Bar Casa Vicente: adiós a la vieja gran escuela
Hay restaurantes de alto copete, emblemas del firmamento Michelín, tabernas de solera e historia, esnobismos infumables, gastrobares al uso, casas de buena comida, ventas peligrosas, templos del buen producto, cafeterías razonables y barras con encanto... Y además, y por encima de todos ellos, bares de barrio . Cocina de siempre, parroquianos, refugio vecinal, comedores que son la prolongación de tu casa; costumbrismo y sentencias de filosofía doméstica; estrecheces y tardes interminables, patio de comedias, paisanaje y consuelo nocturno. Y al frente de estos monumentos a la vida misma, seres insustituibles que llevan la vieja gran escuela de la hostelería tan en la sangre, que no pueden vivir sin ella. Aunque haya que jubilarse (a regañadientes) con mucho pellizco. No seré quien determine cuál es el mejor bar de barrio de Córdoba, porque hay muchos destacables que conforman la costilla esencial de nuestras collaciones paganas. Bares de vino dialogado y pausado. De humanidad. De chascarrillos y bondad. Pero Bar Casa Vicente está entre ellos. Dijérase, como el anuncio, que posiblemente es uno de los mejores; pero estos días nos deja el corazón encogido y el estómago rumiando porque baja la persiana. Y duele como un serio quebranto. Como una cuenta larga por sorpresa. Más de treinta años después de ser la primera luz que se quedaba encendida de noche en Vistalegre . Dando café, bocadillos y conversación a miles de policías locales de esta ciudad y que estos días lo despiden con galones y hermandad. Hasta por turnos. Bar Vicente ha abrazado los domingos insustituibles de tantas familias cordobesas que su dueño puede estar orgulloso de sentir cómo abuelos, padres, hijos y hasta nietos lo buscan nada más cruzar el umbral de su puerta como si fuera uno de los suyos. Allí, en Escritor Azorín esquina con Rosa Chacel. Vicente Martínez es un cordobés del Campo de la Verdad. Y aquí podría acabar este 'obituario gastronómico'. Lleva desde los 9 años trabajando y conoce el oficio como nadie. Listo como el hambre, gentil como una cena caliente. Empezó en otro mito sentimental como Los Romerillos, pasó por Ciudad Jardín y fundó Vistalegre cuando Prasa había dejado recién terminados los bloques de la urbanización Europa. Se retira después de 56 años detrás de la barra o sirviendo mesas . Ejerciendo como nadie un bendito oficio que aunque no parece que tenga respiro, merece un descanso. Vicente, con su menudo cuerpo, es el bar. Y el bar es, realmente, una extensión de Vicente Martínez . No se entienden el uno sin el otro. De un tiempo a esta parte se lamenta de que se despide en su mejor momento profesional. Con un equipo infatigable y generoso. Cuando es imposible coger mesa ni terraza porque distintas generaciones siguen buscándolo con afán. Es tan dificíl retirarse cuando tanto esfuerzo y sufrimiento trae la buena estrella... Si tuviera que pedir por última vez empezaría con un fino de Los Naranjos y unos boquerones en vinagre que quitan el sentido. No perdería comba con la araña frita -de las mejores de Córdoba , con diferencia, que macera con limón, ajo y perejil-, o le entraría a los riñones de cordero, el solomillo con champiñones, las patatas bravas y, por supuesto, el 'abc' de la mesa cordobesa: su flamenquín, su rabo de toro y su salmorejo . Su 'abc'. Y dejaría hueco para sus migas o los cocidos de miércoles. Y al café y los postres, «están ustedes invitados». Si a todo este disfrute le añadimos una cuenta buena, bonita y barata, poco más podemos decir. Bueno sí, que se va un grande de la hostelería cordobesa. Sin alharacas ni Instagram. Sencillamente insuperable. Que Dios lo guarde muchos años en la memoria de todos sus parroquianos.
Hay restaurantes de alto copete, emblemas del firmamento Michelín, tabernas de solera e historia, esnobismos infumables, gastrobares al uso, casas de buena comida, ventas peligrosas, templos del buen producto, cafeterías razonables y barras con encanto... Y además, y por encima de todos ellos, bares de barrio . Cocina de siempre, parroquianos, refugio vecinal, comedores que son la prolongación de tu casa; costumbrismo y sentencias de filosofía doméstica; estrecheces y tardes interminables, patio de comedias, paisanaje y consuelo nocturno. Y al frente de estos monumentos a la vida misma, seres insustituibles que llevan la vieja gran escuela de la hostelería tan en la sangre, que no pueden vivir sin ella. Aunque haya que jubilarse (a regañadientes) con mucho pellizco. No seré quien determine cuál es el mejor bar de barrio de Córdoba, porque hay muchos destacables que conforman la costilla esencial de nuestras collaciones paganas. Bares de vino dialogado y pausado. De humanidad. De chascarrillos y bondad. Pero Bar Casa Vicente está entre ellos. Dijérase, como el anuncio, que posiblemente es uno de los mejores; pero estos días nos deja el corazón encogido y el estómago rumiando porque baja la persiana. Y duele como un serio quebranto. Como una cuenta larga por sorpresa. Más de treinta años después de ser la primera luz que se quedaba encendida de noche en Vistalegre . Dando café, bocadillos y conversación a miles de policías locales de esta ciudad y que estos días lo despiden con galones y hermandad. Hasta por turnos. Bar Vicente ha abrazado los domingos insustituibles de tantas familias cordobesas que su dueño puede estar orgulloso de sentir cómo abuelos, padres, hijos y hasta nietos lo buscan nada más cruzar el umbral de su puerta como si fuera uno de los suyos. Allí, en Escritor Azorín esquina con Rosa Chacel. Vicente Martínez es un cordobés del Campo de la Verdad. Y aquí podría acabar este 'obituario gastronómico'. Lleva desde los 9 años trabajando y conoce el oficio como nadie. Listo como el hambre, gentil como una cena caliente. Empezó en otro mito sentimental como Los Romerillos, pasó por Ciudad Jardín y fundó Vistalegre cuando Prasa había dejado recién terminados los bloques de la urbanización Europa. Se retira después de 56 años detrás de la barra o sirviendo mesas . Ejerciendo como nadie un bendito oficio que aunque no parece que tenga respiro, merece un descanso. Vicente, con su menudo cuerpo, es el bar. Y el bar es, realmente, una extensión de Vicente Martínez . No se entienden el uno sin el otro. De un tiempo a esta parte se lamenta de que se despide en su mejor momento profesional. Con un equipo infatigable y generoso. Cuando es imposible coger mesa ni terraza porque distintas generaciones siguen buscándolo con afán. Es tan dificíl retirarse cuando tanto esfuerzo y sufrimiento trae la buena estrella... Si tuviera que pedir por última vez empezaría con un fino de Los Naranjos y unos boquerones en vinagre que quitan el sentido. No perdería comba con la araña frita -de las mejores de Córdoba , con diferencia, que macera con limón, ajo y perejil-, o le entraría a los riñones de cordero, el solomillo con champiñones, las patatas bravas y, por supuesto, el 'abc' de la mesa cordobesa: su flamenquín, su rabo de toro y su salmorejo . Su 'abc'. Y dejaría hueco para sus migas o los cocidos de miércoles. Y al café y los postres, «están ustedes invitados». Si a todo este disfrute le añadimos una cuenta buena, bonita y barata, poco más podemos decir. Bueno sí, que se va un grande de la hostelería cordobesa. Sin alharacas ni Instagram. Sencillamente insuperable. Que Dios lo guarde muchos años en la memoria de todos sus parroquianos.
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