Duelo al sol, de Abelardo Linares y José Luis García Martín

Un editor y un escritor, Abelardo Linares y José Luis García Martín, debaten en este libro sobre la real y profunda crisis de la cultura contemporánea, así como sobre su actual relevancia o irrelevancia social. Este diálogo epistolar no ahorra ironías ni sarcasmos, ni tampoco cameos con escritores olvidados, como Rafael Leyda, o recordados, como... Leer más La entrada Duelo al sol, de Abelardo Linares y José Luis García Martín aparece primero en Zenda.

Abr 25, 2025 - 06:42
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Duelo al sol, de Abelardo Linares y José Luis García Martín

Un editor y un escritor, Abelardo Linares y José Luis García Martín, debaten en este libro sobre la real y profunda crisis de la cultura contemporánea, así como sobre su actual relevancia o irrelevancia social. Este diálogo epistolar no ahorra ironías ni sarcasmos, ni tampoco cameos con escritores olvidados, como Rafael Leyda, o recordados, como Chesterton.

En Zenda reproducimos un fragmento de Duelo al sol. Una controversia literaria (Renacimiento), de Abelardo Linares y José Luis García Martín.

***

UNAS PALABRAS TUYAS BASTARÁN PARA SANARME

Con el título de Testimonio personal has publicado en tu blog, Crisis de papel, una reseña del libro El huevo de la serpiente, de Eduardo Sánchez Gatell, que he leído esta misma tarde. Te dejé una notícula, pero como he visto luego un par de erratas he pensado en reproducirlo aquí, añadiendo unos mínimos comentarios adicionales, para darle un poco de publicidad adicional a tu trabajo.

En tu reseña vienes a decir que Eduardo Sánchez Gatell era un joven de 19 años, hijo de la poeta Angelina Gatell, que desde la adolescencia estuvo bajo la influencia de Eva Forest, quien le quería preparar para la lucha armada. Esa vinculación con Eva Forest termina enredándole en el atentado del bar Correo en 1974 (que supuso la muerte de 13 personas), cosa que paga con la detención y la cárcel.

Según dices, el libro es un «ensayo de autocrítica» escrito con «encomiable sinceridad» y «un testimonio personal: quiere contar solo lo que ha vivido». Pero que no se atiene a su inicial propósito testimonial y termina sesgándose «al pretender encajar los hechos en una tesis que ya se manifiesta en el título». Como luego vas a volver a hablar del título, tan alusivo a ETA y vas a volver a utilizar la palabra «tesis», añadiéndole el adjetivo «falaz», no tenemos más remedio que centrarnos en cuál pueda ser esa tesis pretendidamente sesgada y falaz que defiende Eduardo Sánchez Gatell. Al parecer consiste en que don Eduardo pensaba o piensa que «ambos atentados tenían idénticos objetivos», cosa en la que tú obviamente no estás de acuerdo, y la prueba es que tras la argumentación de E.S.G. tú pones un «pero» muy relevante que sostiene, con sus propias fuerzas, la pretensión de diferenciar los dos atentados (el de Carrero Blanco y el de la Calle Correo) e instalar la idea de que si eran muy distintos no podían haber tenido «idénticos objetivos». El problema puramente lógico es que mientras E.S.G. habla de intenciones, de propósitos, de objetivos, tú hablas (lo mismo, al parecer que ETA, a la que citas a este respecto) de resultados. Por ejemplo: yo puedo montar dos restaurantes con idénticos motivos: ganar dinero. Pero en el segundo caso me puedo equivocar y perder un montón de dinero. El que yo pierda dinero en un proyecto no imposibilita el haberlo querido ganar. Veamos entonces tu «pero» y la cita: «Pero para Eta el segundo atentado, que ocasionó víctimas indiscriminadas, fue un error del que trató de desvincularse», aunque tú mismo diluyes luego esa «desvinculación» al conceder que ETA reconocería años después haber cometido el atentado. Detrás de ese un tanto incoherente modo tuyo de entender o justificar esos dos atentados de ETA, parece estar tu entendimiento de que en su libro, E.S.G. propone una «tesis» que es del todo falaz y sesgada.

