Memoria y puño en alto por un futuro mejor
“Nos estamos acercando a los años treinta, pero del siglo XXI, no del siglo XX, así que ni un paso atrás en la lucha antifascista”. Lo proclamó el ministro de Transformación Digital y Función Pública, Óscar López, el 26 de abril, al final del acto que los ministerios de Trabajo y Memoria Democrática organizaron, con la colaboración de los sindicatos CCOO y UGT y sus respectivas fundaciones Primero de Mayo y Largo Caballero, en el teatro Monumental de Madrid. En el marco del programa España en libertad que celebra los 50 años de la muerte de Franco, se revindicaron las conquistas pasadas y los derechos presentes de un movimiento obrero que acabó con el franquismo en la calle, en los barrios, las fábricas y algunas iglesias, aunque el dictador muriera en la cama. Las analogías históricas con la Europa de entreguerras de los años treinta son cada vez más frecuentes y sintomáticas del delicado momento que vivimos. Suelen suscitar un interesante (y espeso) debate académico, pero la que hizo el ministro Óscar López -en sustitución de la vicepresidenta Yolanda Díaz, que mandó un video por su sobrevenida asistencia al funeral del Papa- no fue una más. Porque la alerta antifascista fue activada en respuesta al ataque, el día anterior, a una sede del PSOE en Cantabria con un artefacto incendiario mientras se celebraba, precisamente, un acto de memoria democrática. Y, sobre todo, porque el mismo acto de reivindicación del sindicalismo de clase en su crucial contribución a la democracia fue reventado, al inicio, por una veintena de jóvenes ultras de un denominado Frente Obrero. Presenciado en primera fila y casi sufrido en primera persona, ese ataque fue un claro ejemplo años treinta de que los extremos se tocan. Y de cómo la crítica populista a los sindicatos mayoritarios tiñe a quién la hace de confuso rojipardismo para acabar, finalmente, justificando el uso de camisas (o ceñidas camisetas) negras. A unos musculados ultras de gimnasio les hicieron frente una multitud de puños en alto que siguieron en un gesto espontáneo, rápido y contundente, a las secretarias confederales de acción sindical y de mujeres de CCOO, Mari Cruz Vicente y Carolina Vidal, y a su compañero andaluz Carlos Aristu. Acompañaron a los puños en alto las voces también altas y claras de un teatro Monumental que echó a los ultras cantando La Internacional y al grito de “viva la lucha de la clase obrera” y “ce-ce, o-o, sindicato trabajador”. Sí, esas siglas que en su día quiso ridiculizar Alfredo Urdaci en la misma TVE que ahora emite la serie La conquista de la democracia, de Nicolás Sartorius, también presente y combativo en el auditorio de la calle de Atocha. Los tiempos cambian, pero no necesariamente a peor, como se recordó en el acto al enumerar conquistas de derechos sociales de los sindicatos y el gobierno de coalición de izquierdas y al evocar, a escasos metros de allí, la matanza de los abogados de Atocha de enero de 1977. Fueron pocos, pero los hubo, los izquierdistas y sindicalistas (cristianos, socialistas, comunistas o anarquistas) que hace un siglo se pasaron al bando del fascismo, el nacionalsocialismo o el falangismo. Emblemáticos ejemplos fueron el antiguo socialista Benito Mussolini –es muy recomendable la tetralogía de Antonio Scuratti y la adaptación en serie de su primer volumen M. El hijo del siglo– y Nicola Bombacci, cofundador del Partido Comunista de Italia antes de virar al fascismo y acabar colgado junto al Duce en la piazzale Loreto de Milán. Pues eso: “Non dimenticare”, que dicen en la Italia donde gobierna la trumpista Giorgia Meloni, forjada políticamente en las juventudes del Movimiento Social Italiano fundado por el fascista Giorgio Almirante, la llama tricolor del cual sigue ardiendo en el logo y las vísceras de los Fratelli d’Italia. “Cuatro frikis y cuatro sectores fanatizados que siguen a telepredicadores no van a acogotar a las