Día Internacional de la Esperanza
La única amenaza real que siente Estados Unidos(...) es a la superioridad tecnológica de China en campos estratégicos.

El presidente Trump es la versión destilada de los principios bajo los cuales vive gran parte del mundo desde hace cuarenta años, lapso en el que la búsqueda del beneficio monetario se convirtió prácticamente en la virtud más vista y perseguida de un propósito colectivo e individual.
Trump es el producto natural de una política que, desde que apareció el llamado «consenso de Washington» a principios de los años de 1980, preconiza una admiración acrítica por los mercados no regulados, que desprecia al sector público, que fantasea con la imposibilidad del crecimiento infinito sin afectar los equilibrios de la naturaleza, que está obsesionada por el culto a la privatización y al sector privado, por la creación de riqueza a cualquier precio, y que es indiferente ante las crecientes desigualdades entre ricos y pobres.
Hay algo profundamente erróneo en la forma en que vivimos hoy; tan es así que la asamblea general de la ONU resolvió, el 4 de marzo pasado, instituir el 28 de enero de cada año como el Día Internacional de la Coexistencia Pacífica y el 12 de julio como el Día Internacional de la Esperanza.
Hablar de paz y esperanza en la ONU tiene el valor simbólico de recordarnos la acechanza de la violencia en conflictos civiles e internacionales que se multiplican, y llama la atención sobre la demostrada incapacidad de múltiples gobiernos e instituciones internacionales para seguir rutas alternativas.
Son llamados simbólicos porque, aunque la ONU es la organización internacional más grande e importante con que cuenta el mundo para afrontar crisis múltiples y crecientes, que van desde enfrentamientos internacionales hasta el calentamiento global, la organización adolece de una normatividad anacrónica y carece de fuerza práctica para obligar a sus miembros a sostener un diálogo civilizado y eficaz en favor de la coexistencia pacífica y de la recuperación de expectativas en un futuro mejor.
En este contexto, la vida de cada vez más millones de personas es afectada por las consecuencias de las decisiones de Trump sobre aranceles, comercio, política exterior, drogas, terrorismo, inmigración, cambio climático y lo que siga discurriendo desde la mezquina posición según la cual su gobierno está en la defensa de la soberanía estadounidense, de la cual habría abusado y se habría aprovechado el resto del mundo durante décadas, y tiene que ser defendida con aranceles como herramienta principal, hasta ahora.
La defensa de esa soberanía fue el argumento de quien representó a EU en la Asamblea de la ONU del 4 de marzo, Edward Heartney, para votar contra la declaración de un día dedicado a la coexistencia pacífica y otro a la esperanza.
Ambos llamados los consideró el representante del gobierno de Trump “una reafirmación de la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS)… que es incompatible con la soberanía de los Estados Unidos y contrario a los derechos e intereses de los estadounidenses”.
México es uno de los países para los que ese nacionalismo estadounidense representa mayores peligros; Trump ha insistido, por ejemplo, en la intervención militar en nuestro territorio para combatir (someter, en realidad) a los cárteles de la droga, y ante el rechazo de la presidenta Claudia Sheinbaum, declaró (lo parafraseo) “que la presidenta de México les tiene tanto miedo a los cárteles, que no piensa claramente”. Cabeza muy fría tiene que mantener nuestra presidenta para aguantarlo.
La única amenaza real que siente Estados Unidos —no a su soberanía, sino a su hegemonía imperialista— es la superioridad tecnológica de China en campos estratégicos; Heartney no omitió relacionar el contenido en los llamados de la ONU a la coexistencia pacífica y a la esperanza con propósitos y estrategias del gobierno de China.
Aunque China es la obsesión desde hace varios cuatrienios de los gobiernos estadounidenses, Washington no había declarado que la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobara iniciativas que promueven las ideas del presidente Xi Jinping.
El peligroso nacionalismo del gobierno estadounidense es reflejo de 40 años de políticas derivadas del llamado consenso de Washington y de la intensificación del desafío de China a la hegemonía global de Estados Unidos; un escenario probable es la ocurrencia de violentos reacomodos geopolíticos ante los que el mundo tendría que oponer mucho más que los llamados a la paz y la esperanza de la ONU.
A las ideas que se discuten en Occidente para seguir rutas alternativas no les falta coherencia, sino lo fundamental: el soporte político de las grandes corporaciones transnacionales y sus gobiernos para seguirlas, lo cual es particularmente visible en Europa.