Según tú, además, la falacia y el sesgo están presentes ya en el mero título: El huevo de la serpiente. El nido de Eta en Madrid, pues argumentas que «la historia sanguinaria de ETA no nació en Madrid, allí no estaba el nido de la serpiente aunque contara con colaboradores que le permitieron llevar a cabo su más exitosa acción». Hombre, José Luis, qué cosas dices: en ningún nido hecho por ningún pájaro nació el pájaro que hizo el nido. En cualquier caso, acerca del título no dices nada más, como si lo dicho resultara suficiente para rebatir «una falacia». Como tú bien sabes, los títulos no siempre respetan la estricta realidad histórica, sorprende por tanto que tú digas que la historia de ETA no nació en Madrid, cuando nadie dice que la historia sanguinaria de ETA naciera en Madrid y pareces no darte cuenta de que el niño, el huevo y la serpiente del título no son reales sino meramente simbólicos. Con lo que ETA puede haber sido una serpiente o un ornitorrinco y haber puesto un huevo o tenido un nido en Madrid, en París o Caracas y no por eso pasaría nada ni dejaría de ser un título sostenible tal título.

El libro tendrá interés, pero parece un poco tremendo ya desde el principio, cuando cuentas que E.S.G. se llevaba una barra de hierro al instituto «como autodefensa». Yo, durante el bachiller, en lo relacionado con la autodefensa, lo más parecido que llegué a llevar al colegio fueron unas magdalenas.

En fin, aquí reproduzco el párrafo final de tu reseña, que tiene también algo de corolario y moraleja, seguido a continuación de mi comentario:

No es necesario caricaturizar, como él hace, a los miembros de ETA con los que colaboró en aquellos años: con las mejores intenciones y con la mayor preparación intelectual (el talento y la cultura de Eva Forest y Alfonso Sastre resultan innegables) se pueden cometer las mayores barbaridades.

¡Qué razón tienes, José Luis! No es necesario ni obligatorio ni imprescindible caricaturizar a nadie. No puede serlo. No está bien. No es algo aceptable. Es una terrible crueldad. Y más si Eduardo Sánchez Gatell conoció a esos miembros de ETA, como tú dices que cuenta. ¡Los conoció y colaboró con ellos! y ahora… ironiza cruzando todas las líneas rojas, y perdona por lo de rojas, incluso por lo de líneas (soy alérgico a las frases hechas).

En mi ya larga vida de lector muchas veces he leído que era necesario, no asesinar, eso no, pero sí matar o ajusticiar a alguien concreto o a muchos en general (a menudo con las mejores intenciones y con la mayor preparación intelectual, como tú puntualizas con completo acierto) por una idea, llamémoslo o llamémosla así. Pero nunca, pero jamás de los jamases he leído que sea necesario caricaturizar a nadie, bien por una idea (igual que lo de matar) o sin idea alguna.

La verdad es que no sé adónde vamos a llegar. Yo estoy horrorizado con eso que dices del caricaturizar ¡y aún no me he leído el libro!. No te digo más. Pero tú lo cuentas, como si no fuera nada, como si una caricatura fuera algo que pudiera llegar a perdonarse algún día. ¡Vaya temple el tuyo!

Además, lo que terminas diciendo de las buenas intenciones, me ha parecido muy, muy bonito. Me has emocionado.

Abelardo Linares

*

MEJOR EL CANON

Casi prefiero que volvamos al canon, Abelardo. ¿Quién selecciona a los poetas importantes de cada momento? ¿Quién reparte fama y prestigio? ¿Qué podemos hacer nosotros, con nuestra pequeña parcela de poder, si es que tenemos alguna, para que las cosas cambien? ¿O no podemos hacer nada y solo nos queda patalear en estos comentarios?

