Correspondencia de dos mundos
María José Solano escribe a propósito de la publicación de Un matrimonio epistolar: Correspondencia entre Giuseppe Tomasi di Lampedusa y Alessandra Wolff von Stomersee, de Caterina Cardona, por la editorial Elba. ***** I: La voz del sur — Giuseppe Tomasi di Lampedusa Nuestro matrimonio, si es que puede llamarse así con términos comunes, se desarrolló... Leer más La entrada Correspondencia de dos mundos aparece primero en Zenda.

María José Solano escribe a propósito de la publicación de Un matrimonio epistolar: Correspondencia entre Giuseppe Tomasi di Lampedusa y Alessandra Wolff von Stomersee, de Caterina Cardona, por la editorial Elba.
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I: La voz del sur — Giuseppe Tomasi di Lampedusa
En esta casa donde las cortinas tiemblan como hojas detenidas en su caída, he aprendido a convivir con la lentitud del tiempo. El reloj no mide horas, mide ecos. Y entre esos ecos, el más persistente es el de las cartas que cruzan Europa para traerme, con una cadencia constante, la voz escrita de mi esposa.
Lo que me unía a ella no era la costumbre, sino la claridad de una afinidad profunda, intelectual, espiritual. Cada carta suya era como una rendija en el muro del presente por donde se colaba el aire de una conversación eterna, de esas que no comienzan ni terminan. Y al escribirle, yo mismo me escuchaba con una nitidez que la vida ordinaria no permite. Era un espejo en el que, paradójicamente, no me veía reflejado, sino revelado.
Las cartas fueron nuestro hogar común. En ellas, el norte y el sur dialogaban sin ofenderse, sin imponerse. La fría lucidez de su pensamiento acariciaba mi melancolía barroca como el mármol de una escultura suaviza la sombra.
II: La voz del norte — Alessandra Wolff von Stomersee
Giuseppe nunca necesitó de mi presencia constante, y eso fue, desde el principio, una forma de amor que respeté. Él no era un hombre de la necesidad, sino de la contemplación. Yo tampoco buscaba abrigo, sino espacio: espacio para pensar, para escribir, para mantener con él una relación que no se desgastara en la repetición.
Nuestro matrimonio fue una obra intelectual antes que una alianza afectiva. Lo digo sin cinismo: lo que compartimos fue una forma superior de intimidad, aquella que no se agota en lo físico ni se reduce a la convivencia. Nos conocimos más en nuestras ausencias que muchos en su roce diario. Porque, ¿qué es el conocimiento del otro sino la forma en que su palabra nos transforma?
En nuestras cartas no fingíamos. No necesitábamos adornos ni estrategias. Nos escribíamos desde la verdad, con un lenguaje hecho de respeto, ironía fina y una ternura que no exigía demostraciones. Su Sicilia se me hizo familiar no por haberla pisado, sino por haberla leído en sus líneas, como un poema largo que uno termina por amar.
En este matrimonio sin gestos pero lleno de símbolos, la distancia no fue un obstáculo: fue el marco de nuestra unión. Como el marco de un cuadro que no encierra, sino que da forma.
III: Lo que permanece
Quizás nuestra época no estaba preparada para comprender que un vínculo pueda florecer en la distancia, crecer con el pensamiento y sostenerse con tinta. Pero fuimos felices a nuestro modo, y eso basta. No fuimos un modelo, ni una excepción. Fuimos simplemente dos que eligieron escribir, en vez de hablar, para no decir nunca lo que no debía decirse. Para dejar que la palabra reposara, como un vino oscuro, antes de ser servida.
Y así, cuando el mundo se desmoronaba a nuestro alrededor —aristocracias, imperios, certezas—, nosotros construíamos, carta a carta, una pequeña morada indestructible. Hecha no de piedra ni de promesas, sino de comprensión. Y en ella seguimos, incluso ahora.
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Autor: Caterina Cardona. Título: Un matrimonio epistolar. Editorial: Elba. Venta: Todostuslibros.
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