Ha fallecido trágicamente una leyenda de la música: Gracias por todo y buen viaje
La pérdida de un genio une a los amantes de la música. Cuando muere una leyenda de la música, algo se remueve en el corazón colectivo. No importa si lo conocimos personalmente o si su nombre solo aparecía en los créditos de los vinilos: sentimos que se apaga una parte de la historia que nos ... Leer más

La pérdida de un genio une a los amantes de la música.
Cuando muere una leyenda de la música, algo se remueve en el corazón colectivo. No importa si lo conocimos personalmente o si su nombre solo aparecía en los créditos de los vinilos: sentimos que se apaga una parte de la historia que nos hizo vibrar. Su ausencia nos recuerda que las grandes obras no nacen solas, sino que son tejidas por manos invisibles, genios discretos cuyo legado resuena cada vez que una canción nos eriza la piel.
Uno de esos genios ha partido. El pasado 12 de abril, falleció en su casa de Lake Havasu City, Arizona, el productor y sonidista británico que durante décadas supo estar detrás del telón pero siempre en el corazón del espectáculo. Roy Thomas Baker, conocido por muchos en la industria como “el quinto Queen”, murió a los 78 años, dejando tras de sí una obra que definió el sonido de toda una época.
Su portavoz, Bob Merlis, fue quien compartió la noticia con el mundo, añadiendo que las causas de su fallecimiento aún no han sido esclarecidas. En el silencio que deja su partida, resuena más fuerte que nunca el eco de las canciones que ayudó a dar forma, esas que siguen llenando estadios, auriculares y memorias.
Del anonimato a la eternidad.
Originario del barrio londinense de Hampstead, Baker empezó su camino como segundo ingeniero al lado de nombres gigantes como Gus Dudgeon y Tony Visconti. Su currículum, incluso en sus primeros años, era ya impresionante: participó en sesiones con David Bowie, The Rolling Stones, Ginger Baker’s Air Force y The Who. Sin embargo, su destino cambiaría para siempre cuando se cruzó con una banda emergente: Queen.
Fue entonces cuando su intuición, su rigor técnico y su oído quirúrgico se alinearon para hacer historia. Produjo sus cuatro primeros álbumes —’Queen’ (1973), ‘Queen II’ (1974), ‘Sheer Heart Attack’ (1974) y el monumental ‘A Night at the Opera’ (1975)—, disco que incluiría la pieza más icónica del grupo y una de las más complejas del rock: Bohemian Rhapsody. La producción de esa canción solo fue posible gracias a su perfeccionismo y su fe en la visión del grupo.
“Creo que él aportó cierto nivel de disciplina, mucho cinismo y una pasión por los postres bien cargados. A Roy le gustaba la comida. Era muy disciplinado y muy estricto al principio… siempre tenía que salir bien. La toma tenía que ser la correcta.” Así lo recordó el baterista de Queen, Roger Taylor, subrayando no solo su exigencia, sino también el humor y la calidez que equilibraban su carácter en el estudio.
De Queen a los himnos de la radio.
Tras su etapa con Queen, el prestigio de Baker se disparó. Firmó un contrato con CBS Music y su lista de colaboraciones se amplió con nombres como Journey, Ian Hunter y Ronnie Wood. No obstante, fue su trabajo con The Cars el que terminó de consolidarlo como arquitecto del pop-rock moderno. Produjo cuatro álbumes para la banda, y bajo su guía nacieron éxitos eternos como Just What I Needed y Shake It Up.
Su carrera lo llevó luego a Los Ángeles, donde se convirtió en vicepresidente senior de A&R en Elektra Records durante los años 80. Allí no solo trabajó con artistas como Ozzy Osbourne, Devo y Cheap Trick, sino que también fue pieza clave en el fichaje de bandas que marcarían a las generaciones venideras: Metallica, Simply Red, 10,000 Maniacs.
En los años posteriores, lejos de retirarse o aferrarse al pasado, Baker continuó produciendo con la misma pasión de siempre. Su sello sonoro quedó impreso en discos de The Smashing Pumpkins, The Darkness y Local H, demostrando que su oído sabía adaptarse a las décadas sin perder su esencia.
La diferencia como marca personal.
En una entrevista para Mix, cuando le preguntaron por el principio que guiaba su trabajo, su respuesta fue tan clara como provocadora: “Mi enfoque siempre ha sido: cuanto más diferente puedas sonar a todo lo que hay alrededor y aun así tener éxito comercial, ¡mejor!”
Esa filosofía fue su brújula durante toda su carrera. Para Baker, la singularidad no era solo una aspiración estética, era una forma de resistencia creativa. “La gente necesita un sonido identificable. Cuando tu canción suena en la radio, las personas deberían reconocer quién es, incluso sin que el locutor lo diga. Eso es cierto con todas las grandes bandas, incluso con aquellas que llevan cientos de años, como los Stones.”
Hoy, mientras miles de fans redescubren los discos que él ayudó a esculpir, queda claro que su legado no se mide por la cantidad de álbumes que produjo, sino por la forma en que su instinto transformó lo bueno en inolvidable. Roy Thomas Baker se va, pero su sonido sigue girando.