Así se vivió en Sevilla el gran apagón: la guasa puso la luz y el civismo se impuso al caos

Apagón total, pero sin caos. Es el resumen de las más de seis horas sin luz en Sevilla, con semáforos apagados, comercios inactivos, generadores a pleno rendimiento y transistores en las terrazas. Pero el civismo y la paciencia reinaron por encima del pánico y la guasa tiñó de relativa normalidad el histórico cero energético registrado … Continuar leyendo "Así se vivió en Sevilla el gran apagón: la guasa puso la luz y el civismo se impuso al caos"

Abr 29, 2025 - 16:01
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Así se vivió en Sevilla el gran apagón: la guasa puso la luz y el civismo se impuso al caos

Apagón total, pero sin caos. Es el resumen de las más de seis horas sin luz en Sevilla, con semáforos apagados, comercios inactivos, generadores a pleno rendimiento y transistores en las terrazas. Pero el civismo y la paciencia reinaron por encima del pánico y la guasa tiñó de relativa normalidad el histórico cero energético registrado en la península.

La caída del suministro eléctrico se produjo a las 12:33 horas, con las terrazas sacando partido al sol: «Hemos vuelto al siglo pasado, estamos apuntando las cuentas en la barra con una tiza», explica un camarero de la calle Feria. En Jerónimo Hernández, dos mujeres esperan en la calle con media docena de bolsas de la compra: «Hemos podido pagar, pero llevamos casi dos horas esperando a nuestro cuñado, que sin GPS se ha perdido».

Muy cerca, una cafetería admite algunos apuros: «Es todo bastante extraño. Se han formado colas por el pan; todo el mundo viene con mucho miedo. Estamos un poco en shock, pero mientras paguen en efectivo, seguimos atendiendo». En una peluquería de la zona, las clientas han quedado a medio peinar: «¿Que cómo lo estamos llevando? Fatal. No podemos usar el secador de mano y hemos tenido que dejar de peinar. Algunas clientas se han ido y las que están dentro están esperando a que vuelva la luz, pero creo que se van a tener que ir con el pelo mojado», cuenta la responsable.

Los taxistas trabajan a duras penas: «Esto es un jaleo, no hay quien cruce la ciudad». El centro de salud San Luis sobrevive con un generador, pero el centro de especialidades Esperanza Macarena está a oscuras: «No ha venido nadie. Igual que en pandemia, la gente entiende la situación», relata un doctor.

«Esto parece un experimento sociológico. De momento hay civismo, pero quiero ver cómo responde la sociedad si la situación se prolonga más allá de las 24 horas», apunta un conductor inmerso en el atasco de Capuchinos. Las farmacias operan, pero, informatizadas, no pueden leer recetas ni suministrarlas. Los hoteles de la Macarena todavía aguantan: «Todo funciona: ordenadores, ascensores… pero con lentitud», señalan.

A las 14:30 horas, un supermercado de María Auxiliadora cierra sus puertas. El generador ha dicho basta: «Ha durado una hora, se ha quemado rápido. A ver qué hacemos con los refrigerados. Estamos esperando órdenes. Ahora me da miedo coger la moto para volver a casa», dice una de las cajeras.

En la avenida Menéndez Pelayo, arteria de la ciudad, algún cliente afortunado tiene una cerveza fría en la mesa. «Nuestro barril funciona con hielo y agua, no necesita luz. Mientras haya cerveza, aquí nadie se queja», explica el dueño. «Los habituales tienen su cuenta abierta, pero hay alguna cerveza que no he podido cobrar», reconoce la camarera, que ha vuelto a usar «papel y boli».

Entretanto, los pasos de cebra se regulan solos: el peatón que quiera cruzar, que lo haga saber. Los autobuses se acumulan uno detrás de otro. Se oyen sirenas de Policía y Bomberos. «Hay algún vecino que se ha quedado encerrado en el ascensor», comenta un cliente apoyado en la barra. «Después del covid, mucho tiene que pasar para que yo me asuste», reconoce otro. «El problema empezará cuando la gente se quede sin batería en el móvil», vaticina un tercero.

El objeto más deseado es el transistor. Los curiosos revolotean cerca de ellos y preguntan qué ha pasado. La información todavía es incierta: se habla de un ciberataque y de que media Europa está a oscuras.

En la avenida de la Constitución hay dos tranvías parados, y un maquinista charla con un técnico. En la recepción de un hotel se agolpan al menos una veintena de turistas: «Los taxis están atascados y algunos aviones se han retrasado. No pueden irse», describe una empleada, que no sabe cuánto más aguantará el generador.

Mientras, la guasa sevillana ayuda a digerir la situación: «Yo mañana no vengo a trabajar, ¿eh?, que no me va a sonar el despertador», bromea la recepcionista con su jefe. Junto a este hotel, una tienda de ropa y una hamburguesería han cerrado a cal y canto. «¿No se escucha un poco más el silencio?», comenta una viandante a su amiga. «¿Cómo que no hay luz? ¡Mirad qué sol!», exclama un adolescente ante sus compañeros de colegio.

En la calle Sierpes, corazón comercial y turístico de la ciudad, las tiendas abiertas y cerradas se intercalan. «Abrimos por los clientes, porque muchos dejan sus compras para el último día o esperan un poco por si encuentran algo mejor, y para hoy teníamos algunos artículos apalabrados. No queremos que se acerquen y encuentren el local cerrado», comentan el dueño de un negocio de cerámica. Enfrente, otro comercio mantiene las puertas abiertas, pero no atiende al público. Una trabajadora limpia el cristal del escaparate: «Lo siento, está cerrado».

En la confluencia de Sierpes con Rioja, dos agentes de la Policía Local ayudan a una tienda a bajar su persiana. Son las 16:30 horas. A escasos metros, un conocido hipermercado se enfrenta al mismo problema: están cerrados porque no pueden abrir la caja registradora, pero no pueden echar la cortina metálica porque es eléctrica. «Toda la comida congelada se va a echar a perder. En teoría el seguro lo cubre, pero puede que se agarren a alguna cláusula y no paguen».

Ya en las Setas, otro hotel sobrevive sin generador: «Estamos fotografiando los DNI y los pasaportes para hacer los check-in. Pagaron cuando hicieron la reserva, así que por eso no hay problema. Además, las tarjetas de las habitaciones van con pilas. Eso sí: para el 80% de mi trabajo necesito el ordenador», señala una empleada.

Algún vecino advierte de que en la Alfalfa, al ir a comprar el pan, se ha encontrado con gente algo nerviosa: «Había mucha cola para comprar ensaladas preparadas y productos precocinados». No obstante, en su recorrido de varias horas por Sevilla, este periódico no ha presenciado ninguna escena de caos. Incluso algún tímido claxon era rápidamente acallado: «¡Un poco de paciencia, por favor! ¡Pronto empezamos!», gritan desde las aceras. En algunas zonas, incluso, resulta difícil percibir que es un lunes muy diferente al resto.

Poco antes de las 19:00 horas, volvía la luz al casco histórico de Sevilla. El Internet aún tardaría en llegar, y durante la mañana de este martes la red todavía funcionaba de forma intermitente. Algunos acuden a las bibliotecas buscando wifi. Los taxistas, que ayer se quejaban de semáforos apagados, hoy protestan por los que están encendidos: «Hay que darle un Nobel a quien puso éste aquí». A falta de conocer qué pasó y por qué España se expuso ante el mundo de esta forma, Sevilla dio un ejemplo de cordura y autogestión. Su color especial no necesita luz que lo refleje.