Cuando alguien sale del quirófano y algo más tarde del hospital y les dice a sus amigos que está bien no miente, pero sólo la gente de confianza se asomará a la piel y encontrará la cicatriz tremenda con que le sacaron el corazón para arreglarle una válvula y ponerlo más tarde en su lugar, ya sin miedo a que cualquier día se le colapsasen las venas y las arterias. Podrá luego hacer la vida normal y llegará un día en que al mirarse al espejo no piense en el cuchillo con que le abrieron el esternón y sabrá que fue mejor aquella aterrorizadora carnicería controlada que desplomarse en un segundo sin siquiera poder despedirse. A las Cruces de Mayo...
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