Fue campeón nacional, corrió con Fangio y a los 91 años fabrica autos clásicos que vende al mundo
Néstor Salerno fue piloto entre mediados de los cincuenta y sesenta, destacándose a nivel local e internacional y codeándose con los ases del momento; corrió contra Fangio y bajo su dirección; luego empezó replicar autos sport y hoy sigue haciendo máquinas que se venden en varios países del mundo

“Usted haga de cuenta que entró a un museo de ciencias naturales y despertó a un dinosaurio”. Esas son las palabras de bienvenida con las que arranca la charla, entre sonrisa cómplice y mirada divertida, Néstor Salerno. Con años de velocidad y adrenalina acumulada en sus espaldas (nació el 3 de agosto de 1933), ya los primeros minutos de conversación atestiguan una prodigiosa memoria para rescatar recuerdos lejanos, vivencias y detalles que va narrando con serenidad y precisión, desempolvando gestas de tiempos remotos, anécdotas teñidas de epopeya, todas como si fuera algo natural o cosa de todos los días.
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Salerno es un hombre que de chico respiró y palpitó la considerada Época de Oro del automovilismo local, esa era de ases del volante, un mundo que no tardó en vivir a su modo a muy temprana edad y entre lo que la vida y las concesiones de su padre —también apasionado de los fierros y la velocidad— le permitían.
Recibe a LA NACION sentado en la oficina de su taller en Don Torcuato, al cual va en su auto de lunes a viernes para pasar horas dibujando alguna próxima creación, diseñando piezas o pensando en cómo rastrear datos técnicos de autos que desaparecieron hace décadas, controlar los trabajos y dar alguna que otra orden.
“Tengo 91 años y medio, por ende, el que charle conmigo o me haga una entrevista puede abordar el ayer, lo que pasó en el medio y la actualidad”, dice. Y así es, porque su vida estuvo siempre relacionada con los autos, los de competición y los sport para calle, porque estuvo arriba de esas máquinas y porque también se lanzó a recrearlas con habilidad y dedicación tales que, al poco tiempo nomás, los reconocimientos no escaseaban.
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De muy chico era amante de la aviación. “Mi padre me llevaba a la Base Aérea de Morón porque me encantaba ese mundo. Era fanático de la aviadora argentina Carola Lorenzini”, cuenta.
Un buen día de comienzos de la década del 40, la salida junto a su papá tuvo otro destino: aquella vez fue la zona Retiro para ver una carrera de Autos Especiales en un circuito que, finalizada la Segunda Guerra, se convirtió en el escenario donde se corrían las temporadas internacionales, a las cuales venían los campeones italianos y franceses a las carreras organizadas por el Automóvil Club Argentino.
“Me entusiasmó todo de ese mundo, me enloquecía ver esos autos tan bajitos y tan rápidos. Por primera vez estaba ante un auto de carrera. Pero también, ese mismo día anunciaban por los parlantes que la aviadora (Carola) había muerto durante una exhibición en Morón. Fue el 23 de noviembre de 1941”, recuerda.
De ahí en más, todo el fanatismo sería enfocado en el automovilismo. El siguiente recuerdo lleva la charla a Mar del Plata, donde se disputaba un Grand Prix de la Fórmula 1 de aquellos tiempos, en un circuito ubicado a un par de cuadras de la casa familiar. “A eso de las 6 AM escuchaba los autos y salía disparado con mi bicicleta para verlos pasar. Los olía, porque esos autos tenían un olor divino y un sonido hermoso. El mar brillaba con el sol recién salido, era algo fabuloso”, rememora.
Al mismo tiempo empezó a ver también la muerte en ese entorno: “Había accidentes tremendos, como en el que muere Adriano Malusardi que buscaba la clasificación para la carrera que al día siguiente quedó en manos de Juan Manuel Fangio”, comenta.
“Eran una suerte de gladiadores que, por las ansias de ganar, no medían el peligro”. Pero lejos de detenerse, recuerda que años más tarde recorría a fondo ese circuito en una Vespa o la motocicleta que tuviese a mano, hasta que decidió correr. Se animó en una Puch 125, con la que llegó a disputar un par de carreras hasta terminar en el piso; entonces decidió aceptar el “consejo” paterno de pasarse a los autos: “Nene, acá la carrocería es tu cuerpo; de un auto al menos no te vas a caer. Elegí uno”, cuenta que le dijo. Un par de meses más tarde estaba sentado en una Ferrari 212 con la cual participaría en la categoría llamada Sport Fuerza Libre.
