El lector, siempre amable, sabrá disculpar el arrebato de confesión particular del autor: soporto cada vez peor a todos esos con pose estudiada de jartibles que van diciendo desde el Domingo de Ramos que esto se está acabando. ¡Y todavía no ha empezado! Es tal el regusto por la memoria y el recuerdo nostálgico del tiempo que fluye como inaprehensible agua entre los dedos que esa melancolía les impide disfrutar el momento como se merece. Y el Domingo de Ramos es para disfrutarlo. Porque el escándalo de la cruz, el ajusticiamiento del inocente al que todos dan de lado, no se explica sin esta efusión de alegría espontánea que los evangelistas narran sobre la entrada triunfal en Jerusalén a lomos...
Ver Más