Hace 60 años, Richard Feynman ganó el premio Nobel de Física, que intentó rechazar

Obstinado y bromista con sus colegas, también participó en el diseño de la bomba atómica

May 7, 2025 - 23:57
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Hace 60 años, Richard Feynman ganó el premio Nobel de Física, que intentó rechazar

Sonó el teléfono a las 3.30 de la mañana en California. Una persona, irritada, respondió.

–¿Pero quién llama a esta hora de la madrugada para molestar?

–Creía que le gustaría saber que ganó el premio Nobel.

–¡Sí, pero estoy durmiendo! Hubiera sido mejor que me llamara por la mañana –dijo y colgó.

Sonó de nuevo el teléfono:

–Profesor Feynman, no sé si oyó bien…

–Sí, oí.

El profesor desconectó la línea, porque los llamados no cesaban. Quiso volver a dormir. No lo logró. Se puso a pensar si podía rechazar el premio, qué pasaría. Volvió a conectar la línea (era 1965, por cierto, no había celulares). Sonó al instante. Era un periodista, a quien le dijo: “Oye, tengo un problema, así que esto es off the record. No sé cómo salir de este enredo, ¿hay manera de no aceptar el premio?”.

Hablaron unos veinte minutos, y el periodista le dijo que sería peor no aceptarlo. Colgó, sonó de nuevo, era otro periodista y luego el cónsul de Suecia: había que organizar una recepción por el premio. Él anotó ocho invitados, incluyendo al vecino de enfrente. Cuando vio que las personas anotadas por el cónsul eran como mínimo 300, dijo que no se haría de ningún modo. Y no se hizo.Feynman junto a su esposa en 1965, el año en que ganó el Nobel de Física

Esa es la narración que hace el propio Richard Feynman de lo que para cualquiera sería el día más glorioso; para él fue una molestia, un incordio, una interrupción en la rutina. Luego llegó, inevitable, el momento de la recepción en Estocolmo, algo que también le molestaba tener que hacer, empezando por la ostentosa vestimenta.

Cómo puedo, se preguntaba, agradecer con sinceridad un premio que no quiero. Y, después de pensarlo durante semanas, encontró la fórmula: dijo que él ya había sido premiado, que el verdadero premio era poder investigar y que otros científicos hallaran interesantes sus descubrimientos, que ese era el premio. Pero luego añadió que recibió un pilón de cartas de gente que hacía años que no veía y que lo llenaron de amor. Y por eso también agradeció ante el rey de Suecia. Todo bien, pero, en resumen, el Nobel para él fue ante todo una contrariedad.

La única vez que sacó verdadero provecho al Nobel fue en Brasil, donde fue primero como tímido profesor a Río de Janeiro y se quedó varias temporadas, porque le gustaban las fiestas, los tragos, la música, las mujeres y el bullicio.

La temporada siguiente a ganar el Nobel, lo invitaron al carnaval de Río como huésped de honor. Iban de scola en scola, lo seguían los fotógrafos (estaba con su esposa Gweneth) todo el tiempo, él estaba feliz. Pero se dio cuenta de que en verdad nadie parecía muy excitado de tenerlos a ellos en esa posición estelar. Entonces se enteró de que habían sido elegidos a último momento tras la deserción de la actriz italiana Gina Lollobrigida, una superestrella.

Al ministro de Turismo de Brasil no se le había ocurrido mejor idea que reemplazarla por un físico que había dado clases allí alguna vez y que había aparecido en los diarios por el Nobel unos meses antes. Feynman apunta que fue tan mala la decisión que al ministro tuvieron que echarlo.Feynman aprendió a tocar el bongó en Río de Janeiro

Como fuera, lo cierto es que habrá algunos más célebres, más influyentes, que hicieron más escuela. Pero es improbable que haya en la historia un físico eminente más festivo que Richard Feynman (1918-1988), ganador del premio Nobel hace exactamente sesenta años, por “su contribución fundamental a la electrodinámica cuántica, con consecuencias profundas para la física de las partículas elementales”, según la Academia Sueca.

Son famosos sus “diagramas de Feynman”, serios y rigurosos gráficos con la representación de las interacciones entre partículas que facilitan los cálculos. Su libro Surely you’re joking, Mr Feynman, (traducido como ¿Está usted de broma, Sr Feynman?) con prólogo de Bill Gates, publicado por primera vez hace 40 años, conforma una singular biografía donde se muestra caprichoso y obstinado, pero simultáneamente gracioso y propenso a burlarse y gastarle bromas a sus colegas. Una persona desesperada por divertirse, sea con la ciencia o a costa de otros (su afición a las mujeres le costó una cancelación postmortem).

Tocaba el bongó

El testimonio para el libro lo tomó “durante siete años de agradable percusión” Ralph Leighton (que también tomó las historias de What do you care what other people think?, traducido como ¿Qué te importa lo que piensen los demás?, especie de continuación). Y la expresión “agradable percusión” de Leighton no era para nada una metáfora, sino más bien la imagen que quizá más haya trascendido de Feynman: cuando tocaba el bongó, ese instrumento caribeño para llevar el ritmo.

La historia de cómo empezó a tocar también es singular. Nacido en Nueva York, no parecía tener aptitudes para una música tan desinhibida como el samba. Pero durante su estadía en Brasil no iba a perderse la experiencia. Como pudieron, le enseñaron a tocar la pandereta; después aprendió a tocar la frigideira, que no es otra cosa que la sartén que se usa como artefacto rítmico en los carnavales. Como parte del Proyecto Manhattan, Feynman logró que el equipo de computadoras humanas funcionara a un ritmo inhumano

Sin embargo, tanto va el físico a la fuente que al final consiguió ser bueno, o al menos ser admitido, y lo invitaron a formar parte de la scola Farsantes de Copacabana. Pero algo no terminaba de funcionar y, cada tanto el líder, del grupo detenía los ensayos para quejarse: “Es otra vez el norteamericano”, entendió que se decía.

