Salvemos el cervantismo (una vez más)

El cervantismo, esa rama de los estudios humanísticos que se dedica al análisis de la vida y de la obra de Cervantes y su difusión a lo largo de los siglos en todas las geografías, goza de una envidiable salud científica en la actualidad , como la Asociación de Cervantistas o revistas de prestigio mundial como 'Anales Cervantinos' ponen de manifiesto. Además, desde sus orígenes, el cervantismo ha sabido, como ninguna otra rama de los estudios humanísticos, dialogar con la sociedad de su tiempo organizando actividades o iniciativas que tienen como finalidad mejorar las condiciones de vida o de expectativas de futuro de comunidades marginales o marginadas. De este modo, no extraña la transformación que ha vivido la expresión «ser un quijote», que, de unos orígenes despectivos en el siglo XVIII, se ha convertido en un modelo –heroico y ejemplar– de conducta con la finalidad de mejorar la vida a los más desfavorecidos. Y el Diccionario de la Real Academia Española no me deja mentir: la voz «quijote» se define como «hombre que, como el héroe cervantino, antepone sus ideales a su conveniencia y obra de forma desinteresada y comprometida en defensa de causas que considera justas». En los últimos años, a este «anteponer sus ideales» le hemos dado un nombre: cervantismo social.   Pero este estar presente en la sociedad, este diálogo con su tiempo para transformarlo y mejorarlo tiene también su lado oscuro, su contrapartida: muchos lectores, llevados por su entusiasmo, se dedican a encontrar lecturas esotéricas en la obra o referentes de sus personajes y episodios en el mundo real en el que vivió Cervantes. Estos acercamientos lo único que hacen es mostrar su incultura y su falta de método científico para intentar dar respuestas a las incógnitas del pasado. Esta pléyade de iluminados cervantinos no deja de hacer su agosto en las ansias editoriales y en la búsqueda de titulares del periodismo actual. ¿La aparición de iluminados cervantinos en los últimos años es otro de los síntomas de la decadencia de nuestros tiempos, de esta realidad paralela de fake news y de bulos? Me temo que no. Así sucede ahora y así sucedió algo menos de 150 años. El Doctor Thebussem (máscara del genial Mariano Pardo de Figueroa) fue una figura clave para la consolidación del cervantismo científico en el siglo XIX. A él le debemos desde el nacimiento del coleccionismo quijotesco (los conocidos como cervantófilos), hasta un buen ramo de trabajos bien interesantes y de propuestas que, en la mayoría de los casos, se quedaron solo en proyectos geniales. En 1876, harto de la presencia cada vez más habitual de los iluminados cervantinos en la esfera pública, decide convocar unas fiestas en Toledo, donde los más prestigiosos cervantistas de su tiempo tendrían que tratar esos temas inútiles (ayer y hoy) que les consumen el cerebro a muchos de los iluminados. El ingenio de Thebussem se aprecia en el tema de su hipotética conferencia: «Estadística demostrando que en el Quijote se apunta ochenta y dos veces el vocablo sí, y ciento tres el vocablo no», así como en las de otros convocados por su imaginación como Don Ramón de Antequeiu ('Entronque del Ingenioso Hidalgo con el ínclito Gutierre de Quixada, justificado con partidas de bautismo y casamiento, y certificaciones de los libros del Registro Civil de Argamasilla de Alba') o Marqués de Molins ('Pruebas palmarias de que el pedazo de mano que perdió Cervantes se halla sumergido en las aguas de Lepanto, precisamente a los 38°, 20' 18' de latitud N. y 25°, 5c/, 14 de longitud E. del meridiano de Puerto Lápiche')... Y en estas fiestas, que tendrían que desarrollarse en un imposible 31 de septiembre, se convocarían varios premios para «fomentar los estudios cervánticos de verdadera utilidad». ¿Y cuáles serán sus sujetos? Me quedo con el primero de ellos, que me parece una estupenda definición de buena parte de los iluminados cervantinos de nuestros días: «Monografía demostrando que, según se ve en la práctica, basta con haber nacido y con dejar