La vida de quien cuida uno de los grandes patios de Córdoba: «Regar y quitar las hojas secas me relaja»
Si la vida fuera una película, la cámara tendría que detenerse delante de la puerta cerrada y después ascender por encima de la pared encalada y de los dos cipreses que flanquean el dintel. No tendrá que subir demasiados metros para mirar de forma cenital y encontrar dos patios cordobeses , que a esas horas, todavía un buen rato antes de las once de la mañana, hay actividad. Sus cuidadoras trabajan con nervio, orden y el hábito de quien aprendió de los mejores maestros y sabe que aquello que hace va en la dirección correcta. Para que todo brille es necesario madrugar. Lo sabe Rosa María Collado , la dueña de Martín de Roa, 7, en el barrio del Alcázar Viejo, que está en marcha desde las ocho para que no haya detalle en su patio, uno de los más laureados de arquitectura antigua, luzca impecable. Es uno de esos patios que fue casa de vecinos y conserva la estructura particular con distintas puertas para las humildes viviendas, y en todos sus testeros no cabe una maceta más, entre geranios y buganvillas. Tardaría tres horas en regarlas al completo, y es algo propio del verano , pero la primavera viene clemente y ahora no hay que regar todos los días, ni siquiera en jornadas alternas. Tal vez cada tres, y repartiéndose entre una mitad y otra. Porque el castigo que tenía ella era pintar las escaleras de la casa, cuando era pequeña. «¿Qué mejor manera?», dice ahora. Y ahora tiene que blanquear a lo grande, pero tiene casi siempre la brocha en la mano, para que todo quede impecable. Lo aprendió de su padre, que sigue ayudándole en el trabajo, y que patentó un sistema para que el trabajo de regar sea más fácil: tomó un caña de pescar y la enganchó a la manguera. No tiene que preocuparse por llenar el recipiente con agua , porque llega de forma continua. «Nos administramos para que sea en distintos momentos, por la mañana y por la noche, y para disfrutar del patio , que también los disfrutamos», cuenta. No hay forma de quitarle el entusiasmo cuando habla del cuidado de su patio. Por ejemplo: si se le habla de quitar hojas secas o pétalos marchitos, algo más que habitual en las plantas de temporada, corta enseguida: «Eso relaja». Y eso que algunas plantas están muy altas, pero no tiene miedo a las alturas. Su escalera mide tres metros y empieza por las más elevadas para seguir después hacia abajo. «Lo voy limpiando todo , testero por testero». Empezó a los cinco años a ayudar en las tareas de cuidado, aunque el relevo generacional, el momento en que asumió la mayor parte del cuidado del patio, y el trabajo ha tenido el fruto de muchos premios de arquitectura antigua y carteles promocionales de los Patios de Córdoba. A la hora de regar hay que evitar el sol , porque si se hace cuando los rayos dan de pleno, el agua se evapora enseguida y no es bueno para la planta. Entonces mira arriba y habla de aquello que da sombra sin que quienes la escuchan se hayan dado cuenta de ello: «Mi súperbuganvilla». Y sí, encima hay un toldo natural de color morado, que es el que dan las brácteas del arbusto, que nace del suelo y cubre una buena parte del patio. «Tiene once años, el 30 de abril de hace once años, así que tiene la misma edad que mi hija». El subsuelo de la calle Martín de Roa, como el del barrio de San Basilio y de gran parte de Córdoba, es rico en acuíferos y arroyos subterráneos y de allí se nutre para dar la sombra que da. Su padre, su gran maestro, la ha podado para este año en forma de abanico. El patio tiene en verano un microclima especial, las noches de verano son agradables y si se va unos días de vacaciones ayuda su padre y tiene también aspersores . Con tantos vegetales y con el toldo de la buganvilla su casa se disfruta mucho, pero también critica la actitud de algunos visitantes que rompen o tronchan plantas sin pedir ni siquiera disculpas. Son más de 2.000 personas todos los días. Su casa tiene la entrada en común con el patio del número 9 , que es una casa distinta. Se organizan las dos dueñas para que todos los días empiecen las visitas por un lugar y haya un cierto equilibrio. Allí también ha madrugado Pilar García , que desde hace nueve años se ocupa de un patio de récord. Primero, con los vecinos y más tarde ella sola, junto con su hija. Y la pregunta que más tiene que repetir es la de cuántas plantas tiene, porque su patio tiene unas paredes muy altas, de más de seis metros, y allí se disponen sin respiro gitanillas, geranios y unas deslumbrantes azucenas por los rincones. La respuesta, desde luego, está preparada, y tiene que pronunciarse muchos veces al día: «Tengo 1.600 plantas». Riega desde por la mañana temprano, y lo hace por trozos: cada tres o cuatro días, según la temperatura , y siempre por testeros alternos. Son casi dos horas, pero si se hiciera de una vez serían unas tres horas y media . Le gusta y le releja, y no tiene deseos de acabar antes de tiempo, porque hay que detenerse, quitar las hojas y barrer. Pilar García es sobrina de Juan Rodríguez 'El Langosta', que se entregó en cuerpo y al
