáneamente mejor
La schadenfreude actúa como un espejo de nuestras propias inseguridades. Según el profesor Richard H. Smith, autor del libro Schadenfreude. La dicha por el mal ajeno, experimentamos mayor placer ante las desgracias de aquellos que percibimos como superiores a nosotros. Cuando el jefe engreído derrama café sobre su traje nuevo, cuando la vecina presumida resbala, sentimos un fugaz momento de justicia poética, como si el universo, por un instante, restableciera el equilibrio y nos recordara que nadie es perfecto.
Pero no siempre se trata de envidia o resentimiento. A veces, la risa ante los tropiezos ajenos cumple una función social importante. Antropólogos como Christie Davies han observado cómo el humor basado en desgracias menores crea complicidad entre grupos. Cuando en una oficina todos se ríen del momento en que el practicante dejó caer los documentos, o cuando millones de personas comparten un video de una caída graciosa, se establece un vínculo social. Es una forma de decir «a todos nos puede pasar», un recordatorio compartido de nuestra vulnerabilidad común.
Sin embargo, hay una línea delgada entre la risa inocente y la crueldad. Estudios recientes de neurociencia han demostrado que cuando la schadenfreude se dirige hacia personas que consideramos enemigos o rivales, se activan las mismas zonas de recompensa en el cerebro que cuando ganamos algo. Esto explica por qué en contextos deportivos o políticos podemos llegar a celebrar con genuino entusiasmo los fracasos del bando contrario. El problema surge cuando este mecanismo se vuelve patológico, cuando dejamos de ver al otro como un ser humano y se convierte solo en un objeto de nuestro desprecio.
La ‘schadenfreude’ actúa como un espejo de nuestras propias inseguridades
En la era de las redes sociales, la schadenfreude ha encontrado un terreno fértil. Plataformas como X o Facebook se han convertido en escenarios donde las caídas públicas, los errores y las meteduras de pata se viralizan en cuestión de minutos. Pero incluso aquí hay matices importantes: no es lo mismo reírse de alguien que tropieza sin consecuencias que burlarse de un accidente con heridos. La ética de nuestra risa dice mucho sobre nosotros como sociedad.
Aunque la schadenfreude es una emoción humana natural, ser maduros significa ser conscientes de sus implicaciones. Regodearnos constantemente en las desgracias ajenas puede erosionar nuestra capacidad de empatía y fomentar una cultura de la insensibilidad. Además, en contextos donde se dirige hacia grupos marginados o vulnerables, puede perpetuar estereotipos y desigualdades.
En su forma más leve, este concepto nos recuerda que todos somos falibles, que el orgullo suele preceder a la caída y que, a veces, la mejor forma de sobrellevar nuestras propias desgracias es reírnos de ellas. Como decía Chaplin, «la vida es una tragedia si la ves de cerca, pero una comedia si la ves de lejos».
La entrada ‘Schadenfreude’, la risa culpable se publicó primero en Ethic.