En cuanto al libro al que aludes, la tesis falaz es que Eta pretendía lo mismo en los dos atentados, el que todos aplaudieron (Carrero) y el que todos rechazaron (Correo). No es que uno saliera bien y otro mal, como podría ocurrir en esos dos negocios de los que me hablas. El primero tenía un objetivo concreto, era un asesinato selectivo, como los que hace el gobierno de Israel (pero con más cuidado a la hora de evitar daños colaterales); el segundo era un atentado indiscriminado, buscaba causar el mayor daño posible, cayera quien cayera. Y eso, según los datos de que disponemos, no lo pretendía Eta, por eso no lo reconoció. Pero sí era lo que pretendía quien había planificado el atentado y la verdadera autora: Eva Forest. Ella –lo cuentan Lidia Falcón y Sánchez Gatell en sus libros– estaba orgullosa de lo que había hecho, a pesar de saber que los muertos no tenían ninguna relación con las «fuerzas represivas del régimen». Esa es la tesis falaz: que insiste en la barbarie de Eta y en lo brutos e ignorantes que eran sus miembros cuando en ese atentado concreto los bárbaros principales fueron otros, nada ignorantes por cierto. Eta se sintió engañada, me parece a mí, y por eso no reconoció su colaboración hasta poco antes de disolverse.

Pero mejor volvamos al canon, que es lo nuestro. ¿Por qué miles de personas aplauden a Elvira Sastre y solo tres o cuatro conocemos a Amalia Bautista? ¿Por qué se le dedican estudios y biografías a Leopoldo María Panero y nadie se acuerda de José Luis Parra, que tuvo una vida quizá igual de desdichada, pero que fue mucho mejor poeta? Esa es la cuestión, que diría Hamlet y digo yo.

Lo de Venezuela y Ucrania mejor dejarlo, que Maduro ya tiene quien le zarandee y Zelenski demasiados borreles que le aplaudan y le regalen misiles. Y contra la barbarie de Gaza, ¿qué podemos hacer?

Volvamos al canon, querido Abelardo, volvamos al canon.

José Luis García Martín

***

LOS TERRENOS PANTANOSOS
Y EL SALVAVIDAS DEL CANON

¡No sabes lo que me alegra
que harto de estar en las nubes
quieras al fin tomar tierra!

Lo digo porque esta es la primera vez en nuestra larga y sincopada conversación en que te manifiestas, al parecer, dispuesto a hablar de literatura (pretendiendo, eso sí, algo un tanto trilero: cambiarme a la esposa de Alfonso Sastre por Elvira Sastre), aunque tú prefieras disfrazar la cosa con un pudoroso o irónico: «casi prefiero…».

Claro está que como eres incapaz de renunciar al privilegio, quizás simbólico, de tener siempre la última palabra (perro comehuevos / aunque le quemen el hocico dice un refrán cubano) te pones enseguida a hablar de nuevo del libro de Eduardo Sánchez Gatell. Pero con cierta mala conciencia porque cierras tu carta hablando del canon y de poetas admirables y hasta de Venezuela y Ucrania. Incluso de Gaza, terreno pantanoso donde los haya a pesar de su innegable y desértica sequedad. Me lanzas por lo tanto eso que en el lenguaje armamentístico o militar de ahora se llaman «contramedidas» y que son, por ejemplo, puesto que hay varias, unas bengalas que ­dispara el avión bajo ataque para que el misil que se dirige hacia él se distraiga y confunda con las dichosas y benéficas bengalas. Vamos, que quieres hacer, como casi llegas a decir, «borrell y cuenta nueva», para que podamos volver al siempre huidizo y esquivo canon.

