Las claves del regreso de los Detroit Pistons: un análisis para entender una de las historias de la temporada NBA
El 28 de diciembre de 2023, tras caer en la prórroga en la pista de Boston, los Detroit Pistons entraban de lleno en la historia de la NBA. Era la vigesimoctava derrota consecutiva de la franquicia, que tras arrancar el año 2-1, igualaba la mayor racha de partidos sin conocer la victoria en la historia […] La entrada Las claves del regreso de los Detroit Pistons: un análisis para entender una de las historias de la temporada NBA aparece en Gigantes del Basket.

El 28 de diciembre de 2023, tras caer en la prórroga en la pista de Boston, los Detroit Pistons entraban de lleno en la historia de la NBA. Era la vigesimoctava derrota consecutiva de la franquicia, que tras arrancar el año 2-1, igualaba la mayor racha de partidos sin conocer la victoria en la historia de la competición. Las 28 derrotas se equiparaban a lo logrado por Philadelphia entre marzo y diciembre de 2015, con la diferencia que los Sixers necesitaron dos temporadas y los Pistons lo hacían en solo una. El equipo de Monty Williams tocaba fondo y el público de Detroit, erudito en el arte del baloncesto, apuntaba directamente al grupo propietario con el cántico “vended el equipo”. Lo que hicieron fue todavía mejor.
El cambio fue estructural, de arriba hasta abajo. Se apostó por Trajan Langdon, leyenda de la Euroliga, como presidente de operaciones y le dieron todo el control deportivo de la franquicia. Los cuatro años con Troy Weaver se cerraron con un dramático 74-244 de balance, 23.3% de victorias, el peor registro de la NBA con 26 partidos de diferencia en ese cuatrienio. El siguiente cambio, mucho más caro, fue en el banquillo con la llegada de JB Bickerstaff. Un año duró el experimento de Monty Williams tras firmar en su momento el contrato más alto de la historia de los entrenadores, pero Langdon no tenía miedo a la hora de tomar decisiones importantes. Y lo mejor es que tenía todo el poder.
Ha pasado año y medio y los Pistons son carne de playoff. En apenas 15 meses le han dado la vuelta a una situación que venía de un lustro atrás y volverán a competir en postemporada de la mano de Cade Cunningham y JB Bickerstaff, el artífice de la restitución del honor de Detroit. En febrero, tras ganar en Atlanta, sumaban 31 victorias; tantas como en las dos temporadas anteriores. Por el camino se cargaban a Boston, Dallas, Houston o barrían la serie ante los Lakers. Otros dos triunfos en el Madison Square Garden o en su visita a Phoenix eran la cereza del pastel. De las 28 derrotas seguidas quedaba el recuerdo, el orgullo herido y un epígrafe en la página de récords en la Wikipedia.
Otro récord es, por ejemplo, haber logrado la primera racha de ocho triunfos seguidos en 20 años de la franquicia. Desde el 9-14 con el que entraron a diciembre son el octavo mejor balance de la NBA y el séptimo equipo con más victorias. En ese tramo, Cade Cunningham ha promediado 26.5 puntos, el noveno máximo anotador de la liga, con 9.3 asistencias (cuarto) y con el equipo siendo seis puntos mejor cuando el base está en pista. Ha sido, por fin, All Star y ha cumplido todas esas expectativas que la NBA tenía en él. Los números ya existían pero le faltaba acompañarlo con victorias, con un equipo capaz de competir para pasar de ser una idea en el imaginario colectivo a una realidad a nivel nacional. Ahora es ambas por no ponerle un techo.
Tres nombres, de los muchos que aterrizaron en verano, han marcado el cambio de paradigma en Michigan: Tim Hardaway Jr., Tobias Harris y Malik Beasley. A una plantilla muy joven, con Cunningham y Jaden Ivey como estandartes ofensivos, Ausar Thompson actuando de especialista y Jalen Duren siendo la gran esperanza en la pintura, le trajeron veteranos. No solo para la pista, sino también para el vestuario. Le trajeron jugadores con experiencia suficiente para educar un proyecto con mimbres de poder recuperar la gloria de una metrópolis en la que el baloncesto ha sido por momentos una vía de escape pese a llevar 16 temporadas con solo un año de balance positivo y tres viajes a playoffs, donde no ganan un partido desde 2008.
A mitad de marzo, en su visita a New Orleans, conseguían la mayor victoria de la historia reciente de la franquicia, arrasando por 46 puntos a unos Pelicans excluidos de cualquier noción de competitividad esta temporada. Un mes antes, en Chicago, se imponían por 40 puntos a los Bulls, siempre de la mano de Cade y un equipo coral. Y tras casi 15 años de ostracismo, la ciudad puede sonreír orgullosa.
