Marcelino Menéndez Pelayo ya no tiene quien lo lea: sus libros en un almacén y su biblioteca en obras desde hace seis años
El intelectual cántabro dispuso en su testamento que ningún libro podía salir o entrar en la biblioteca que legó a la ciudad de Santander, pero actualmente está vacía y la reforma de rehabilitación paralizadaAntecedentes - Insectos 'comelibros' se daban un festín con la biblioteca de Menéndez Pelayo valorada en 77 millones El intelectual cántabro Marcelino Menéndez Pelayo donó su biblioteca de más de 40.000 volúmenes a la ciudad de Santander a su fallecimiento en el año 1912 con la condición de que quedase sellada, de que no saliese ni entrase un libro en ella. Así lo estipula su testamento y desde entonces habita en la singular categoría de bibliotecas muertas, como un espacio congelado en el tiempo. Pero su voluntad no ha sido respetada porque el alarmante deterioro del edificio y de los propios fondos provocó el desalojo: desde 2019 están almacenados en los depósitos del Archivo Histórico de Cantabria a la espera de que finalice una rehabilitación que está paralizada por falta de recursos económicos. Dicen que el joven Marcelino era capaz de recitar un libro que acababa de leer. Lo que sin duda es cierto es que desarrolló desde temprana edad una extraordinaria vocación enciclopédica que lo llevó a acumular un volumen ingente de libros. Era un niño superdotado intelectualmente, con una extraordinaria memoria fotográfica que llegó a hablar ocho idiomas. Con 12 años ya ejercía de adulto y realizó su primer inventario: tenía ya 20 libros de humanidades escritos en castellano, latín y francés que catalogó pomposamente en una lista y que almacenó en el aparador de su madre. Al poco, su padre tuvo que cederle espacio en su despacho, que tampoco fue suficiente. Los libros seguían llegando a la casa como un imán en paquetes postales y Marcelino leía hasta mientras estaba comiendo en la mesa. Con 22 años, tras licenciarse y doctorarse en Filosofía y Letras en la Universidad Central de Madrid, ganó la cátedra de Historia Crítica de la Literatura, y a los 25 años tomó posesión como académico de la Real Academia de la Lengua. Una biografía erudita tan precoz tuvo reflejo en sus lecturas, así que pronto hubo que decidir la construcción de una nueva librería para unos 2.000 volúmenes. Fue su segunda biblioteca. La familia se trasladó de la calle Ruamayor de Santander hasta la casa de la calle Gravina, que disponía de una huerta que se prolongaba hasta la calle del Rubio, todo ello en el centro de la ciudad. La colección siguió creciendo en el último piso, en una estancia con un balcón al jardín. Llegó un momento en que los libros cubrían todas las paredes hasta el techo de la estancia principal de la casa familiar de la calle Gravina. Cuando el inventario alcanzó los 7.000 volúmenes y copaban todas las paredes, los padres decidieron construir un pabellón independiente en el jardín para alojarlos. Aquel almacén fue el germen de la gran biblioteca de Menéndez Pelayo y posterior epicentro de las instalaciones culturales que se generaron a su alrededor: el Museo de Bellas de Artes y la Biblioteca Municipal de Santander. Despacho de Menéndez Pelayo. Pero este pabellón también se quedó pequeño, así que en el año 1892 confiaron en el arquitecto Atilano Rodríguez para ejecutar una obra de mayor envergadura que conllevó la ampliación y ensanche y que se rehabilitó a la muerte de Marcelino, cuando se abrió al público. Fue una obra que se dilató hasta 1923 después de que, entre otros contratiempos, falleciese el arquitecto a causa de la gripe española. La inauguración fue un gran acontecimiento en la ciudad, en el que estuvo presente el rey Alfonso XIII junto a autoridades y personalidades de la época. Cuando el inventario alcanzó los 7.000 volúmenes y llegaban hasta el techo los padres decidieron construir un pabellón independiente en el jardín La planta principal de la biblioteca dispone de 300 metros cua

El intelectual cántabro dispuso en su testamento que ningún libro podía salir o entrar en la biblioteca que legó a la ciudad de Santander, pero actualmente está vacía y la reforma de rehabilitación paralizada
Antecedentes - Insectos 'comelibros' se daban un festín con la biblioteca de Menéndez Pelayo valorada en 77 millones
El intelectual cántabro Marcelino Menéndez Pelayo donó su biblioteca de más de 40.000 volúmenes a la ciudad de Santander a su fallecimiento en el año 1912 con la condición de que quedase sellada, de que no saliese ni entrase un libro en ella. Así lo estipula su testamento y desde entonces habita en la singular categoría de bibliotecas muertas, como un espacio congelado en el tiempo. Pero su voluntad no ha sido respetada porque el alarmante deterioro del edificio y de los propios fondos provocó el desalojo: desde 2019 están almacenados en los depósitos del Archivo Histórico de Cantabria a la espera de que finalice una rehabilitación que está paralizada por falta de recursos económicos.