Si la vida fuera una película, la cámara tendría que detenerse delante de la puerta cerrada y después ascender por encima de la pared encalada y de los dos cipreses que flanquean el dintel. No tendrá que subir demasiados metros para mirar de forma cenital y encontrar dos patios cordobeses , que a esas horas, todavía un buen rato antes de las once de la mañana, hay actividad. Sus cuidadoras trabajan con nervio, orden y el hábito de quien aprendió de los mejores maestros y sabe que aquello que hace va en la dirección correcta. Para que todo brille es necesario madrugar. Lo sabe Rosa María Collado , la dueña de Martín de Roa, 7, en el barrio del Alcázar Viejo, que está en marcha desde las ocho para que no haya detalle en su patio, uno de los más laureados de arquitectura antigua, luzca impecable. Es uno de esos patios que fue casa de vecinos y conserva la estructura particular con distintas puertas para las humildes viviendas, y en todos sus testeros no cabe una maceta más, entre geranios y buganvillas. Tardaría tres horas en regarlas al completo, y es algo propio del verano , pero la primavera viene clemente y ahora no hay que regar todos los días, ni siquiera en jornadas alternas. Tal vez cada tres, y repartiéndose entre una mitad y otra. Porque el castigo que tenía ella era pintar las escaleras de la casa, cuando era pequeña. «¿Qué mejor manera?», dice ahora. Y ahora tiene que blanquear a lo grande, pero tiene casi siempre la brocha en la mano, para que todo quede impecable. Lo aprendió de su padre, que sigue ayudándole en el trabajo, y que patentó un sistema para que el trabajo de regar sea más fácil: tomó un caña de pescar y la enganchó a la manguera. No tiene que preocuparse por llenar el recipiente con agua , porque llega de forma continua. «Nos administramos para que sea en distintos momentos, por la mañana y por la noche, y para disfrutar del patio , que también los disfrutamos», cuenta. No hay forma de quitarle el entusiasmo cuando habla del cuidado de su patio. Por ejemplo: si se le habla de quitar hojas secas o pétalos marchitos, algo más que habitual en las plantas de temporada, corta enseguida: «Eso relaja». Y eso que algunas plantas están muy altas, pero no tiene miedo a las alturas. Su escalera mide tres metros y empieza por las más elevadas para seguir después hacia abajo. «Lo voy limpiando todo , testero por testero». Empezó a los cinco años a ayudar en las tareas de cuidado, aunque el relevo generacional, el momento en que asumió la mayor parte del cuidado del patio, y el trabajo ha tenido el fruto de muchos premios de arquitectura antigua y carteles promocionales de los Patios de Córdoba. A la hora de regar hay que evitar el sol , porque si se hace cuando los rayos dan de pleno, el agua se evapora enseguida y no es bueno para la planta. Entonces mira arriba y habla de aquello que da sombra sin que quienes la escuchan se hayan dado cuenta de ello: «Mi súperbuganvilla». Y sí, encima hay un toldo natural de color morado, que es el que dan las brácteas del arbusto, que nace del suelo y cubre una buena parte del patio. «Tiene once años, el 30 de abril de hace once años, así que tiene la misma edad que mi hija». El subsuelo de la calle Martín de Roa, como el del barrio de San Basilio y de gran parte de Córdoba, es rico en acuíferos y arroyos subterráneos y de allí se nutre para dar la sombra que da. Su padre, su gran maestro, la ha podado para este año en forma de abanico. El patio tiene en verano un microclima especial, las noches de verano son agradables y si se va unos días de vacaciones ayuda su padre y tiene también aspersores . Con tantos vegetales y con el toldo de la buganvilla su casa se disfruta mucho, pero también critica la actitud de algunos visitantes que rompen o tronchan plantas sin pedir ni siquiera disculpas. Son más de 2.000 personas todos los días. Su casa tiene la entrada en común con el patio del número 9 , que es una casa distinta. Se organizan las dos dueñas para que todos los días empiecen las visitas por un lugar y haya un cierto equilibrio. Allí también ha madrugado Pilar García , que desde hace nueve años se ocupa de un patio de récord. Primero, con los vecinos y más tarde ella sola, junto con su hija. Y la pregunta que más tiene que repetir es la de cuántas plantas tiene, porque su patio tiene unas paredes muy altas, de más de seis metros, y allí se disponen sin respiro gitanillas, geranios y unas deslumbrantes azucenas por los rincones. La respuesta, desde luego, está preparada, y tiene que pronunciarse muchos veces al día: «Tengo 1.600 plantas». Riega desde por la mañana temprano, y lo hace por trozos: cada tres o cuatro días, según la temperatura , y siempre por testeros alternos. Son casi dos horas, pero si se hiciera de una vez serían unas tres horas y media . Le gusta y le releja, y no tiene deseos de acabar antes de tiempo, porque hay que detenerse, quitar las hojas y barrer. Pilar García es sobrina de Juan Rodríguez 'El Langosta', que se entregó en cuerpo y alma a aquel patio hasta 2013. Antes de las once de la mañana el toldo está recogido, pero conforme se acerca el mediodía se extenderá para proteger las plantas, sobre todo las gitanillas. La escalera tiene que ser muy alta y da miedo, eso lo confiesa, pero la sujección da seguridad y allí se sube para quitar plantas que se marchitan. En verano muchas «se van», porque no pueden resistir el calor y hay que reponerlas. También las hay perennes, como los helechos, las pilistras, los pelargonios y los geranios, con los que tiene que luchar contra las plagas . Se abona una vez al año y se cuida los 365 días. Con la conversación las manecillas del reloj se van acercando a la hora clave, y el controlador pregunta a las dos cuidadoras: «¿Están listas ?». No han dejado de estarlo nunca.
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