Detroit fue, entre finales del siglo pasado y el principio de los 2000, una referencia en la NBA. Primero los Bad Boys, el gran archienemigo de Michael Jordan, y los dos anillos consecutivos de Isiah Thomas, Joe Dumars, Bill Laimbeer y compañía, y más recientemente, aquel quinteto grabado a fuego en la memoria de cualquier aficionado a la liga, campeones en 2004. Chauncey Billups, Richard Hamilton, Tayshaun Prince, Rasheed y Ben Wallace, una de las mejores defensas de la era moderna. Detroit, y los Pistons, han sido siempre una de las cunas de baloncesto del país, histórico desde la primera temporada NBA todavía en Fort Wayne, 260 kilómetros al sur de Detroit. Y por poco no se les considera miembro fundador.
Desde 1948, desde la tercera temporada de todavía la BAA, liga predecesora a la NBA, los Pistons han sido una realidad en la región de los grandes lagos. Eran una gran parte de la identidad de su comunidad obrera, pionera en el mundo de la automoción y que sirvió como primer sistema de financiación del equipo. Pero como la franquicia, la ciudad cayó a un vacío nunca visto hasta declarar bancarrota en 2014, la más grande de la historia del país. Para entonces, Detroit vivía en una lucha constante contra el crímen, tasas de paro altísimas y el abandono de su población, que rozó los dos millones en su mayor esplendor y se queda en apenas 630,000 habitantes en la actualidad. Ciudad y franquicia se hundían juntas.
La caída a los infiernos en los despachos de los Detroit Pistons tampoco fue cosa de un día. Una suma de malas elecciones de draft, eligiendo jugadores que se convertían en cromos repetidos, traspasos incongruentes y decisiones poco sopesadas en la agencia libre. Les costó entender la llegada de la nueva era de baloncesto mientras apostaban por una pareja interior con Greg Monroe y Andre Drummond todavía en 2015, en mitad de la eclosión de Steph Curry y el triple. El aterrizaje de la familia Gores en 2011 tampoco ayudó, y dejar el Auburn Palace, mítico pabellón, en 2017 fue otro movimiento que causó disparidad de opiniones entre los aficionados, ya miserables con el rendimiento de su equipo.
En mitad de la debacle de las 28 derrotas consecutivas, la única buena noticia, Cade Cunningham se sinceraba. “No somos un equipo tan malo, no somos un equipo de 2-26” decía afligido tras caer en casa ante Utah. “Podemos darle la vuelta a esto, podemos jugar mucho mejor” seguía. Si no era por plantilla, mal construida un año más, o por talento, demasiado joven, tenía que ser por el orgullo de la ciudad. Si en 2023 cerraron el mes de diciembre con Tom Gores, máximo propietario, pidiendo perdón a los aficionados por el nivel, la realidad es que el discurso para este curso ha cambiado por completo. “Y todavía no hemos acabado” insiste el dueño.
No va de ganar o perder, o no este año al menos, en palabras del propio Langdon. “Queremos ganar tanto como podamos, pero el objetivo es establecer la identidad de los Detroit Pistons” decía el presidente de operaciones al principio de la temporada. Crear una cultura, empezar de cero. Tenían la base en la pista, pero faltaba la sinergia despacho-banquillo que Langdon y Bickerstaff han conseguido desde el primer día. Para JB fue clave Langdon a la hora de elegir Detroit. “El plan que tenía, a dónde quería que fuera el equipo y cómo quería llegar ahí” decía el entrenador en una entrevista en Andscape. “Respeta mis ideas y las utiliza a la hora de construir en sus decisiones”, amplía.
Como añadir, a un equipo que ya funcionaba, dos veteranos más en febrero: Dennis Schröder y Lindy Waters III. Si la estrategia sirvió en verano, la redoblaron sin pensar en amoblar para el futuro. La ciudad, la franquicia y la afición merecían una temporada como esta. Llegaron al deadline a solo un partido del 50% de victorias; desde entonces han ganado el 73.7% de sus partidos y están dando guerra tras no alcanzar la ventaja de campo en playoffs.
Lo hacen por aplastamiento. En ambos lados de la cancha a ser posible, dibujando alternativas en la pizarra técnica. Compensan la falta de triple con la mejor defensa desde febrero; viven de un juego rápido, que vive cerca del aro y que te masacra al rebote. Y una plantilla que ha comprado todo el discurso de Bickerstaff. La de un equipo aguerrido, de bajar al barro y mancharse las manos sin importar el rival, el escenario o si les está viendo el mundo o no. Ante los Heat, a mitad de marzo, los Pistons jugaron el primer partido en televisión nacional de toda la temporada y lo decidió Cade Cunningham con un triple a tablero a medio segundo para el final.
Detroit Pistons es, con permiso de Oklahoma y Cleveland, la gran historia de la temporada. El cuento de hadas de una ciudad que ha sufrido por décadas y que por fin puede volver a refugiarse en el baloncesto. Y para Cade Cunningham, JB Bickerstaff, Trajan Langdon y el resto de los Pistons solo es el inicio de un proyecto que ha recuperado la identidad de la franquicia. Y lo más importante, el orgullo de la ciudad.
Foto: Getty Images – Detroit Pistons
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