Pero sucede que lo que dices acerca de la «tesis falaz» coincide justamente con algo que quería haberte dicho y no te dije, una especie de bala de plata para acabar con tu mal doblado argumento, parcialmente (en el sentido de «en parte», pero también en el sentido de «parcial») exculpatorio de la responsabilidad de ETA. E insisto en lo de «exculpatorio», porque tú no niegas la autoría de los dos atentados, pero te atreves a discutir, a modular, a casi negar la responsabilidad de ETA en el segundo de ellos: Diciendo eso de que el atentado de la calle Correo era un atentado indiscriminado, buscaba causar el mayor daño posible, cayera quien cayera. Y eso, según los datos de que disponemos, no lo pretendía Eta. Hombre, José Luis, yo puedo llegar a creerme que un grupo terrorista, si pone una bomba en un hospital o en una guardería infantil y luego avisa, pudiera ser que no quisiera causar todo el daño posible sino más bien asustar. Pero también creo o puedo llegar a sospechar que si se pone una bomba en un pequeño bar, por ejemplo a la hora del desayuno o del aperitivo, y va a estar lleno de policías o de delatores o de traidores o de militares, quizás no se está descartando o desdeñando el causar el mayor daño posible al enemigo, por emplear la ilógica lógica militar o terrorista.

Dejaré aparte el hecho de que tú te empeñes en tergiversar mi comparación con un empresario y dos proyectos empresariales, en el que yo acentuaba el que el empresario era uno solo aunque los proyectos fueran dos y tú insistes en considerar que los dos ­atentados no están en el mismo caso aunque los dos los cometiera ETA, porque el primero fue un atentado «bueno» mientras que el segundo terminara resultando «malo».

Te puedo conceder que, para ETA, matar a Carrero Blanco (más algún daño colateral que no tenía porqué traer demasiada cola) era liquidar «al tirano». Después de todo la licitud del tiranicidio estuvo brillantemente defendida por un cura, Francisco de Vitoria, que tenía incluso un apellido vasco, aunque fuera español de Burgos. Y ya se sabe que ETA estaba llena de curas con bonísimas intenciones. Acepto por lo tanto que, para ETA, el de Carrero fue un atentado bueno. Lo que no te puedo conceder o aceptar es que lo importante o relevante del segundo atentado fuera que «no lo pretendía Eta, por eso no lo reconoció», y sus posibles consecuentes: que como no lo reconoció, no se le puede atribuir del todo y que, si no se le puede atribuir del todo, no debe echársele a ella toda la culpa, y que si ella no tiene toda la culpa, lo mejor es no insistir demasiado en el asunto.

Lo trágico, puede que solo desde el punto de vista histórico, jurídico y moral, es la infantil e irresponsable importancia que tú das en tu escrito a las intenciones (supuestas intenciones, por cierto) de ETA, ya que pretensión e intención vale en este caso exactamente lo mismo. Las intenciones, como los pensamientos, como los sueños, no tienen en realidad ningún valor exculpatorio, como no lo tienen incriminatorio. Lo que importa son los hechos. Por si no te convenzo aún, y pese a saber que contigo mi poder de convicción es igual a cero, por el puro placer de tocarte las narices, te contaré la leve historia siguiente con la primera declaración ante un juez de cierto acusado de asesinato:

RELATO DE JOSÉ LUIS MARTÍN GARCÍA

Señor juez, de verdad que voy a hablar, no se preocupe. Se lo contaré todo. Aquí ha habido un malentendido y se están diciendo cosas que no son. Mire usted, yo no soy mala persona, pero a veces tengo prontos. Por eso cuando me enteré de que mi novia me estaba poniendo los cuernos con otro guardia de seguridad, ¡y de mí misma empresa! me enfadé mucho. ¡El muy cabrón se la había llevado de excursión a Ponferrada en coche y habían pasado la noche juntos en un hostal! ¡A mí eso no se me hace, joder, no se me hace!, perdóneme usted la expresión, es que estoy un poquitín alterado. El caso es que después de estar, la semana pasada, dos días pensando y pensando y muy nervioso, de verdá, se me ocurrió enviarle por una agencia, a su casa, adonde vive con sus padres, cuatro hermanos, su abuela y dos gatos, muy simpática la abuela, se lo digo como lo siento, una batería entera de cocina y tres ollas a presión llenitas de explosivos. No se lo voy a negar, aparte de que ya lo sabe usted y por eso estoy yo aquí en este momento, hasta que se aclare todo.

