La Tierra 'respira' cada 12 horas por culpa del Sol y la Luna: un acelerador de partículas debe ajustarse a ese vaivén para no desviarse
Oscilaciones regulares - La atracción gravitatoria de la Luna y el Sol genera una marea sólida que deforma mínimamente la superficie terrestre dos veces al díaEl cambio climático ralentiza la rotación de la Tierra y altera la calibración de la hora universal Cada día, dos veces al día, la Tierra se estira y se encoge. La corteza se eleva y desciende de forma casi imperceptible, como si el planeta respirase. No es una figura retórica: ocurre de verdad. Lo provoca la atracción gravitacional de la Luna y del Sol, que no solo mueven los océanos, sino también la masa sólida del planeta. Ese movimiento constante, conocido como marea terrestre, deforma la superficie sin hacer ruido, sin temblores, sin placas tectónicas. Una oscilación precisa que repite su ciclo como un reloj cósmico Aunque no se nota al caminar, la corteza puede elevarse o hundirse hasta cuarenta centímetros. Todo depende de la posición relativa de los astros, que generan una fuerza capaz de alterar la forma del planeta con una precisión extrema. El suelo es más elástico de lo que parece Esa oscilación, regular y cíclica, se repite cada doce horas aproximadamente, siguiendo un patrón tan previsible como el de las mareas marinas. La Tierra no es una esfera rígida. Bajo el suelo hay una flexibilidad sutil, una elasticidad que reacciona a cada variación gravitacional del entorno. Este fenómeno, documentado desde hace décadas, solo puede medirse con instrumentos extremadamente sensibles: gravímetros, sismómetros, interferómetros láser o sistemas GPS de alta resolución. Las cifras hablan de micras o milímetros, pero sus efectos se extienden a todo el planeta. El día que un acelerador de partículas reveló el vaivén del planeta En algunos lugares, esta deformación obliga a introducir correcciones técnicas. Es lo que ocurre en el Advanced Photon Source, un acelerador de partículas situado en el Laboratorio Nacional de Argonne, en Estados Unidos. Allí, el anillo por donde circulan electrones a gran velocidad se deforma ligeramente dos veces al día. Aunque el haz viaja en una cámara de vacío y no toca la estructura, cualquier variación, por pequeña que sea, afecta a su trayectoria. Para mantener su recorrido estable, el sistema introduce ajustes constantes. El Laboratorio Nacional de Argonne tiene que hacer ajustes constantes Fue en ese lugar donde Louis Emery detectó por primera vez el patrón de la marea terrestre en los datos del acelerador. Buscaba un terremoto, pero encontró algo más regular. Desde entonces, las oscilaciones diarias del suelo se registran con tanta precisión que incluso pueden apreciarse variaciones estacionales, como el encogimiento del anillo en invierno. El caso del APS confirma que la marea sólida no es una idea abstracta: es un fenómeno físico medible que condiciona incluso la tecnología más avanzada. La Tierra nunca está quieta

Oscilaciones regulares - La atracción gravitatoria de la Luna y el Sol genera una marea sólida que deforma mínimamente la superficie terrestre dos veces al día
El cambio climático ralentiza la rotación de la Tierra y altera la calibración de la hora universal
Cada día, dos veces al día, la Tierra se estira y se encoge. La corteza se eleva y desciende de forma casi imperceptible, como si el planeta respirase. No es una figura retórica: ocurre de verdad.
Lo provoca la atracción gravitacional de la Luna y del Sol, que no solo mueven los océanos, sino también la masa sólida del planeta. Ese movimiento constante, conocido como marea terrestre, deforma la superficie sin hacer ruido, sin temblores, sin placas tectónicas.
Una oscilación precisa que repite su ciclo como un reloj cósmico
Aunque no se nota al caminar, la corteza puede elevarse o hundirse hasta cuarenta centímetros. Todo depende de la posición relativa de los astros, que generan una fuerza capaz de alterar la forma del planeta con una precisión extrema.
Esa oscilación, regular y cíclica, se repite cada doce horas aproximadamente, siguiendo un patrón tan previsible como el de las mareas marinas.
La Tierra no es una esfera rígida. Bajo el suelo hay una flexibilidad sutil, una elasticidad que reacciona a cada variación gravitacional del entorno. Este fenómeno, documentado desde hace décadas, solo puede medirse con instrumentos extremadamente sensibles: gravímetros, sismómetros, interferómetros láser o sistemas GPS de alta resolución. Las cifras hablan de micras o milímetros, pero sus efectos se extienden a todo el planeta.
El día que un acelerador de partículas reveló el vaivén del planeta
En algunos lugares, esta deformación obliga a introducir correcciones técnicas. Es lo que ocurre en el Advanced Photon Source, un acelerador de partículas situado en el Laboratorio Nacional de Argonne, en Estados Unidos.
Allí, el anillo por donde circulan electrones a gran velocidad se deforma ligeramente dos veces al día. Aunque el haz viaja en una cámara de vacío y no toca la estructura, cualquier variación, por pequeña que sea, afecta a su trayectoria. Para mantener su recorrido estable, el sistema introduce ajustes constantes.
Fue en ese lugar donde Louis Emery detectó por primera vez el patrón de la marea terrestre en los datos del acelerador. Buscaba un terremoto, pero encontró algo más regular. Desde entonces, las oscilaciones diarias del suelo se registran con tanta precisión que incluso pueden apreciarse variaciones estacionales, como el encogimiento del anillo en invierno.
El caso del APS confirma que la marea sólida no es una idea abstracta: es un fenómeno físico medible que condiciona incluso la tecnología más avanzada.
La Tierra nunca está quieta
La superficie del planeta se mueve sin descanso, empujada por fuerzas cósmicas que actúan con una regularidad absoluta. La Luna y el Sol estiran y comprimen la Tierra sin que se perciba, pero sin dejar de hacerlo nunca.
Esa oscilación constante, esa mínima flexión de la corteza, es uno de los muchos recordatorios de que la Tierra está sometida a un ritmo externo, uno que no se puede detener ni ignorar.