los estudios, para convertirse en cervantista. Estadística, por vía de apéndice, de los cervantistas que no han leído el Quijote, y de los cervantistas que no saben leer». ¿Qué hacer desde el cervantismo científico para defender nuestra disciplina, nuestra rama del saber de tanto intrusismo, de tanto inútil llenar páginas de fantasías que solo demuestran su falta de lecturas y de un método de trabajo? Creo que la mejor defensa en estos casos es un buen ataque científico: ante las biografías que se publican con el membrete de «definitivo» (la mejor expresión de su falta de rigor científico) o de aquellos que siguen buscando piedras rosetas para explicar pasajes que ya se han explicado suficientemente leyendo los textos que tuvo entre sus manos el propio Cervantes y los lectores de su época, hay que difundir las buenas investigaciones cervantinas que se siguen publicando y que, en escasas ocasiones, llegan a la prensa. Y estoy pensando en este momento en el libro Cer

May 16, 2025 - 23:26
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Salvemos el cervantismo (una vez más)
El cervantismo, esa rama de los estudios humanísticos que se dedica al análisis de la vida y de la obra de Cervantes y su difusión a lo largo de los siglos en todas las geografías, goza de una envidiable salud científica en la actualidad , como la Asociación de Cervantistas o revistas de prestigio mundial como 'Anales Cervantinos' ponen de manifiesto. Además, desde sus orígenes, el cervantismo ha sabido, como ninguna otra rama de los estudios humanísticos, dialogar con la sociedad de su tiempo organizando actividades o iniciativas que tienen como finalidad mejorar las condiciones de vida o de expectativas de futuro de comunidades marginales o marginadas. De este modo, no extraña la transformación que ha vivido la expresión «ser un quijote», que, de unos orígenes despectivos en el siglo XVIII, se ha convertido en un modelo –heroico y ejemplar– de conducta con la finalidad de mejorar la vida a los más desfavorecidos. Y el Diccionario de la Real Academia Española no me deja mentir: la voz «quijote» se define como «hombre que, como el héroe cervantino, antepone sus ideales a su conveniencia y obra de forma desinteresada y comprometida en defensa de causas que considera justas». En los últimos años, a este «anteponer sus ideales» le hemos dado un nombre: cervantismo social.   Pero este estar presente en la sociedad, este diálogo con su tiempo para transformarlo y mejorarlo tiene también su lado oscuro, su contrapartida: muchos lectores, llevados por su entusiasmo, se dedican a encontrar lecturas esotéricas en la obra o referentes de sus personajes y episodios en el mundo real en el que vivió Cervantes. Estos acercamientos lo único que hacen es mostrar su incultura y su falta de método científico para intentar dar respuestas a las incógnitas del pasado. Esta pléyade de iluminados cervantinos no deja de hacer su agosto en las ansias editoriales y en la búsqueda de titulares del periodismo actual. ¿La aparición de iluminados cervantinos en los últimos años es otro de los síntomas de la decadencia de nuestros tiempos, de esta realidad paralela de fake news y de bulos? Me temo que no. Así sucede ahora y así sucedió algo menos de 150 años. El Doctor Thebussem (máscara del genial Mariano Pardo de Figueroa) fue una figura clave para la consolidación del cervantismo científico en el siglo XIX. A él le debemos desde el nacimiento del coleccionismo quijotesco (los conocidos como cervantófilos), hasta un buen ramo de trabajos bien interesantes y de propuestas que, en la mayoría de los casos, se quedaron solo en proyectos geniales. En 1876, harto de la presencia cada vez más habitual de los iluminados cervantinos en la esfera pública, decide convocar unas fiestas en Toledo, donde los más prestigiosos cervantistas de su tiempo tendrían que tratar esos temas inútiles (ayer y hoy) que les consumen el cerebro a muchos de los iluminados. El ingenio de Thebussem se aprecia en el tema de su hipotética conferencia: «Estadística