Empleé una dinamita gelatinosa, que estaba a buen precio y que por lo visto da mucho resultado. Me la vendió, se lo confieso sin problemas, un amigo mío, Enrique Bueres García, que es un poco delincuente, pero buena persona: te puede conseguir lo que quieras y muy rápido. Bueno, yo le dije a Trini, que así se llamaba mi difunta, señor juez, que todo era para el piso que estábamos comprando y que no se le ocurriera abrir nada antes de la boda, que se podían estropear las cosas y que no era plan y que esperara hasta que yo le dijera. Ella a mí me tiene, bueno, me tenía, mucho respeto y me hacía siempre caso, bueno, joder, ¡menos en lo del segurata joputa ese, que si lo cojo…! y lo guardó todo en un armario grande que tenía junto a su cama.

¡Pa qué voy a alargarme más, señor juez, se lo digo con muchísimo respeto! El temporizador era de los buenos y al día siguiente… ¡funcionó como un reloj!

Ya le digo que yo no tenía mala intención. Solo que estaba muy jodido y muy encabronado, si me permite la expresión, y con una nube en los ojos que no me dejaba ver ná.

De lo de Trini no me arrepiento, señor juez, vamos, que yo creo tener mis razones y mis derechos y que a un hombre no se le hace lo que la Trini me hizo a mí.

Lo que sí puede ser es que me pasara yo con la cantidad de explosivos, que eran para una mina a cielo abierto en la provincia de Guadalajara, ¡como yo de eso no entiendo! ¡Esas cosas pasan, señor juez! ¡No hubo maldad!

Al parecer, estalló media manzana y hubo un ruido horroroso. ¡Hasta me enteré yo que vivo la mar de lejos!

Me han dicho que murieron 47 personas, pero eso no es culpa mía, no era esa mi intención ni yo pretendía eso, todo ha sido un malentendido. Y que las cosas se fueron liando y liando… Y mire usted, señor juez, yo no me alegro de que hayan muerto esas personas, yo no me siento orgulloso, yo lo siento de corazón. La culpa es de la Trini. De la Trini ¡y del segurata joputa ese que no quiso dar la cara y lo hizo todo a mis espaldas!

Tú pareces darle mucha importancia, por eso lo repites tanto, a que ETA tardase en reivindicar el atentado mientras que Eva Forest (quien en palabras tuyas tenía una considerable capacidad intelectual y un innegable talento como pensadora política) estuvo siempre orgullosa de él. Sabiendo nosotros (es decir, incluso tú, puesto que así lo reconoces) que ETA cometió el atentado es absolutamente irrelevante y no tiene ni la más mínima importancia el que lo ­reivindicase al principio o al final, pronto o tarde. No tendría ni siquiera importancia el que nunca jamás lo hubiera reivindicado. Y te pongo el mejor ejemplo: Los nazis asesinaron a más de 6 000 000 de judíos y la idea, la orden era de Hitler. A eso se le llamó El Holocausto. Pero jamás se ha encontrado una prueba documental directa con instrucciones para la llamada «Solución final» firmada personalmente por Hitler, lo que ha provocado, que haya muchos nazis o pronazis que hayan negado el Holocausto o hayan sostenido que hay mucha exageración en todo esto o que, al menos, se quejen de que se insiste demasiado en la barbarie nazi, que no fue para tanto, que los nazis nunca pretendieron eliminar a los judíos de la faz de la tierra.

En cualquier caso, aunque añadas alguna cosa más, tú dices exactamente lo siguiente: «Esa es la tesis falaz: que insiste en la barbarie de Eta y en lo brutos e ignorantes que eran sus miembros».

¡Vaya falaz tesis la tuya sobre la supuesta tesis falaz de Eduardo Sánchez Gatell! Según tú es una falacia insistir en la barbarie de Eta o atreverse a decir que algunos de sus miembros –los que conoció E.S.G., al menos– eran brutos e ignorantes. Dado lo que afirmas sobre el intelecto de Eva Forest, pudiera ser que pienses que la gente de la pistola, a los que se les encargaban cosas y casos, eran gente de elevada capacidad intelectual y con originales pensamientos políticos. Resulta hasta divertido llegar a pensarlo.

