Francisco y el legado del "hagan lío" en la diplomacia vaticana

El excanciller Adalberto Rodríguez Giavarini recuerda a Jorge Bergoglio y analiza el impacto global de un Papa que combinó autoridad con un compromiso profundo por el encuentro y la fe

Abr 29, 2025 - 23:18
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Francisco y el legado del "hagan lío" en la diplomacia vaticana

-¿Cómo conoció al padre Bergoglio?

-Lo conocí a Jorge Bergoglio, al Padre Bergoglio -o Padre Jorge, como le gustaba que lo llamaran- cuando llegó a hacerse cargo de la Arquidiócesis de Buenos Aires. Yo estaba como responsable del sector económico del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, y recuerdo muy bien que asistimos a una primera misa que dio en la parroquia de La Rábida. Íbamos el vicejefe de Gobierno en ese momento, Enrique Olivera, su señora María, mi esposa Susana y yo. Fue un momento muy lindo. Ahí vi a un hombre absolutamente distinto de los obispos que había conocido hasta entonces: voz baja, sobrio, muy sencillo, una personalidad fuerte, y un celebrante muy pausado, con una estricta liturgia. Fue una impresión muy linda la que tuve de Jorge.

Las otras cosas que quisiera destacar de él, fundamentalmente cuando lo conocí, fueron que me impactó muchísimo, inclusive en las entrevistas que tuve con él, cómo recibía a la gente. Por ejemplo, cuando uno entraba a la Curia Metropolitana, en general no recibía en su despacho, sino en la secretaría. Siempre estaba sentado de igual a igual, nunca había una diferenciación física. Y normalmente, el que preparaba -por lo menos en mi caso siempre sucedió así- el café o el té, era él mismo, en la cocina, donde en general terminábamos conversando.

Su humildad y su sencillez se manifestaban en todo: en la forma de desplazarse, jamás usó otra cosa que medios públicos o caminar. Era un caminante incansable, pese a la dificultad que tenía para caminar. Realmente era un hombre, como él mismo decía, callejero. Le gustaba la calle, le gustaba encontrarse con la gente, adoraba esos encuentros sorpresivos. Y se quedaba a conversar con quien lo abordara. Tenía un grado de empatía y de simpatía hacia el prójimo realmente notable. Y creo que eso siempre fue una característica fuerte de su personalidad, en contraste con el trato que a veces predominaba en la sociedad en general y en la Iglesia en particular.

Otro elemento notable era su estilo de homilía: cuando debía expresarse, lo hacía en forma muy sencilla y muy clara. Y lo más impactante era cómo vivía la palabra que predicaba: no era sólo lo que decía, sino cómo lo encarnaba.

-¿Cómo influyó el estilo de Francisco, con su llamado a "hacer lío", en la diplomacia vaticana?

-Sí, esa fue una de las características de la diplomacia vaticana. Haciendo la salvedad de que la diplomacia vaticana ya tiene muchos años y es una diplomacia no sólo de larga data, sino de enorme intensidad. A principios de cada año, todos los representantes de los distintos países acreditados ante el Vaticano se reúnen para el discurso internacional del Papa. Seguir esos discursos permite ver, a lo largo del tiempo, a qué se dedicó cada uno de los papas en términos de diplomacia internacional. Y en todo se nota una gran continuidad.

Al mismo tiempo, permite una lectura interesante de cómo la Iglesia fue adaptando aquello que es adaptable al signo de los tiempos, y cómo ha preservado aquello que es realmente inconmovible: el depósito de la fe, absolutamente incólume. En esa tensión permanente que hay en toda la historia de la Iglesia Católica -y que explica su extraordinaria permanencia-, uno ve a Jorge Bergoglio, el Papa Francisco, actuando de una manera decisiva.

Respecto a sus antecesores -sobre todo Juan Pablo II, pero también Pablo VI y Benedicto XVI-, su manera de actuar fue muy distinta. Primer tema a resaltar: la relación con el tronco abrahámico fue sustantiva. La relación con los hermanos mayores, es decir, con el pueblo judío, que ya había cambiado radicalmente con Juan Pablo II, alcanzó con Francisco una intensidad notable.

