Francisco: Tres gestos, tres miradas, tres palabras

Cuando la historia tenga que explicar quién fue Francisco, no bastará con decir que fue el primer Papa latinoamericano, ni que eligió vivir en Santa Marta en vez del Palacio Apostólico. Tampoco bastará con recordar que habló de los pobres, del trabajo, de la tierra y del techo. Todo eso es cierto. Pero hay algo más profundo, más esencial, que sólo se puede decir desde el terreno de las huellas . Porque Francisco no dejó un legado para archivar. Dejó huellas que duelen. Que incomodan. Que llaman. Y si uno se detiene a mirar su paso por este mundo, tal vez pueda resumirse -sin reducirlo- en tres gestos, tres miradas y tres palabras. El primero: lavar los pies de jóvenes presos su primer Jueves Santo como Papa. No fue un gesto ceremonial, fue un manifiesto. Dijo, sin decirlo, que el Evangelio se juega entre barrotes, no entre mármoles. El segundo: abrazar a un hombre desfigurado por la enfermedad en la plaza de San Pedro. Lo tocó sin miedo, sin guantes, sin distancias. Fue una catequesis silenciosa sobre lo que significa ver el rostro de Cristo en el que sufre. Y el tercero: salir, una y otra vez, del centro hacia la periferia . No para hacerse notar, sino para escuchar. Para mirar en los ojos de los que no cuentan, las preguntas que la Iglesia no puede esquivar. Francisco miró a los pobres no como problema, sino como prioridad . Como centro. Como maestros de humanidad y fe. Su opción por los descartados no fue retórica: fue estructural. Miró a los poderosos sin servilismo , con la libertad de quien no se debe a intereses, sino a principios. Les recordó que el poder sin justicia es una caricatura. Y que la política, o sirve al bien común, o se vuelve coartada. Y miró a los descartados como hermanos . Como parte del mismo cuerpo. No hubo retórica en sus visitas a cárceles, hospitales, campos de refugiados. Fue allí para recordarnos que la dignidad no se pierde ni tras una condena, ni entre las ruinas de una guerra, ni bajo el techo de cartón. 'Misericordia' , no como consuelo blando, sino como justicia entrañable. Como el nombre más hondo del Dios que no se cansa de esperar. 'Dignidad' , como brújula en tiempos de descarte. Como verdad fundante, anterior a cualquier papel, sistema o ley. 'Puerta' , como símbolo de la Iglesia que soñó: no un club selecto, sino una casa con la puerta siempre abierta. Muchos otros gestos, muchas otras miradas, muchas otras palabras podrían haber sido elegidas. Las hubo. Las hay. Y ahora te toca a ti: recordarlas, nombrarlas, hacerlas propias. Porque si algo supo Francisco, es que el Evangelio no se hereda , se encarna. Y que los testimonios vivos no se admiran, se continúan. No hace falta creer para sentirse interpelado. Basta con tener memoria . Y un poco de coraje. Francisco se fue. Pero la pregunta, ahora, es para nosotros: ¿y tú, qué vas a hacer con las huellas?

Abr 27, 2025 - 16:49
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Francisco: Tres gestos, tres miradas, tres palabras
Cuando la historia tenga que explicar quién fue Francisco, no bastará con decir que fue el primer Papa latinoamericano, ni que eligió vivir en Santa Marta en vez del Palacio Apostólico. Tampoco bastará con recordar que habló de los pobres, del trabajo, de la tierra y del techo. Todo eso es cierto. Pero hay algo más profundo, más esencial, que sólo se puede decir desde el terreno de las huellas . Porque Francisco no dejó un legado para archivar. Dejó huellas que duelen. Que incomodan. Que llaman. Y si uno se detiene a mirar su paso por este mundo, tal vez pueda resumirse -sin reducirlo- en tres gestos, tres miradas y tres palabras. El primero: lavar los pies de jóvenes presos su primer Jueves Santo como Papa. No fue un gesto ceremonial, fue un manifiesto. Dijo, sin decirlo, que el Evangelio se juega entre barrotes, no entre mármoles. El segundo: abrazar a un hombre desfigurado por la enfermedad en la plaza de San Pedro. Lo tocó sin miedo, sin guantes, sin distancias. Fue una catequesis silenciosa sobre lo que significa ver el rostro de Cristo en el que sufre. Y el tercero: salir, una y otra vez, del centro hacia la periferia . No para hacerse notar, sino para escuchar. Para mirar en los ojos de los que no cuentan, las preguntas que la Iglesia no puede esquivar. Francisco miró a los pobres no como problema, sino como prioridad . Como centro. Como maestros de humanidad y fe. Su opción por los descartados no fue retórica: fue estructural. Miró a los poderosos sin servilismo , con la libertad de quien no se debe a intereses, sino a principios. Les recordó que el poder sin justicia es una caricatura. Y que la política, o sirve al bien común, o se vuelve coartada. Y miró a los descartados como hermanos . Como parte del mismo cuerpo. No hubo retórica en sus visitas a cárceles, hospitales, campos de refugiados. Fue allí para recordarnos que la dignidad no se pierde ni tras una condena, ni entre las ruinas de una guerra, ni bajo el techo de cartón. 'Misericordia' , no como consuelo blando, sino como justicia entrañable. Como el nombre más hondo del Dios que no se cansa de esperar. 'Dignidad' , como brújula en tiempos de descarte. Como verdad fundante, anterior a cualquier papel, sistema o ley. 'Puerta' , como símbolo de la Iglesia que soñó: no un club selecto, sino una casa con la puerta siempre abierta. Muchos otros gestos, muchas otras miradas, muchas otras palabras podrían haber sido elegidas. Las hubo. Las hay. Y ahora te toca a ti: recordarlas, nombrarlas, hacerlas propias. Porque si algo supo Francisco, es que el Evangelio no se hereda , se encarna. Y que los testimonios vivos no se admiran, se continúan. No hace falta creer para sentirse interpelado. Basta con tener memoria . Y un poco de coraje. Francisco se fue. Pero la pregunta, ahora, es para nosotros: ¿y tú, qué vas a hacer con las huellas?