La lección del papa Francisco sobre Gaza: fue un ejemplo de liderazgo moral en tiempos amorales
Con su claridad ante los abusos de Israel, el difunto papa dejó en evidencia la hipocresía de muchos medios y políticos¿Quiénes elegirán al nuevo Papa? Estos son los 133 cardenales que votarán en el cónclave La muerte de grandes figuras públicas puede provocar las expresiones de hipocresía más grotescas. Así ha sucedido con el papa Francisco, ahora elogiado por líderes y medios que fueron cómplices de los mismos males que él condenó. “El papa Francisco fue un papa para los pobres, los oprimidos y los olvidados”, dijo Keir Starmer, un primer ministro británico que ha eliminado el subsidio de calefacción invernal para muchos pensionistas vulnerables antes de lanzar un ataque contra las prestaciones por discapacidad que, según las previsiones, empujará a unos 400.000 británicos a la pobreza. “Promovió... el fin del... sufrimiento en todo el mundo”, escribió Joe Biden, facilitador del asalto genocida de Israel sobre Gaza. De hecho, el destino de Gaza pareció ocupar gran parte de los últimos años del Papa. En su último mensaje de Pascua, condenó la “muerte y destrucción” y la consiguiente “dramática y deplorable situación humanitaria”, un sermón poderoso que casi ningún medio occidental cubrió. En efecto, cuesta encontrar una cobertura destacada de cualquiera de sus valientes declaraciones sobre Gaza, como esta: “Esto no es una guerra. Esto es terrorismo”. En su último texto publicado, el Papa reiteró su apoyo a un Estado palestino, declarando: “La paz exige coraje, mucho más que la guerra”. Starmer reconoció el trabajo del Papa con “cristianos de todo el mundo que enfrentan guerras, hambrunas, persecución y pobreza”. Sin embargo, no hizo referencia a cómo el Papa llamaba todos los días a la única iglesia católica de Gaza para ofrecer solidaridad y oraciones, ni a cómo temía con razón por una comunidad cristiana que corre el riesgo de desaparecer tras haber vivido en Gaza durante más de 1.600 años. La islamofobia ha sido un factor clave en el despojo del valor y significado de la vida palestina. Pero esa deshumanización trasciende la religión, ya que hubo poca indignación en Occidente por el ataque israelí a la iglesia de San Porfirio en Gaza, o el reciente bombardeo al hospital bautista Al Ahli, o la matanza de numerosos cristianos, entre ellos una madre anciana y su hija, asesinadas por un francotirador israelí en la iglesia de la Sagrada Familia en la víspera de Navidad de 2023. Esa era la iglesia a la que el Papa llamaba cada día; su escuela fue atacada por el Ejército israelí el pasado julio. Reino Unido no fue un simple espectador. La “muerte y destrucción” deploradas por el Papa incluyen las bombas que cayeron sobre Gaza desde cazas F-35, cuyos componentes clave son suministrados por Londres. En su último libro, el Papa señala: “Según algunos expertos, lo que está ocurriendo en Gaza tiene características de genocidio”. Sin embargo, el Gobierno británico se niega a calificar como “crimen de guerra” ninguna de las atrocidades israelíes. Recordemos cuando el ministro de Exteriores, David Lammy, fue reprendido por Downing Street por simplemente afirmar que Israel había violado el derecho internacional. La muerte de figuras públicas se politiza inevitablemente de dos maneras. En casos como el de Margaret Thatcher, la muerte agudiza las divisiones políticas, y los críticos son tratados como indecentes e irrespetuosos si señalan su legado nefasto. Si el fallecido era una figura respetada que disentía del statu quo en vida, sus opiniones suelen ser blanqueadas póstumamente. Eso le ocurrió a Nelson Mandela, quien declaró célebremente: “Sabemos muy bien que nuestra libertad está incompleta sin la libertad del pueblo palestino”. Una vez más, quienes evocan las creencias auténticas del difunto corren el riesgo de ser acusados de sembrar división en un momento de duelo. De forma perversa, hay algo casi refrescante en la honestidad de la política ultraderechista estadounidense Marjorie Taylor Greene, quien escribió en redes sociales, en aparente referencia al Papa: “Hoy hubo cambios importantes en el liderazgo mundial. El mal está siendo derrotado por la mano de Dios”. Una afirmación asombrosamente ofensiva. Pero ¿cuánto más irrespetuoso es eso que ignorar el contenido real de las creencias y posturas valientes del Papa, y ofrecer en su lugar vaguedades y tópicos? Precisamente por eso fue tan importante el papel del Papa. Occidente está bajo el yugo del ataque más extremo contra la libertad de expresión desde el macartismo de los años 50, con quienes denuncian el genocidio de Israel siendo censurados, amenazados, despedidos, expulsados de universidades, agredidos por la policía, arrestados, encarcelados e incluso ahora enfrentando deportaciones desde países como Alemania y Estados Unidos. En este contexto, el papa Francisco fue una excepción notable a la regla –y no se puede cancelar al Papa–. En cambio, la

Con su claridad ante los abusos de Israel, el difunto papa dejó en evidencia la hipocresía de muchos medios y políticos
¿Quiénes elegirán al nuevo Papa? Estos son los 133 cardenales que votarán en el cónclave
La muerte de grandes figuras públicas puede provocar las expresiones de hipocresía más grotescas. Así ha sucedido con el papa Francisco, ahora elogiado por líderes y medios que fueron cómplices de los mismos males que él condenó. “El papa Francisco fue un papa para los pobres, los oprimidos y los olvidados”, dijo Keir Starmer, un primer ministro británico que ha eliminado el subsidio de calefacción invernal para muchos pensionistas vulnerables antes de lanzar un ataque contra las prestaciones por discapacidad que, según las previsiones, empujará a unos 400.000 británicos a la pobreza. “Promovió... el fin del... sufrimiento en todo el mundo”, escribió Joe Biden, facilitador del asalto genocida de Israel sobre Gaza.