demostrando que en el Quijote se apunta ochenta y dos veces el vocablo sí, y ciento tres el vocablo no», así como en las de otros convocados por su imaginación como Don Ramón de Antequeiu ('Entronque del Ingenioso Hidalgo con el ínclito Gutierre de Quixada, justificado con partidas de bautismo y casamiento, y certificaciones de los libros del Registro Civil de Argamasilla de Alba') o Marqués de Molins ('Pruebas palmarias de que el pedazo de mano que perdió Cervantes se halla sumergido en las aguas de Lepanto, precisamente a los 38°, 20' 18' de latitud N. y 25°, 5c/, 14 de longitud E. del meridiano de Puerto Lápiche')... Y en estas fiestas, que tendrían que desarrollarse en un imposible 31 de septiembre, se convocarían varios premios para «fomentar los estudios cervánticos de verdadera utilidad». ¿Y cuáles serán sus sujetos? Me quedo con el primero de ellos, que me parece una estupenda definición de buena parte de los iluminados cervantinos de nuestros días: «Monografía demostrando que, según se ve en la práctica, basta con haber nacido y con dejar los estudios, para convertirse en cervantista. Estadística, por vía de apéndice, de los cervantistas que no han leído el Quijote, y de los cervantistas que no saben leer». ¿Qué hacer desde el cervantismo científico para defender nuestra disciplina, nuestra rama del saber de tanto intrusismo, de tanto inútil llenar páginas de fantasías que solo demuestran su falta de lecturas y de un método de trabajo? Creo que la mejor defensa en estos casos es un buen ataque científico: ante las biografías que se publican con el membrete de «definitivo» (la mejor expresión de su falta de rigor científico) o de aquellos que siguen buscando piedras rosetas para explicar pasajes que ya se han explicado suficientemente leyendo los textos que tuvo entre sus manos el propio Cervantes y los lectores de su época, hay que difundir las buenas investigaciones cervantinas que se siguen publicando y que, en escasas ocasiones, llegan a la prensa. Y estoy pensando en este momento en el libro Cervantes y su entorno portugués que acaba de publicar el profesor Aurelio Vargas Díaz-Toledo (Guillermo Escolar Editor), que lleva años trabajando en la relación de Cervantes y de su obra con Portugal desde los siglos XVI al XVIII. Unos siglos que habían quedado en los márgenes, pues los cervantistas portugueses, con María Fernanda Abreu a la cabeza, se habían volcado más en analizar la influencia de la obra cervantina en las letras lusitanas desde el siglo XIX hasta nuestros días. Aurelio Vargas Díaz-Toledo ofrece en este libro un apasionante retrato de los portugueses con los que Cervantes tuvo relación a lo largo de su vida, desde los que coincidieron con él durante los años de cautiverio en Argel, con los que trabajó a su vuelta cuando ejerció de «agente de negocios» y Simón Méndez, que visitaba mucho su casa en Valladolid y no solo para negociar con nuestro autor. Nombres como Manuel y Andrés de Sousa Coutiño, Antonio de Sosa o Simón Freire de Lima son bien conocidos por los estudiosos cervantinos, a los que hay que sumar otros, cuyo rastro es difícil de seguir por lo habitual de sus nombres: Diego Rodríguez o Manuel González. Cervantes y su entorno portugués supone un vademécum imprescindible para adentrarse en este tema, que nos aporta mucha luz sobre la vida de Cervantes. No solo aporta documentación nueva que ha encontrado en su incansable visita a los archivos y biblioteca (huye, lector curioso, de los estudiosos de documentos que nunca han visto un original), sino que reúne y dialoga con todo lo que los cervantistas han escrito y publicado sobre el tema hasta este momento. Así se hace la ciencia: en el diálogo con el pasado y no con el descubrimiento de mediterráneos. Cervantes y su entorno portugués de Aurelio Vargas Díaz-Toledo es, en fin, un «tesoro de contento y una mina de pasatiempos» que nos permite avanzar en el conocimiento y ofrecernos nuevos datos sobre el Cervantes hombre. Un ejemplo de la buena salud científica de la goza el cervantismo científico en nuestro país.