Niégame por favor mi siguiente frase: Todos los etarras eran asesinos igual que todos los nazis eran genocidas, aunque no todos los primeros usaran pistola ni todos los segundos trabajaran en los hornos crematorios.

No bastan solo unos cuantos malos versos para ser poeta:

PARABELLUM

Me he despertado en medio de la noche.
Quizás fuera el ladrido de algún perro
o el viento en el jardín, entre los árboles.
No sé, me he despertado. Eso es todo.
Y me parece aún, extrañamente,
tener una pistola entre las manos.
Y se hace el sudor más frío
y más bronca la noche,
pese a la luz que filtra la persiana.
De qué poco me vale,
qué inútil que es ahora,
en este instante en el que estoy tan lejos,
el dulce cuerpo tibio de quien amo,
el brazo que me enlaza
a lo que en otro tiempo fue la vida.

Como tampoco basta haber estado una sola vez en Portugal para convertirse en portugués. Pero basta una sola muerte para convertirse, para toda la eternidad, en asesino.

Lo que no se puede negar es que esa tesis tuya de que «insistir en la barbarie de ETA» resulta condenable y falaz y cruel y no se puede aguantar, ¡es lo máximo! No creo que nadie pueda superarte.

Ahora mismo abandono el cañón en cualquier –simbólica– esquina y mañana hablamos del canon. Nos conviene a los dos.

Abelardo Linares

*

VUELVO A EXPLICARME MAL

Qué mal me explico, Abelardo. Debo de ser muy torpe con la prosa para que tú entiendas lo que entiendes y me saques a relucir nada menos que al Holocausto. Mi reseña trata de un libro que trata de un hecho concreto: una bomba puesta en una cafetería que causó una masacre. Ese hecho nunca llegó a juicio, no tenemos una verdad judicial sobre quiénes fueron los asesinos (pero en Wikipedia puedes encontrar los nombres de los que supuestamente colocaron la bomba, amnistiados al parecer a ciegas, sin saber muy bien a quién se amnistiaba). Pero de las investigaciones llevadas a cabo –yo he leído todo lo que he encontrado sobre el tema, que me interesa porque yo también fui una víctima colateral– lo que se deduce es que en el atentado participó el grupo revolucionario articulado en torno a Eva Forest y Eta, pero quien escogió el objetivo, preparó el atentado, se ocupó de que se llevara a cabo fue Eva Forest. Eta mandó un comando con el artefacto. ¿La exime eso de responsabilidad? En absoluto. Yo comento el libro de uno de los colaboradores de Eva Forest, quien se burla de la ignorancia de los enviados de Eta con los que colaboró. Pero fueron los etarras lo que no consideraron un éxito ese asesinato indiscriminado, al contrario que quien lo organizó así desde el principio. No eximo de culpas a nadie. Quienes los eximieron fueron los políticos y los jueces que no tuvieron inconveniente en aceptar como delito político una masacre. Allá ellos con su conciencia. En Argentina, revocando la amnistía a los asesinos de la dictadura, tuvieron más sentido de la justicia que en España.

Un tema delicado, sí. Prefiero no seguir, pero permíteme una pequeña matización: quienes consideraron un asesinato «bueno» el de Carrero no fueron solo sus ejecutores, sino también muchos buenos españoles de izquierda y de derechas. Revisa las hemerotecas y recuerda los chistes de la época. Tácita o expresamente, si no recuerdo mal, hubo un aplauso bastante generalizado. Lo mismo hubo una repulsa, en este caso general, del atentado de la calle del Correo. La única excepción fue Eva Forest. Incluso sus cómplices se arrepintieron y por eso trataron de ocultar su participación (algo que, por supuesto, no les exime de responsabilidad).

José Luis García Martín

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Autores: Abelardo Linares y José Luis García Martín. Título: Duelo al sol. Una controversia literaria. Editorial: Renacimiento. Venta: Todos tus libros.

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