Pero el cambio más revolucionario fue su acercamiento al mundo musulmán, tanto sunita como chiita. Bergoglio logró cosas extraordinarias: La declaración de la fraternidad universal en Abu Dhabi. La primera misa en la península arábiga. La visita al gran ayatolá Sistani en Irak. Marcó un antes y un después. La condena explícita del terrorismo como algo no inspirado por Dios cambió radicalmente la visión del terrorismo a nivel internacional. Es un paso de extraordinario valor para la historia de la humanidad.

También avanzó hacia Asia, inspirado en la tradición jesuítica de Francisco Javier. Insistió con China hasta el final, en continuidad con la visión original de la Compañía de Jesús. África fue otro continente que lo preocupó enormemente.Y por supuesto, Latinoamérica. Pero lo notable no es solo que visitó: es que modificó profundamente la relación de toda la población con el catolicismo, y reformuló la visión de la Iglesia hacia el mundo.

-Cuando fallece un Papa, especialmente uno argentino como Francisco, suele hablarse solo de sus éxitos. ¿Cómo evalúa usted sus errores o dificultades?

-El papado de Francisco se va a caracterizar fundamentalmente porque él siempre mantuvo no sólo su línea, sino que no le importaba el fracaso a la pregunta.

-¿Por qué?

-Porque en última instancia él consideraba que lo importante era hacer el esfuerzo, que el resultado estaba en manos de Dios. Así tuvo éxitos notorios en muchos frentes. Pero también situaciones muy peculiares.

Por ejemplo, durante la invasión a Ucrania, cuando tocó el timbre de la embajada de Rusia. Toda la diplomacia vaticana quedó sorprendida. No se esperaba un gesto de ese riesgo. Pero no le importaba: él corría esos riesgos, aun sabiendo que podía recibir una negativa en vez de una respuesta positiva. Eso también se vio en el caso del presidente Trump: pese a visiones absolutamente enfrentadas respecto de los migrantes, Francisco se reunió días antes de su muerte con el vicepresidente Vance, sin ceder en sus principios.

Francisco era un ancla: le fuera bien o mal, mantenía su dirección. Su horizonte era construir un mundo donde reinara la paz, donde los débiles fueran sostenidos, los pobres considerados, los diferentes incluidos, y los ancianos respetados. Su último gesto, al dejar sus bienes a una cárcel romana, refleja ese amor preferencial por los presos, como ya manifestaba en Buenos Aires, en línea con el ejemplo de Jesús. Para Francisco, la libertad más importante era la del alma, del espíritu, la que proviene de la trascendencia.

-¿Cómo imagina el futuro de la Iglesia tras Francisco?

-¿El futuro de la Iglesia?

La Iglesia del futuro solo la puede prever para nosotros los creyentes el propio Dios, el Espíritu Santo, y ahora los actos del próximo Papa, sin duda, fuere quien fuere. Pero evidentemente cada personalidad en el Papado influye de una manera notable.

Sin embargo, siempre, a lo largo de la historia de la Iglesia, lo que persevera es la continuidad, y tiene una explicación muy clara: es una religión revelada. Por lo tanto, eso es lo dogmático y lo no cambiable, lo que está en los Evangelios. Todo lo demás son interpretaciones, hermenéuticas sobre esto, pero en última instancia los espacios para la modificación están acotados. Eso es la lectura de los tiempos, que permite una adaptación, siempre y cuando se respete ese tesoro de la tradición y la revelación.

Sin embargo, hay que marcar algo que es muy significativo: la Iglesia cambia con cada uno de los Papas en términos de los énfasis que cada uno coloque sobre algunos aspectos que lo caracterizan. Por ejemplo, la preferencia por los pobres, que es una característica fortísima del Papado de Francisco, no es algo novedoso: es un hecho de Jesucristo nuestro Señor. Y todos los Papas, y la Iglesia, han tenido siempre una predicación y una predilección especial por los pobres. Pero en el grado en que lo llevó Francisco, muy pocas veces se había visto. Realmente, vuelve a Francisco de Asís -por eso el nombre que asume- y lo hizo de una manera radical.

Evidentemente, era un cándido con un compromiso personal. Si no, basta recordar aquí mismo, en Buenos Aires, cuando se crea una diócesis particular para las villas miseria. Esto connota un énfasis muy muy marcado hacia los diferentes. Los diferentes que, en general, nunca fueron rechazados por la Iglesia -hay que decirlo- siempre tuvieron una pastoral, siempre fueron atendidos. Pero nunca fueron llamados y tratados de tal manera, con un estilo absolutamente característico y misericordioso, como lo fueron durante el Papado de Francisco.

