La hierba y las txibiritas

Los tallos tiernos y frescos de la hierba de primavera son el telón de fondo de las txibiritas. Es momento de aprender a segar con la guadaña. Un arte del que me siento muy orgulloso. Estamos en marzo de 1975.

Mar 30, 2025 - 04:35
 0
La hierba y las txibiritas

La primavera son txibiritas. Es hierba que crece con la mirada. Sol y agua. Así que en casa es época de una actividad si acaso más intensa en la huerta y en las campas. Este es el momento en que sé que me van a dejar segar la hierba. Y sé que mi abuelo que explicará con detalle cómo debo emplear la guadaña. El año pasado fue la primera vez que me dejó. Eso sí, con mil advertencias por su forma afilada y el riesgo que conlleva.

Creo que, más o menos, ya me sé la técnica. Por supuesto, no se picar la guadaña; eso lo hace un vecino, Marce. Lo que sí sé es afilarla. La piedra suele estar guardada en un cuerno de vaca hueco con algo de agua en su interior que mi abuelo se pone a la cintura cuando vamos a hacer la hierba. Él la afila de forma suave y melódica. Escucho cómo la piedra roza contra el filo de la guadaña en movimientos rítmicos, pausados. Suena de tal forma que parece música. Adelante y atrás, adelante y atrás. La piedra comienza a hacer su trabajo primero en la parte más cercana al mango y luego, poco a poco, termina por alcanzar la punta. Al final, no hay color, la guadaña afilada es impresionante.

Veo la hierba y veo las txibiritas. La hierba está muy tierna. No tiene nada que ver con la que se siega en verano para enfardar. Veo tréboles y pequeños brotes tiernos y delicados. Estoy convencido de que es un manjar para las vacas. La hierba se viste de un color verde muy profundo y desprende un olor dulzón. La corto con la guadaña. Tengo que hacerlo bien porque sé que mi abuelo vigila. Quiere estar estar orgulloso del corte que yo sea capaz de hacer. La punta ligeramente levantada, el trazo curvo sin llegar a la media circunferencia. Hacia delante, sin dejar faltas.

Las txibiritas van a volver a nacer. Se entremezclan con los tallos frescos de la hierba de primavera. Puede parecer cruel porque las siego, pero no lo siento así. Son explosión de vida, aunque estén destinadas a formar parte del alimento de nuestras vacas. No me olvido de la alegría que proporcionan. Otro día tengo que explicar cómo jugamos a hacer collares con ellas, cómo atravesamos su corazón con un alfiler. Es primavera. Estamos en marzo de 1975.

Imagen de Ghinzo en Pixabay.