Dicen que el joven Marcelino era capaz de recitar un libro que acababa de leer. Lo que sin duda es cierto es que desarrolló desde temprana edad una extraordinaria vocación enciclopédica que lo llevó a acumular un volumen ingente de libros. Era un niño superdotado intelectualmente, con una extraordinaria memoria fotográfica que llegó a hablar ocho idiomas. Con 12 años ya ejercía de adulto y realizó su primer inventario: tenía ya 20 libros de humanidades escritos en castellano, latín y francés que catalogó pomposamente en una lista y que almacenó en el aparador de su madre. Al poco, su padre tuvo que cederle espacio en su despacho, que tampoco fue suficiente.
Los libros seguían llegando a la casa como un imán en paquetes postales y Marcelino leía hasta mientras estaba comiendo en la mesa. Con 22 años, tras licenciarse y doctorarse en Filosofía y Letras en la Universidad Central de Madrid, ganó la cátedra de Historia Crítica de la Literatura, y a los 25 años tomó posesión como académico de la Real Academia de la Lengua. Una biografía erudita tan precoz tuvo reflejo en sus lecturas, así que pronto hubo que decidir la construcción de una nueva librería para unos 2.000 volúmenes. Fue su segunda biblioteca.
La familia se trasladó de la calle Ruamayor de Santander hasta la casa de la calle Gravina, que disponía de una huerta que se prolongaba hasta la calle del Rubio, todo ello en el centro de la ciudad. La colección siguió creciendo en el último piso, en una estancia con un balcón al jardín.
Llegó un momento en que los libros cubrían todas las paredes hasta el techo de la estancia principal de la casa familiar de la calle Gravina. Cuando el inventario alcanzó los 7.000 volúmenes y copaban todas las paredes, los padres decidieron construir un pabellón independiente en el jardín para alojarlos. Aquel almacén fue el germen de la gran biblioteca de Menéndez Pelayo y posterior epicentro de las instalaciones culturales que se generaron a su alrededor: el Museo de Bellas de Artes y la Biblioteca Municipal de Santander.
Pero este pabellón también se quedó pequeño, así que en el año 1892 confiaron en el arquitecto Atilano Rodríguez para ejecutar una obra de mayor envergadura que conllevó la ampliación y ensanche y que se rehabilitó a la muerte de Marcelino, cuando se abrió al público. Fue una obra que se dilató hasta 1923 después de que, entre otros contratiempos, falleciese el arquitecto a causa de la gripe española. La inauguración fue un gran acontecimiento en la ciudad, en el que estuvo presente el rey Alfonso XIII junto a autoridades y personalidades de la época.
Cuando el inventario alcanzó los 7.000 volúmenes y llegaban hasta el techo los padres decidieron construir un pabellón independiente en el jardín
La planta principal de la biblioteca dispone de 300 metros cuadrados distribuidos en tres naves alargadas. En la central, de mayor altura que las otras dos, se ubica la sala de lectura con la luz natural que penetra a través de la vidriera que representa el escudo del águila bicéfala del emperador Carlos V y en sus esquinas los escudos correspondientes a las cuatro villas de la costa de Cantabria (San Vicente de la Barquera, Santander, Laredo y Castro Urdiales). Las paredes laterales están cubiertas por estanterías de roble. El edificio conserva el despacho de Menéndez Pelayo tal y como estaba en vida.
A su muerte, el filólogo, historiador, bibliógrafo, poeta, traductor, filósofo y polígrafo había reunido 1.032 manuscritos, 17 legados de diferentes autores y 41.500 títulos de impresos de los cuales 20 son incunables, 1.124 del siglo XVI, 1.225 del siglo XVII, 2.839 obras del XVIII y 35.260 del XIX y el XX (hasta 1912). Además, completan la colección 870 títulos de publicaciones periódicas. Y eso que murió joven, a los 55 años.
La mayoría de los títulos están relacionados con pensamiento, historia y crítica literaria. Exponente del tracionalismo español católico, él mismo desarrolló una ingente producción: sus obras completas suman 65 volúmenes. Dicen que ante la inminencia consciente de su propio final dijo: “Qué lástima tener que morir cuando me queda tanto por hacer”. Fue miembro de las cuatro academias españolas: Lengua, Ciencias Morales y Políticas, Bellas Artes e Historia.