De hecho, el destino de Gaza pareció ocupar gran parte de los últimos años del Papa. En su último mensaje de Pascua, condenó la “muerte y destrucción” y la consiguiente “dramática y deplorable situación humanitaria”, un sermón poderoso que casi ningún medio occidental cubrió. En efecto, cuesta encontrar una cobertura destacada de cualquiera de sus valientes declaraciones sobre Gaza, como esta: “Esto no es una guerra. Esto es terrorismo”. En su último texto publicado, el Papa reiteró su apoyo a un Estado palestino, declarando: “La paz exige coraje, mucho más que la guerra”.
Starmer reconoció el trabajo del Papa con “cristianos de todo el mundo que enfrentan guerras, hambrunas, persecución y pobreza”. Sin embargo, no hizo referencia a cómo el Papa llamaba todos los días a la única iglesia católica de Gaza para ofrecer solidaridad y oraciones, ni a cómo temía con razón por una comunidad cristiana que corre el riesgo de desaparecer tras haber vivido en Gaza durante más de 1.600 años.
La islamofobia ha sido un factor clave en el despojo del valor y significado de la vida palestina. Pero esa deshumanización trasciende la religión, ya que hubo poca indignación en Occidente por el ataque israelí a la iglesia de San Porfirio en Gaza, o el reciente bombardeo al hospital bautista Al Ahli, o la matanza de numerosos cristianos, entre ellos una madre anciana y su hija, asesinadas por un francotirador israelí en la iglesia de la Sagrada Familia en la víspera de Navidad de 2023. Esa era la iglesia a la que el Papa llamaba cada día; su escuela fue atacada por el Ejército israelí el pasado julio.
Reino Unido no fue un simple espectador. La “muerte y destrucción” deploradas por el Papa incluyen las bombas que cayeron sobre Gaza desde cazas F-35, cuyos componentes clave son suministrados por Londres. En su último libro, el Papa señala: “Según algunos expertos, lo que está ocurriendo en Gaza tiene características de genocidio”. Sin embargo, el Gobierno británico se niega a calificar como “crimen de guerra” ninguna de las atrocidades israelíes. Recordemos cuando el ministro de Exteriores, David Lammy, fue reprendido por Downing Street por simplemente afirmar que Israel había violado el derecho internacional.
La muerte de figuras públicas se politiza inevitablemente de dos maneras. En casos como el de Margaret Thatcher, la muerte agudiza las divisiones políticas, y los críticos son tratados como indecentes e irrespetuosos si señalan su legado nefasto. Si el fallecido era una figura respetada que disentía del statu quo en vida, sus opiniones suelen ser blanqueadas póstumamente. Eso le ocurrió a Nelson Mandela, quien declaró célebremente: “Sabemos muy bien que nuestra libertad está incompleta sin la libertad del pueblo palestino”. Una vez más, quienes evocan las creencias auténticas del difunto corren el riesgo de ser acusados de sembrar división en un momento de duelo.
De forma perversa, hay algo casi refrescante en la honestidad de la política ultraderechista estadounidense Marjorie Taylor Greene, quien escribió en redes sociales, en aparente referencia al Papa: “Hoy hubo cambios importantes en el liderazgo mundial. El mal está siendo derrotado por la mano de Dios”. Una afirmación asombrosamente ofensiva. Pero ¿cuánto más irrespetuoso es eso que ignorar el contenido real de las creencias y posturas valientes del Papa, y ofrecer en su lugar vaguedades y tópicos?
Precisamente por eso fue tan importante el papel del Papa. Occidente está bajo el yugo del ataque más extremo contra la libertad de expresión desde el macartismo de los años 50, con quienes denuncian el genocidio de Israel siendo censurados, amenazados, despedidos, expulsados de universidades, agredidos por la policía, arrestados, encarcelados e incluso ahora enfrentando deportaciones desde países como Alemania y Estados Unidos.
En este contexto, el papa Francisco fue una excepción notable a la regla –y no se puede cancelar al Papa–. En cambio, las élites políticas y mediáticas han intentado borrar su legado en la muerte como ya lo hacían en vida, otra táctica dentro de la estrategia para eliminar el escrutinio y la rendición de cuentas por este crimen de proporciones históricas.
Este fue un papa inusual que denunció el capitalismo desenfrenado y un “nuevo colonialismo”. Pero también estuvo plagado de contradicciones, mostrando más apertura hacia las personas LGTBI+ que sus predecesores, mientras denunciaba lo que llamó “ideología de género” como “el peligro más feo” de nuestro tiempo. Al fin y al cabo, los papas no son responsables ante las urnas: quienes no creemos sostenemos que su elección es arbitraria y no voluntad divina. Como cualquier figura poderosa sin mandato democrático, que un papa sea favorable a la justicia o no es cuestión de azar.
Y un papa benevolente no elimina la necesidad de críticas a la Iglesia católica por, por ejemplo, su gestión de los abusos sexuales o su oposición a los anticonceptivos durante la pandemia de VIH/sida en África.
Pero lo que importa es esto: si uno cree que se está cometiendo un crimen monumental ante nuestros ojos, entonces debe esperar que cualquiera con poder e influencia tome partido. Que la historia registre que este Papa sí tomó partido frente a uno de los grandes horrores de nuestro tiempo.