Preguntas sin respuesta, o con respuestas muy comprometidas
El economista reflexiona, a partir de preguntas, sobre el "carácter de urgencia" de determinadas medidas para un supuestamente inevitable escenario de guerra. La entrada Preguntas sin respuesta, o con respuestas muy comprometidas se publicó primero en lamarea.com.

Propongo al lector que pongamos sobre la mesa algunas preguntas básicas, en mi opinión evidentes. Diría que su formulación resulta imprescindible, de puro sentido común, necesarias para orientarse en el complejo escenario que nos ha tocado vivir. Estoy convencido, sin embargo, de que no encontrarán eco entre los gobiernos y los responsables comunitarios, comprometidos en su mayor parte con el ocultamiento y la demagogia… y con los intereses de las élites económicas y políticas, las que en realidad marcan, desde hace décadas, la hoja de ruta de la Unión Europea.
Por activa y por pasiva se está justificando el sustancial aumento del gasto militar (llamemos a las cosas por su nombre, sin subterfugios) en la situación de emergencia que viven las «democracias liberales europeas». Aquí lanzo las primeras cuestiones. ¿A qué realidad nos referimos con la palabra “emergencia”? ¿Acaso no nos encontramos desde hace bastante tiempo ante una enorme emergencia en materia social y climática? ¿No deberíamos calificar de esta manera el ascenso de la desigualdad y el enquistamiento de la pobreza? ¿No sería adecuado ese término para calificar la imparable degradación de todos los indicadores en materia de cambio climático y destrucción de los ecosistemas necesarios para la vida y para la supervivencia misma del planeta?
En estos casos, opino que trascendentales, no estoy hablando de coyunturas particularmente adversas, ni tampoco de la (por supuesto condenable) invasión de Ucrania por Rusia, ni siquiera del drama humano provocado por la irrupción de la pandemia, ni de la inflación disparada de los últimos años. No, me estoy refiriendo al ADN de la denominada construcción europea y del lanzamiento de la moneda única. Me refiero, en definitiva, a la Europa realmente existente, a la Europa de las fracturas y las desigualdades, a la Europa que, de manera persistente, oculta la propaganda y el discurso supuestamente europeísta que todo lo impregna, una gigantesca cortina de humo que nos sitúa en un universo de fantasía.
Si convenimos en que, en estos ámbitos, nos encontramos en efecto en una encrucijada que exigiría adoptar medidas excepcionales –estructurales, para ser más precisos–, cae de su peso otra pregunta también fundamental: ¿no hubiera sido necesario activar la denominada «cláusula de escape», liberando a los gobiernos de la aplicación de las muy estrictas exigencias en materia de déficit y deuda públicos? ¿Acaso no procedía disponer de margen presupuestario suficiente para que los poderes públicos pudieran actuar sobre esos problemas, para que los intereses de las clases populares se hubieran impuesto a los de los grupos que no tenían otra pretensión que enriquecerse a costa de lo común? Más aún, ¿la consideración de la problemática que antes he presentado a grandes rasgos no colisionaba radicalmente con las políticas presupuestarias y salariales que han marcado el devenir del euro y de la propia integración europea desde que las posiciones neoliberales se adueñaron de la hoja de ruta de las instituciones comunitarias?
Al hilo de estas consideraciones, una pregunta adicional: ¿por qué razón la posibilidad de implementar otras políticas económicas, distintas del rigor presupuestario y la represión salarial, se estigmatizó como si su simple consideración resultara inaceptable, una amenaza para los pilares de la “construcción europea”, y, por el contrario, la Comisión Europea ha acordado activar de nuevo la referida cláusula de escape para permitir a los gobiernos tomar deuda que permita financiar la escalada militarista? Todo ello con carácter de urgencia, como si no hubiera un mañana, trasladando a la opinión pública el mensaje de que Europa ya está involucrada en un supuestamente inevitable escenario de guerra y debe estar lista para enfrentarlo, sin un debate social y político digno de tal nombre.
Y una última pregunta, ¡tan ingenua como las anteriores!, ¿cómo se explica que siempre quede fuera de la agenda europea y también de las políticas de los gobiernos la tributación de los ricos y las corporaciones, que siguen disfrutando de toneladas de privilegios? Mucha bla, bla, bla… algunos pequeños pasos, pero lo cierto, y la evidencia lo respalda, es que esos grupos son intocables.
En fin, tan sólo preguntas, cuya contestación exigiría poner el poder y los poderosos en el centro del análisis, del diagnóstico y de las respuestas. Pero ¿quién pone el cascabel al gato?
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