Debutó en 1956 en el Autódromo de Buenos Aires con un quinto lugar. “Yo siempre dije que fui un corredor de guantes blancos, porque si no tenía gomas, papá ponía la plata para comprarlas; no tenía para la nafta, papá me daba una mano; si el auto no servía más, lo vendía y él me compraba otro... Yo nunca metí manos en el auto; solo miraba lo que hacían los mecánicos, entendía y aprendía”. De esa modalidad fue cuatro veces campeón, pasando por cuatro autos: dos Ferrari, un Lancia y un Maserati 200.
Recuerdos de vivencias en pista y “el Chueco” en su camino
De su trayectoria como piloto hay un recuerdo en particular que se remonta a enero de 1957, en ocasión de los 1000 km de la Ciudad de Buenos Aires, en los cuales —con 24 años— se había anotado en dupla con César Reyes. “Era la Fórmula Uno con guardabarros y con puntos válidos para el Campeonato Mundial de Marcas organizado por la FIA”, señala.
Esa edición se corrió en la Costanera Norte, pero habitualmente se desarrollaba en un trazado que incluía el Autódromo y sus alrededores. Duraba seis horas y se corría de a dos pilotos.
Allí estaban los mejores del momento: Mike Hawthorn, Peter Collins, Stirling Moss, Maurice Trintignant, Graham Hill, Olivier Gendebien, Luigi Musso, entre otros. “Era como estar hoy en la grilla entre Hamilton, Verstappen y las otras figuras de punta”, compara.
Pero había uno en especial, una estrella, su ídolo: Juan Manuel Fangio, a quien se había acercado en alguna oportunidad, pero esta vez era diferente porque lo enfrentaría en pista. La cuestión terminó con el abandono del balcarceño y con Salerno finalizando en el puesto 11º y como mejor argentino clasificado. “La historia dice que Juan no llegó y ¡que yo le gané!”, asevera en medio de risas.
Sobre su recuerdo de aquella carrera, cuenta: “Me pasó como seis veces, si yo venía a 220 o 230 km/h, él andaba a 300. Era único; llevaba el frenaje al límite. Recuerdo que él corría con una Maserati 450 V8 y se le rompió la transmisión. Fue la única vez que nos enfrentamos. Al año siguiente yo corría en Uruguay y a la noche fui a comprar un remedio a la farmacia cuando en la radio escuché que en Reims (Francia) se había matado Luigi Musso y que Fangio anunciaba su retiro. Me quedé sorprendido, estaba hasta vestido con la ropa de corredor”.
En 1960, junto al recordado Rodolfo de Álzaga, corrió los 1000 km de la Ciudad de Buenos Aires con una Maserati 300S. “Yo di un trompo arriba del puente de la Richieri (porque el circuito incluía salir del Autódromo) y Rolo otro en la chicana de Ascari”. Esa edición no terminó bien porque debió abandonar. Ese mismo fue el año en el que consigue el Campeonato Argentino de la categoría Sport. Y vuelve a ganar el certamen en tres oportunidades más: 1962, 1963 y 1964.
Mirando hacia uno de los cuadros colgados en la oficina dispara “completé mi actividad acá y terminé corriendo en Europa. Tengo unas 500 vueltas dadas en Monza. Por esas tierras logré una buena actuación en Fórmula 3, pero al regresar al país tuve un gran accidente que me hizo pensar en cuidarme un poco más”. La F1 fue mi Norte sin cumplir”, se lamenta. La de 1966 fue su última temporada como piloto.
Además de haber salido campeón con un Lancia que antes había sido de un equipo integrado por Fangio, su relación con él como director de equipo lo tuvo como participante de una categoría Junior (similar a la Fórmula 3) organizada por el “Chueco”, en la cual disputó cuatro carreras. Por entonces todos los días hablaba con el múltiple campeón. Luego integró el equipo de Fórmula 3 de la revista Automundo, dirigido por Fangio. “En Europa estuve mucho tiempo con él”, señala.
Consultado si Fangio fue el mejor de todos los tiempos, Salerno responde: “Yo no diría que lo fue, sí que estuvo entre los mejores. Era perfecto en muchas cosas, pero hubo otros más rápidos, como Nuvolari, y más tarde Ayrton Senna. Juan era muy prolijo, muy pensante, un genio de la estrategia”.