Yo creo que eso queda para la historia: es un cambio muy profundo en lo más esencial de la relación entre los cristianos y entre los cristianos con todos los seres humanos, es decir, con el prójimo. Ahí está el corazón del mensaje del Papa, ¿no es cierto? Todos, porque Dios es absolutamente misericordioso. Ese énfasis en la misericordia del Señor es lo que caracteriza a Francisco. Desde el punto de vista teológico, "Dios es amor", y en Francisco ese amor toma cuerpo de una manera muy concreta, en forma humana, política, temporal.

-En la Cancillería se suele decir, cuando un diplomático se pone ególatra: "no, no es Metternich, es fulano". Viendo lo que usted nos cuenta de Francisco, ¿no podría decirse que él sí fue un Metternich con sotana?

-A mí me parece que la personalidad de Francisco era, ya que se menciona a un hito de la historia diplomática, notable. Su capacidad, antes que nada, su capacidad de mando. La Iglesia, después de la situación tan difícil de la renuncia de Benedicto XVI, necesitó ser retomada en forma integral.

Y sin duda que durante todo su mandato Francisco ejerció con mucha autoridad y con mucho poder -el poder que le otorgan las propias instituciones de la Iglesia- hasta sus últimas consecuencias. Justamente eso generó determinado tipo de situaciones de tirantez, pero al mismo tiempo evitó desvíos hacia sectores extremos, tratando de mantener a la Iglesia en un camino mucho más central, centralista diría yo.

Pese a incorporar algunas cuestiones que, para los de extrema derecha, son consideradas transgresiones, y para los de extrema izquierda, consideradas insuficientes. Bueno, eso muchas veces es justamente el arte de la política: lograr los consensos, para que nadie logre todo lo que quiere, sino una parte, y así podamos convivir todos en paz. Me parece que el hombre de poder en Francisco se manifestó de una manera muy particular. Y lo ejerció -debo decirlo también- como lo puede ejercer un Papa argentino: con mucho conocimiento de la experiencia, con gran experiencia en el conflicto.

Y se lo notaba para nada incómodo cuando debía enfrentar situaciones conflictivas. Las vivía con total naturalidad, como en general la tenemos que vivir casi todos los argentinos desde que nacemos. Eso se reflejó claramente en su política internacional, e insisto, también en su política de administración de la Iglesia y del Estado del Vaticano. Entre paréntesis, una de sus manifestaciones más claras es que hoy la gobernadora del Estado del Vaticano sea una mujer.

-¿Por qué cree que Francisco no visitó nunca la Argentina?

-Me parece que su ausencia se ha analizado muchas veces de manera equivocada. El tema no era que el Papa no quisiera venir, sino que su decisión era venir solo cuando pudiera ser un factor de unidad, un factor de unión profunda para todos los argentinos. Y eso no se podía dar en medio de situaciones permanentes de conflicto como las que vive la sociedad argentina.

Hoy la dirigencia política manifiesta de manera casi unánime su devoción, su cariño y su respeto hacia su figura. Pero durante mucho tiempo no fue así. La sociedad se dividió también en torno a su figura, como prácticamente en todos los temas, en una actitud que, estoy convencido, al Papa lo ponía muy incómodo.

La situación de ausencia en visitar a su país fue muy analizada, y muchas veces de manera equivocada. Porque el Papa decía que vendría cuando fuera un factor de unidad para todos los argentinos, y eso no se podía dar en situaciones permanentes de conflicto.

La dirigencia ahora manifiesta cariño y respeto, pero durante mucho tiempo hubo división sobre su figura. Ese clima ponía a Francisco en una disuasiva casi insuperable para ser -como quería- un factor superior al conflicto. El todo es superior a las partes, como él mismo decía. 

Yo viví en él -las veces que estuve con él- un gran amor por su patria. Y aunque nunca lo dijo en tono de reproche, siempre lo vivió con serenidad y esperanza. Este tiempo de duelo demuestra que el pueblo quería a su pastor, quería a su Papa. Y que, en última instancia, logró lo que no pudo en vida: unir, aunque fuera por un momento, al pueblo argentino.Así puede descansar en paz, porque su devoción por la unidad fue cumplida en este último momento de su vida.

Nota: Esta entrevista es un extracto del diálogo realizado por Guillermo J. García para el podcast Westfalia, del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI), disponible en Spotify.