organizaciones sindicales de clase”, sentenció el secretario general de CCOO, Unai Sordo, que estaba en el uso de la palabra junto al líder de UGT, Pepe Álvarez, cuando los ultras interrumpieron el acto. La alusión apuntaba al líder del grupúsculo Frente Obrero, Roberto Vaquero, que reivindicó la algarada mediante un vídeo y un mensaje que, en pocas horas, alcanzó miles de seguidores, likes y retuits en la red social de Elon Musk, mutimillonario trumpista y aficionado a saludar brazo en alto. Este Vaquero –Roberto, no Elon ni Donald, aunque tanto monta, monta tanto– se presenta en las redes como geógrafo, historiador y autor de una novela titulada Nostalgia. Por si hay dudas de a qué nostalgia se refiere, él mismo aclara en su perfil que trata de “cuestiones relevantes en nuestra sociedad como la familia, la pérdida de valores, la inmigración masiva, el islam, el feminismo o el control social”. Blanco y en botella. O negro, vaya, porque ya ni rojipardo. Es la memoria democrática lo que hace

“Nos estamos acercando a los años treinta, pero del siglo XXI, no del siglo XX, así que ni un paso atrás en la lucha antifascista”. Lo proclamó el ministro de Transformación Digital y Función Pública, Óscar López, el 26 de abril, al final del acto que los ministerios de Trabajo y Memoria Democrática organizaron, con la colaboración de los sindicatos CCOO y UGT y sus respectivas fundaciones Primero de Mayo y Largo Caballero, en el teatro Monumental de Madrid. En el marco del programa España en libertad que celebra los 50 años de la muerte de Franco, se revindicaron las conquistas pasadas y los derechos presentes de un movimiento obrero que acabó con el franquismo en la calle, en los barrios, las fábricas y algunas iglesias, aunque el dictador muriera en la cama.
Las analogías históricas con la Europa de entreguerras de los años treinta son cada vez más frecuentes y sintomáticas del delicado momento que vivimos. Suelen suscitar un interesante (y espeso) debate académico, pero la que hizo el ministro Óscar López -en sustitución de la vicepresidenta Yolanda Díaz, que mandó un video por su sobrevenida asistencia al funeral del Papa- no fue una más. Porque la alerta antifascista fue activada en respuesta al ataque, el día anterior, a una sede del PSOE en Cantabria con un artefacto incendiario mientras se celebraba, precisamente, un acto de memoria democrática. Y, sobre todo, porque el mismo acto de reivindicación del sindicalismo de clase en su crucial contribución a la democracia fue reventado, al inicio, por una veintena de jóvenes ultras de un denominado Frente Obrero.
Presenciado en primera fila y casi sufrido en primera persona, ese ataque fue un claro ejemplo años treinta de que los extremos se tocan. Y de cómo la crítica populista a los sindicatos mayoritarios tiñe a quién la hace de confuso rojipardismo para acabar, finalmente, justificando el uso de camisas (o ceñidas camisetas) negras. A unos musculados ultras de gimnasio les hicieron frente una multitud de puños en alto que siguieron en un gesto espontáneo, rápido y contundente, a las secretarias confederales de acción sindical y de mujeres de CCOO, Mari Cruz Vicente y Carolina Vidal, y a su compañero andaluz Carlos Aristu.
Acompañaron a los puños en alto las voces también altas y claras de un teatro Monumental que echó a los ultras cantando La Internacional y al grito de “viva la lucha de la clase obrera” y “ce-ce, o-o, sindicato trabajador”. Sí, esas siglas que en su día quiso ridiculizar Alfredo Urdaci en la misma TVE que ahora emite la serie La conquista de la democracia, de Nicolás Sartorius, también presente y combativo en el auditorio de la calle de Atocha. Los tiempos cambian, pero no necesariamente a peor, como se recordó en el acto al enumerar conquistas de derechos sociales de los sindicatos y el gobierno de coalición de izquierdas y al evocar, a escasos metros de allí, la matanza de los abogados de Atocha de enero de 1977.
