La democracia amenazada. De cómo la política ha sido secuestrada por los políticos

En las ciudades de la Grecia arcaica, como Micenas, el centro urbano estaba ocupado por el palacio del rey, en torno al cual se distribuían las distintas estructuras administrativas. Todo giraba en torno al poder despótico del tirano, autor del orden social, al igual que en el Olimpo Zeus se erigía como autor del orden cósmico. Con el nacimiento, entre los siglos VII y VI a. C., de las modernas polis, el centro de la ciudad pasó a ser el ágora o la plaza, un espacio público en el que los ciudadanos se reunían en asambleas para discutir sobre el bien común. Todos tenían el derecho y la obligación de participar en los asuntos públicos. Asistíamos así a uno de los momentos culminantes de la historia de la humanidad: el nacimiento de la democracia . Se ha puesto en relación el surgimiento de la democracia en Grecia con el origen de la filosofía. En las antiguas ciudades griegas la autoridad del tirano, quien se presentaba ante sus súbditos como ungido por una divinidad, era soberana: nadie osaba discutir sus leyes, inspiradas por un dios. En las sociedades democráticas, en cambio, se debatía, se argumentaba, se empezaba discutiendo acerca de si una determinada ley era justa y se acababa preguntando, como hacía Sócrates, qué es la justicia. Desde aquella democracia de la Atenas de Pericles, de la que sólo se beneficiaban los ciudadanos atenienses, varones y libres, a las modernas democracias occidentales, se ha recorrido un largo y esperanzador camino, hasta conseguir esas grandes conquistas de la humanidad que se llaman sufragio universal y Estado de Derecho, fundado en la soberanía de la voluntad general y en la separación de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Hoy, sin embargo, la más antigua de las democracias modernas, la de los EEUU, ha sido secuestrada por Trump y su pandilla de multimillonarios y especuladores, dispuestos a asaltar la democracia y el Estado. Pero no hace falta atravesar el Atlántico. En la vieja Europa, heredera de los valores de la antigua Grecia, la democracia está siendo atacada desde diferentes frentes. Ni siquiera es necesario cruzar los Pirineos: aquí, en nuestro desgraciado país, en la España de Pedro Sánchez, el sistema democrático está amenazado . ¿Dónde quedan la independencia del poder judicial, la autonomía del Tribunal Constitucional y la de la Fiscalía General del Estado? Volaverunt . ¿Dónde el mandato constitucional de aprobar unos presupuestos generales? Voló. ¿Dónde la igualdad de los ciudadanos ante la ley, que pena más al que roba un coche que al prófugo de la justicia que da un golpe de Estado declarando unilateralmente la independencia de su «país»? Voló también. ¿Dónde la libertad de expresión de los medios que no son afines al gobierno y que quedan rebajados por éste a fango o basura? Voló. ¿Dónde la solidaridad entre las comunidades autónomas? Voló. ¿Dónde están las 50.000 viviendas que el presidente del gobierno prometió si le votábamos en las últimas elecciones? Volaverunt. ¿Dónde las políticas verdaderamente progresistas que se preocupan de los problemas reales de los trabajadores? Volaverunt . ¿Dónde quedan la verdad, perdida entre tantas mentiras, y la decencia, asqueada ante tantas corruptelas , de esta clase gobernante que se preocupa más por colocar a sus amigos y afines en las empresas públicas que por resolver la situación desesperada de tantos jóvenes que no pueden acceder a una vivienda? Volaverunt . Estos señores del gobierno tienen en frente a una oposición que brilla a la misma altura (a la altura del betún) y que se mueven por los mismos intereses partidistas y personales. Ellos mismos se descalifican con su incompetencia y su absoluta falta de respeto a la verdad (no hablemos de las mentiras de los manzones y las ayusos, ni de la barbarie que representan esos cavernícolas ultramontanos de la extrema derecha nacional). Tanto a unos como a otros les traen sin cuidado el bien general y eso que se ha llamado sentido o responsabilidad de Estado. De la política, que nace de la polis y para la polis, esto es, para los ciudadanos, se han apropiado los políticos. A los sufridos españoles no nos queda sino mirar con envidia la capacidad de llegar acuerdos de los partidos alemanes. Resultado de todo este ruido: los ciudadanos quedamos postrados entre el hastío y la indiferencia. El parloteo político ya no hace sino provocar nuestro cansancio y aburrimiento, lo cual conviene a la perfección a los nuevos poderes que dirigen el mundo: nos hemos convertido en una ciudadanía apática que se siente impotente para cambiar nada. Somos individuos aislados frente a una esfera opaca: la función de la oscura (kafkiana) burocracia ahora la realizan las nuevas tecnologías, que lo saben casi todo de nosotros sin que nosotros podamos saber nada acerca de ellas. Nos hemos convertido en tan poco significativos, que no sabemos qué hacer, quizás porque cada vez tengamos menos que hacer; o tal vez porque, bajo el velo de nuestra vida estresante, apremiada por la «actua

May 3, 2025 - 15:50
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La democracia amenazada. De cómo la política ha sido secuestrada por los políticos