La etapa como constructor
Aun siendo piloto, Néstor construyó un monoposto de Fórmula 3 junto a su gran amigo, el ingeniero Alejandro Casale cuyo hijo, Francisco, acompaña actualmente a Salerno como su mano derecha.
En 1969 se asoció con otro amigo para comprar lo que quedaba de la fábrica de Lotus en Argentina, la primera representación fuera de Inglaterra de la firma de Collin Chapman. Llegaron a construir casi 50 unidades del Seven Series 1000, que aún hoy son reconocidos como los únicos en su tipo producidos fuera de Gran Bretaña.
Luego fue por más, especializándose y evolucionando en la fabricación de autos Sport de diferentes épocas. De su taller han salido réplicas de Alfa Romeo, Maserati, Ferrari (250 GTO y 250 Testa Rossa, por ejemplo), Cisitalia, Porsche y Stanghellini, entre otros. No son originales y tampoco procuran serlo, sino una suerte de juguete o capricho para gente que los sabe valorar.
“Me dediqué a hacer autos sin antes haber metido mano técnicamente en ellos”. Afirma que le gusta “hacer modelos raros, de los que no hay y que son difíciles de hacer”. Muchos de los procesos se inician con un cliente que llega con una foto para hacer un pedido.
“Ahí arrancamos con el trabajo de arqueología para conseguir más fotos, dibujos, películas y todo lo que aporte. Se hace un plano y arranca la producción. Se busca el motor y se tercerizan los procesos de pintura y tapicería. Hacemos una réplica de muy buen nivel, que luego se vende en el exterior porque acá no hay mercado”, comenta.
Son autos de valores altos porque replican autos muy caros, como el caso de la copia del Alfa Romeo 6C 3000 cm Coupé con el que Fangio corrió las Mille Miglia de 1953 y del cual no hay ningún original, ni el museo de la marca (en Arese, Italia) tiene uno.
La construcción de un ejemplar puede demandar entre seis meses y un año, pero también ha llegado a estirarse a dos años y medio y hasta tres. La cercana relación con Fangio le valió ser elegido para reproducir cuatro autos para el Museo de Balcarce: réplicas de Ferrari, de Maserati y Lancia. De su autoría también es la restauración de la Ferrari de la época de Fangio y Froilán González que está exhibida en la sede central del ACA, con motor realizado por Horacio Purriños y dirección del recordado Ing. Rafael Sierra, de la cual también hizo una copia perfecta.
Salerno calcula haber realizado unas 150 unidades que salieron con destino hacia diferentes destinos. España, Francia, Holanda, Alemania, Australia, EE.UU. Bélgica, Chile, Uruguay, Venezuela y Bélgica son algunos de los países donde han llegado sus creaciones.
¿Y cómo es hoy un día en su vida y en qué proyectos está trabajando? “Por la cantidad de años que tengo me he convertido en un vago. Me levanto, desayuno muy bien y a eso del mediodía llego a la fábrica. Ahora tengo en vista una Masaerati 200, como la que yo supe correr y después tal vez una Ferrari o un Lancia Panamericano”, agrega.
Diez años de actividad en pista. De 1956 a 1966. Un total de 56 carreras y 16 victorias. Historias y anécdotas, cientos. Entre los pilotos registrados y reconocidos, Néstor Salerno sería hoy (“salvo que quede algún contemporáneo que haya corrido en Mecánica Nacional o Turismo de Carretera”) el último con vida en convivir en pista con Fangio. Lo mismo cuenta para con Froilán González. Además de ellos y el mencionado Rolo de Álzaga, también compartió gestas con “Bitito” Mieres y “Charlie” Menditeguy.
Aunque él afirme que “fue uno de los jovencitos que empezaban a correr cuando se terminaba el automovilismo de oro”, aquél que vivió, aunque sea una parte de esa era épica, es parte de esos tiempos legendarios y, por ende, una leyenda en sí.
Con nueve décadas vividas a pleno, Salerno es un viajero en el tiempo, un partícipe y testigo de lujo de un pasado repleto de glorias, un hombre que mantiene la motivación y la inquietud para vivir el presente con ganas y entusiasmo, haciendo todos los días algo para que los motores no se detengan y las ruedas sigan girando.