Feynman, sin embargo, no se amilanó y se entregó a practicar sin cesar, no fue echado e incluso consiguió un lugar destacado en el grupo. Como no podía ser de otro modo, tenía una teoría para su esforzado éxito: “Es como cuando un francoparlante llega a Estados Unidos. Al principio, comete toda clase de errores y apenas se le entiende. Luego sigue practicando hasta que habla bastante bien, e incluso se encuentra un cierto giro delicioso en la forma en que habla, el acento es encantador y es lindo oírlo. Así que debe ser que yo tenía un cierto acento al tocar la frigideira, porque no podría competir con quienes la han tocado durante toda una vida; debe ser un cierto acento tonto. Como sea, me transformé en un exitoso frigideirista”.

Los años de Los Álamos

La rebeldía, esa aura de enfant terrible de Feynman, que no parecía afectada, para nada “devorada por el personaje”, sino simplemente su manera de ser, se mostró desnuda durante los años en que formó parte del ultrasecreto Proyecto Manhattan, aquel que puso a las mentes brillantes norteamericanas a diseñar la bomba atómica antes de que los nazis lo consiguieran y volcaran la Segunda Guerra Mundial. Con sus animadas y lúcidas explicaciones, Feynman hacía tangibles los conceptos abstractos

Ni aun en ese tenso contexto se calmó el bueno de Feynman. Entonces era apenas un joven físico que había sido convocado por el fervor patriótico en 1941. Primero trabajó en artefactos para dirigir la artillería, nada muy sofisticado. Pero luego la cosa se puso más compleja y estaba de nuevo en Princeton -donde se había doctorado en física- cuando un colega le mencionó que había un trabajo secreto: se buscaba separar los isótopos de uranio para conseguir una bomba. Había gente que trabajaría en la parte práctica del asunto, y gente que lo haría en la parte teórica. Ahí, en esta última, quedó Feynman, in situ, como parte del mencionado proyecto en Los Álamos (Nuevo México), donde conoció a Robert Oppenheimer, de quien habla maravillas.

Como el asunto era secreto les pidieron a todos los científicos que fueron desde Princeton, en el noreste del país, hacia el sur en la frontera con México, que no sacaran pasajes de tren directo hacia allí, sino a otros lados para que no se viera tal flujo de mentes y que potenciales espías se confundieran. Cosa que todos lo hicieron… menos Feynman, que sacó la cuenta de que si los demás iban a otros lados, que él sacara a Nuevo México no sería problema. Hasta que fue a la estación y la encontró repleta de valijas y bagayos del resto de los investigadores que no habían tomado la precaución de llevar consigo todo el equipaje. “Así que todo esto es suyo”, se le rio el boletero.

El lugar de destino era, por supuesto, una serie de instalaciones militares, por más que hubiera investigadores que se la pasaran leyendo papers como Feynman, por lo que el ambiente donde convivían decenas de personas era más parecido al de un cuartel, donde mujeres y hombres dormían en lugares separados. Feynman decoró la camioneta de la familia con sus diagramas.

El control era tan férreo que se había establecido un sistema de censura de cada carta que saliera del lugar. Quienes enviaban cartas desde Los Álamos aceptaban no cerrar el sobre para que alguien las leyera y las aprobara; las que llegaban, llegaban abiertas.

Pero enseguida hubo problemas con Feynman y se sospechó que podía ser un espía: resulta que su familia le enviaba mensajes codificados solamente para que el físico se divirtiera descifrándolos. Motivo que a los militares se les hacía difícil comprender y por lo cual lo interrogaron. Luego, su esposa Arline le escribió mencionando que la incomodaba escribirle sabiendo que su carta sería leída por el censor. Hecho que al militar que leía las cartas le pareció inconveniente. Entonces lo llamó a Feynman y le pidió que Arline no mencionara la existencia del censor o a la censura en sus cartas. El físico obedeció y en su siguiente carta le escribió: “Querida, por favor, no menciones al censor ni a la censura en tus cartas”. Declaración que enojó nuevamente al censor y no dejó pasar.

Otra vez lo llamó a Feynman al orden, así que en el próximo encuentro real (en un hospital, porque ella tenía una enfermedad que la mataría antes del final de la guerra), él le explicó que no debía hacerlo... y convinieron un código para decirse cosas, algo por cierto fuera de la ley. Tampoco ayudó a evitar su fama de espía el hecho de que se transformara en un experto en abrir cajas de seguridad. Lo hacía un poco con conocimiento matemático y un poco con ese conocimiento práctico que tenía desde que arreglaba radios antes de los diez años para sorpresa de los adultos.

El último aporte de Feynman a la causa pública tuvo que ver con la investigación del desastre del Challenger, aquel transbordador espacial que estalló apenas 73 segundos después de despegar de Cabo Cañaveral (en Florida), el 28 de enero de 1986, y que llevaba siete pasajeros, incluyendo famosamente a la maestra Christa McAuliffe, que tenía 37 años.

Feynman fue, a regañadientes, como no podía ser de otra manera, a Washington para trabajar en la comisión que investigó el desastre de la NASA. Y fue él quien se dio cuenta de que el problema que causó la tragedia había sido que un remache mal hecho de unos pocos dólares, que derivó en la mezcla de oxígeno e hidrógeno que provocó la explosión. En el medio se peleó con los otros miembros de la comisión, que estaban más sujetos a presiones políticas que un Feynman que buscaba la verdad científica. Sin importarle las consecuencias.