En las ciudades de la Grecia arcaica, como Micenas, el centro urbano estaba ocupado por el palacio del rey, en torno al cual se distribuían las distintas estructuras administrativas. Todo giraba en torno al poder despótico del tirano, autor del orden social, al igual que en el Olimpo Zeus se erigía como autor del orden cósmico. Con el nacimiento, entre los siglos VII y VI a. C., de las modernas polis, el centro de la ciudad pasó a ser el ágora o la plaza, un espacio público en el que los ciudadanos se reunían en asambleas para discutir sobre el bien común. Todos tenían el derecho y la obligación de participar en los asuntos públicos. Asistíamos así a uno de los momentos culminantes de la historia de la humanidad: el nacimiento de la democracia . Se ha puesto en relación el surgimiento de la democracia en Grecia con el origen de la filosofía. En las antiguas ciudades griegas la autoridad del tirano, quien se presentaba ante sus súbditos como ungido por una divinidad, era soberana: nadie osaba discutir sus leyes, inspiradas por un dios. En las sociedades democráticas, en cambio, se debatía, se argumentaba, se empezaba discutiendo acerca de si una determinada ley era justa y se acababa preguntando, como hacía Sócrates, qué es la justicia. Desde aquella democracia de la Atenas de Pericles, de la que sólo se beneficiaban los ciudadanos atenienses, varones y libres, a las modernas democracias occidentales, se ha recorrido un largo y esperanzador camino, hasta conseguir esas grandes conquistas de la humanidad que se llaman sufragio universal y Estado de Derecho, fundado en la soberanía de la voluntad general y en la separación de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Hoy, sin embargo, la más antigua de las democracias modernas, la de los EEUU, ha sido secuestrada por Trump y su pandilla de multimillonarios y especuladores, dispuestos a asaltar la democracia y el Estado. Pero no hace falta atravesar el Atlántico. En la vieja Europa, heredera de los valores de la antigua Grecia, la democracia está siendo atacada desde diferentes frentes. Ni siquiera es necesario cruzar los Pirineos: aquí, en nuestro desgraciado país, en la España de Pedro Sánchez, el sistema democrático está amenazado . ¿Dónde quedan la independencia del poder judicial, la autonomía del Tribunal Constitucional y la de la Fiscalía General del Estado? Volaverunt . ¿Dónde el mandato constitucional de aprobar unos presupuestos generales? Voló. ¿Dónde la igualdad de los ciudadanos ante la ley, que pena más al que roba un coche que al prófugo de la justicia que da un golpe de Estado declarando unilateralmente la independencia de su «país»? Voló también. ¿Dónde la libertad de expresión de los medios que no son afines al gobierno y que quedan rebajados por éste a fango o basura? Voló. ¿Dónde la solidaridad entre las comunidades autónomas? Voló. ¿Dónde están las 50.000 viviendas que el presidente del gobierno prometió si le votábamos en las últimas elecciones? Volaverunt. ¿Dónde las políticas verdaderamente progresistas que se preocupan de los problemas reales de los trabajadores? Volaverunt . ¿Dónde quedan la verdad, perdida entre tantas mentiras, y la decencia, asqueada ante tantas corruptelas , de esta clase gobernante que se preocupa más por colocar a sus amigos y afines en las empresas públicas que por resolver la situación desesperada de tantos jóvenes que no pueden acceder a una vivienda? Volaverunt . Estos señores del gobierno tienen en frente a una oposición que brilla a la misma altura (a la altura del betún) y que se mueven por los mismos intereses partidistas y personales. Ellos mismos se descalifican con su incompetencia y su absoluta falta de respeto a la verdad (no hablemos de las mentiras de los manzones y las ayusos, ni de la barbarie que representan esos cavernícolas ultramontanos de la extrema derecha nacional). Tanto a unos como a otros les traen sin cuidado el bien general y eso que se ha llamado sentido o responsabilidad de Estado. De la política, que nace de la polis y para la polis, esto es, para los ciudadanos, se han apropiado los políticos. A los sufridos españoles no nos queda sino mirar con envidia la capacidad de llegar acuerdos de los partidos alemanes. Resultado de todo este ruido: los ciudadanos quedamos postrados entre el hastío y la indiferencia. El parloteo político ya no hace sino provocar nuestro cansancio y aburrimiento, lo cual conviene a la perfección a los nuevos poderes que dirigen el mundo: nos hemos convertido en una ciudadanía apática que se siente impotente para cambiar nada. Somos individuos aislados frente a una esfera opaca: la función de la oscura (kafkiana) burocracia ahora la realizan las nuevas tecnologías, que lo saben casi todo de nosotros sin que nosotros podamos saber nada acerca de ellas. Nos hemos convertido en tan poco significativos, que no sabemos qué hacer, quizás porque cada vez tengamos menos que hacer; o tal vez porque, bajo el velo de nuestra vida estresante, apremiada por la «actualidad», se esconde un profundo aburrimiento. Nos sentimos, en cuanto agentes sociales, como actores que se han quedado sin trabajo, como si ya todo estuviera cumplido o acabado. Pero quizás sea ya hora de despertar de este profundo letargo y reaccionar contra aquellos que pretenden administrar nuestras vidas hasta reducir nuestro radio de acción a la insignificancia. Sacudirnos ese bostezo de aburrimiento e indiferencia y tomar las riendas de nuestra vida, regenerando la democraci a , es algo que todavía está en nuestras manos. Nos podemos sentir como aquellos griegos de la Gracia arcaica, impotentes en relación con el destino y la historia, o como los ciudadanos libres de las modernas polis, individuos capaces de determinar mediante sus decisiones asamblearias un futuro común. Si hay algo por lo que hoy todavía merezca la pena luchar es el amenazado Estado de Derecho. La resignación y la fatalidad en el ámbito de la acción política nunca puede ser una opción. Quizás no esté de más recordarles a sus señorías que la política no es cosa de los políticos, sino de los ciudadanos.