El ser que cuenta

Víctor Gómez Pin desbroza la tesis reduccionista y propone razones para reivindicar la excepcionalidad del animal humano en el ensayo ‘El ser que cuenta’ (Acantilado). La entrada El ser que cuenta se publicó primero en Ethic.

Mar 31, 2025 - 16:24
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El ser que cuenta

En el museo de Bellas Artes de Sevilla hay dos cuadros del maestro flamenco Jan Brueghel el Joven que comparten el título de El Paraíso Terrenal. En el mayor de ellos, en la parte izquierda, destacan las figuras de Adán y Eva en el momento crucial de la tentación; en la parte derecha, ya hacia el límite del cuadro, como en la ilustración gráfica de un relato, los dos humanos huyen de un ángel que, desde lo alto, les amenaza con un látigo de fuego.

El segundo cuadro presenta una escena que se diría ajena al tiempo: animales de múltiples especies, en una atmósfera de onírica indiferencia, ocupan por entero el escenario y, sólo en el fondo, dos figuras, casi imperceptibles, representan a nuestros Adán y Eva. Se diría, pues, que antes de la caída el hombre era efectivamente un animal entre otros, incluso un animal carente de relevancia…, en oposición a la tesis clásica de la radical singularidad del ser humano.

Y, de hecho, quien hoy enarbole tesis humanistas de manera acrítica o ingenua será invitado a la prudencia por las disciplinas contemporáneas, que señalan el alto grado de homología genética que existe entre nuestra especie y otras vecinas, y en algún caso hasta cuestionan la rigidez de la distinción entre la facultad de lenguaje y las facultades de otras especies para generar sus propios códigos de señales. Se sugiere así que el hombre debería bajar de su imaginario pedestal y empezar a contemplarse como una especie entre otras especies; en realidad, como un contingente y tardío escalón en la historia evolutiva.

Desde el punto de vista de lo que la ciencia puede describir, el hombre habría sido tan sólo una fracción diminuta en el devenir del cosmos

Para hacer perceptible lo reciente de la aparición del hombre y, eventualmente, lo efímero de su presencia, en ocasiones la divulgación científica recurre a una trasposición de las etapas de la evolución del universo al transcurso de una película de tres horas. La vida aparecería treinta minutos antes del final; los animales, apenas cinco minutos antes. ¿Y los humanos? Sólo serían introducidos una porción de segundo, tan ínfima que el espectador no se apercibiría de ello. Supongamos en estas condiciones que una catástrofe acarreara la desaparición de nuestra especie, por ejemplo, en el año 3000. Desde el punto de vista de lo que la ciencia puede describir, el hombre habría sido tan sólo una fracción diminuta en el devenir del cosmos. ¿Fracción insignificante? Vayamos poco a poco. Piénsese que en ella habría tenido cabida el entero transcurrir de la técnica, la ciencia, el arte, la filosofía y… el cúmulo de interrogaciones y respuestas sobre lo que tiene significativo peso y lo que es insignificante.

Sin duda la disposición humanista sigue caracterizando nuestras reacciones ante ciertos acontecimientos, y desde luego marcando nuestro lenguaje en la valoración que hacemos de los mismos. Decimos así que el comportamiento de tal o tal sátrapa es «inhumano», y, por el contrario, quien tiene un carácter empático con los débiles es calificado de «humanitario». Asimismo, quien destaca en el combate por una racional distribución del agua es honrado con un «premio de Derechos Humanos». El sentimiento de nuestra singularidad resuena tras las expresiones con las que, por ejemplo, una persona se refiere a su actitud, considerada valiente, incluso heroica, ante un dramático hecho real, que vale la pena recordar.

Tras los disparos que el 22 de febrero de 2017 acabaron con la vida de un ciudadano y dejaron malherido a otro en un bar de Kansas (por el único delito de parecer oriundos de la India), un hombre llamado Ian Grillot se lanza tras el homicida y recibe un disparo. Ante el cúmulo de alabanzas, él protesta con la siguiente declaración: «Hice lo que cualquiera habría de hacer por otro ser humano». Y, desde luego, la expresión es escuchada o leída sin reserva alguna por todo el mundo. Al menos de manera espontánea, a nadie se le ocurre que la frase debería haber sido: «Hice lo que cualquiera habría de hacer por otro animal», si bien es probable que esa persona hubiera mostrado también su empatía ante un animal en peligro, razón por la cual (aunque en este supuesto el término no fuera etimológicamente correcto) sería también considerada «humanitaria».

En cualquier caso, para, digamos, bajarnos los humos, al argumento indiscutible de que en la historia del cosmos la especie humana es sólo un momento (es decir, algo con arranque e inevitable fin) y a la proliferación de noticias contrastadas que, un día y otro, enfatizan nuestro parentesco con otras especies (reforzando las asociaciones que claman por la implementación de nuestros deberes con los animales), se añaden hoy los avances en la llamada «inteligencia artificial»; avances que dejan literalmente atónito y posibilitan la relativización de lo humano por un polo contrapuesto al de la vida, ante el cual los posicionamientos humanistas encuentran a priori inesperadas dificultades.


Este texto es un fragmento de ‘El ser que cuenta’ (Acantilado), de Víctor Gómez Pin. 

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