En su testamento, fechado un mes antes de su muerte, estipuló que: “por gratitud a la ciudad de Santander, mi patria, de la que he recibido durante toda mi vida tantas muestras de estimación y cariño, lego a su Excmo. Ayuntamiento mi biblioteca, juntamente con el edificio en que se halla”. También exigió que quedasen expuestas en lugar visible de la biblioteca, para conocimiento del público, todas las cláusulas del testamento relacionadas con este legado. Todos los libros debían de quedar sellados con un exlibris que indique su procedencia.
Dejó, incluso, instrucciones para seleccionar al director de la Biblioteca, a quien exige que sepa “griego, latín y dos lenguas modernas, además del francés en el grado necesario para poder catalogar debidamente y dar razón de los libros”, conocimientos paleográficos “indispensables para leer sin dificultad los códices de esta biblioteca” –advierte– y, en general, los conocimientos técnicos bibliográficos que requiera el desempeño del cargo.
Ni antes ni después de la entrega de la biblioteca al Ayuntamiento, se podrá bajo ningún pretexto, prestar ni sacar de ella, libro, códice ni documento alguno
El punto más rígido de sus condiciones respecto a los libros es el siguiente: “Ni antes ni después de la entrega de la biblioteca al Ayuntamiento, se podrá bajo ningún pretexto, prestar ni sacar de ella, libro, códice ni documento alguno”. Menéndez Pelayo incluyó una excepción: las obras corrientes. Esas sí podían donarse a la biblioteca municipal aunque, advirtió que “en ningún tiempo se mezclarán los libros de la indicada biblioteca popular con los de la mía, debiendo seguir siempre separadas e independientes una y otra colección”.
El intelectual pensó en todo. El testamento incluye una curiosa referencia: “Las obras que, por su índole o tendencias, puedan considerarse peligrosas para cierta clase de lectores, solo se servirán a aquellos que, a juicio del bibliotecario, se propongan con su estudio un trabajo de seria investigación científica o literaria”.
La casa y el resto de la finca fue donada a su hermano Enrique. A su hermana, monja, le dejó únicamente una copia de La Piedad de Miguel Ángel que tenía a la cabecera de su cama.
Aunque la última voluntad del polígrafo cántabro, un intelectual de finales del siglo XIX y principios del XX, no ha podido ser respetada. El mal estado del edificio y los severos problemas de humedad agravados por una vidriera rota y la inundación del sótano obligaron a desalojar la biblioteca para iniciar una reforma, contraviniendo las indicaciones de Menéndez Pelayo.
Se especuló también con la posibilidad de que el agua de las mangueras que sofocaron el incendio del Museo de Bellas Artes de Santander colindante en 2017 pudieran haber afectado a algunos de los ejemplares más valiosos que estaban en el despacho del director. El informe de la empresa que custodia los libros lo afirmaba y el de los Bomberos Municipales lo negaba: dice que los libros no se mojaron como consecuencia de las maniobras de extinción del fuego.
Los 42.258 volúmenes de la colección se almacenaron entonces en el Archivo Histórico Provincial de Cantabria en 2019, un traslado que llevó a cabo una empresa especializada, TSA. Para eso hubo que hacer un seguro, y como consecuencia de ello se descubrió el mal estado de los ejemplares que al parecer nadie había notado: insectos, moho, hongos y humedad amenazaban el patrimonio de papel más significativo de la ciudad. La conclusión fue demoledora: prácticamente hay que restaurarlo todo. Un trabajo que ya se está realizando.
Cuando hace cuatro años se emprendió la informatización del catálogo de fondos apareció un incunable único
La Biblioteca Nacional ha valorado la colección en 77 millones de euros, una tasación polémica porque se realizó sin acceder a la colección y con datos incompletos, y atesora ejemplares singulares de gran valor. Curiosamente algunos de ellos han sido descubiertos recientemente. Cuando hace cuatro años se emprendió la informatización del catálogo de fondos apareció un incunable único, de alrededor del año 1495, obra del licenciado Francisco de los Santos sobre los comentarios al Evangelio de San Mateo que consta de 23 páginas impresas.
La rehabilitación del edificio, protegido como Bien de Interés Cultural (BIC) desde 1982, sigue paralizada. Las obras comenzaron hace seis años y actualmente están paradas por falta de presupuesto después de algunas vicisitudes: en 2023, el Servicio de Patrimonio del Gobierno de Cantabria porque se había retirado el pavimento del suelo de la planta baja, que acabó en un vertedero, por su avanzado estado de deterioro. La empresa adjudicataria renunció hace un año a continuar con las obras en las que no se avanzaba desde hacía ocho meses.
Es decir, 116 años después de la muerte de Menéndez Pelayo no solo no se ha conservado en buenas condiciones la Biblioteca de Menéndez Pelayo, sino que todavía ni siquiera se sabe exactamente qué hay allí, ni cuando podrán volver los 40.000 libros que, por sus últimas voluntades, nunca habrían tenido que salir de su perímetro.