Fueron pocos, pero los hubo, los izquierdistas y sindicalistas (cristianos, socialistas, comunistas o anarquistas) que hace un siglo se pasaron al bando del fascismo, el nacionalsocialismo o el falangismo. Emblemáticos ejemplos fueron el antiguo socialista Benito Mussolini –es muy recomendable la tetralogía de Antonio Scuratti y la adaptación en serie de su primer volumen M. El hijo del siglo– y Nicola Bombacci, cofundador del Partido Comunista de Italia antes de virar al fascismo y acabar colgado junto al Duce en la piazzale Loreto de Milán. Pues eso: “Non dimenticare”, que dicen en la Italia donde gobierna la trumpista Giorgia Meloni, forjada políticamente en las juventudes del Movimiento Social Italiano fundado por el fascista Giorgio Almirante, la llama tricolor del cual sigue ardiendo en el logo y las vísceras de los Fratelli d’Italia.
“Cuatro frikis y cuatro sectores fanatizados que siguen a telepredicadores no van a acogotar a las organizaciones sindicales de clase”, sentenció el secretario general de CCOO, Unai Sordo, que estaba en el uso de la palabra junto al líder de UGT, Pepe Álvarez, cuando los ultras interrumpieron el acto. La alusión apuntaba al líder del grupúsculo Frente Obrero, Roberto Vaquero, que reivindicó la algarada mediante un vídeo y un mensaje que, en pocas horas, alcanzó miles de seguidores, likes y retuits en la red social de Elon Musk, mutimillonario trumpista y aficionado a saludar brazo en alto.
Este Vaquero –Roberto, no Elon ni Donald, aunque tanto monta, monta tanto– se presenta en las redes como geógrafo, historiador y autor de una novela titulada Nostalgia. Por si hay dudas de a qué nostalgia se refiere, él mismo aclara en su perfil que trata de “cuestiones relevantes en nuestra sociedad como la familia, la pérdida de valores, la inmigración masiva, el islam, el feminismo o el control social”. Blanco y en botella. O negro, vaya, porque ya ni rojipardo.
Es la memoria democrática lo que hace frente a la nostalgia fascista. Y no caben paños calientes. El ministro Óscar López, que aprovechó para ejercer de candidato socialista a la Comunidad de Madrid, advirtió a Isabel Díaz Ayuso de que, más pronto que tarde, en la Puerta del Sol se va a honrar a quienes fueron torturados cuando la hoy sede autonómica era el kilómetro zero de la represión franquista. El Gobierno de Pedro Sánchez, y concretamente su desautorizado ministro del Interior, Fernando Marlaska, debería actuar en coherencia y pronto, antes de que sea tarde, para convertir también en sede memorial y centro de interpretación de la represión y la tortura la Jefatura Superior de Policía de Via Laietana, en Barcelona.
Lo dicho: no caben ni paños calientes ni ningún paso atrás en la defensa de la democracia. Significativo de que nos acercamos a los años treinta es que no sólo sindicalistas, sino hasta ministros y secretarios de Estado, en un acto organizado por el Gobierno, tengan que levantar el puño y cantar La Internacional a pleno pulmón para hacer frente a los ultras. El 26 de abril en Madrid, al día siguiente de un 25 que es fiesta antifascista en Italia y Portugal, también se levantó un puño con una guitarra, la de Paco Ibáñez, que con sus 90 años recién cumplidos mandó a cabalgar, a lomos de los versos de Rafael Alberti, hasta enterrarlos en el mar.
Camino de los años treinta del siglo XXI, son necesarios los versos y las canciones, la memoria y los puños en alto. Pero no bastan. Hay que combatir en las redes (donde nos llevan mucha ventaja) y en la calle, en los barrios, en los centros de trabajo. No es casual que, ya el 2021, una turba fascista atacara la sede romana del sindicato CGIL. Ni que el sindicalismo de clase, junto al feminismo y el ecologismo, esté en el punto de mira de la extrema derecha. Lo prueban ciberataques múltiples o, directamente, boicots como el del teatro Monumental. De entre todas las instituciones y organizaciones sociopolíticas, los sindicatos de clase son los mejor organizados para ejercer de baluarte democrático. Pero hay que prepararse mejor para lo que pueda venir. No solo para defender las conquistas que tanto han costado, sino para ganar el futuro que nos merecemos.