Ana Julia
Hay nombres propios que te pueden perseguir allá donde vayas

Hay nombres propios que no se olvidan nunca. Que se quedan pegados, que se adhieren al imaginario como una lapa a la roca del mar.
El martes emprendí un viaje en familia. Lejos del ruido. Del cónclave. De un apagón sin causa clara que por estos lares despierta curiosidad y plantea preguntas cuando escuchan el acento español. La oscuridad repentina que sorprende más allá de nuestras fronteras -y no es para menos- en pleno siglo XXI. Vine buscando la desconexión, pero resulta imposible cuando las noticias -sobre todo, las malas- vuelan como pájaros hambrientos hasta el fin del mundo.
Una historia tenebrosa de cárcel, sexo, chantajes, amenazas, teléfonos, tratos de favor y funcionarios implicados. El cóctel perfecto para convertir de nuevo en protagonista a aquella mujer
La información escabrosa me llegó esta vez a través de una llamada telefónica de mi madre. Después de interesarse por mi travesía, pasó a ponerme al día de lo que se cocía por tertulias televisivas varias. “¿Te has enterado de lo de aquella que mató al niño de Almería?” Y no hizo falta que añadiera mucho más sobre el personaje. No sabía lo último que había hecho, pero sí a quién se refería. “Ana Julia”, pensé. Hasta ese punto quedó impregnado hace años ese nombre propio en mi cabeza. No puedo ni imaginar el torbellino de odio que desatara en los oídos de los padres del pequeño Gabriel Cruz
Aproveché que la conversación me cogió en el asiento trasero del coche rumbo a algún lugar al norte para teclear en Google ese nombre maldito. Lo que narraban los periódicos sobre ella era ahora una historia tenebrosa de cárcel, sexo, chantajes, amenazas, teléfonos, tratos de favor y funcionarios implicados. El cóctel perfecto para convertir de nuevo en protagonista a aquella mujer que a principios del 2018 destrozó a una familia y se puso en vilo al país con el asesinato del chico de ocho años. La que es mala, es mala siempre. Hasta entre rejas condenada a la máxima pena.
Ha pasado tiempo desde que encontraron el cadáver de Gabriel en su maletero del coche. Fueron días agónicos para los familiares del niño. Supuesta desaparición. La busqueda. La incertidumbre. El dolor. La inquietud. El fatal desenlace. Y entre tanto, aquella chica fría y manipuladora, de mirada penetrante, que lo tenía todo calculado al milímetro, interpretaba el mayor papel de su vida apoyando ante las cámaras a su pareja y padre de la víctima. Fue terrible. Lo recuerdo bien porque por aquella época estaba yo en la redacción de un informativo de televisión y tuve que realizar infinidad de vídeos sobre el caso.
Visioné horas y horas de material grabado por mis compañeros sobre el terreno. Observé cada gesto, cada paso que dio Ana Julia. Cada palabra suya. Cómo abrazaba a su novio sin mostrar el más mínimo atisbo de arrepentimiento, sin que nada la delatara, en diferentes concentraciones y durante la pausa publicitaria de una entrevista que dio mucho que hablar para El Programa de Ana Rosa. Volví a ver aquella secuencia en bruto cuando, desde la investigación, nos pusieron sobre aviso: “No quitéis el ojo a la pareja del padre del chico”. Aquel hombre destrozado durmiendo con su enemiga sin saberlo y, después, ya sabiéndolo y teniendo que tragar por el bien de las pesquisas que debían atar bien todo antes de la detención. Se le percibía perdido y bajo el efecto de los ansiolíticos. Como para no estarlo. Lo que tuvo que sentir y vivir debía ser terrorífico. Poco se ha sabido de él desde entonces. También el silencio es una forma de comunicarse.
"Le he roto el documental"
Mientras, su expareja y madre del pequeño asesinado, Patricia Ramírez, lleva meses batallando para que no se lleve a cabo uno de esos morbosos documentales -ahora tan de moda- con la historia de su hijo. Un documental sobre el que la propia asesina confesa habría confirmado su participación y para el que habría estado utilizando ese teléfono conseguido en prisión a base de polvos. Un móvil con el que habría grabado material entre rejas, además de esas supuestas escenas sexuales con trabajadores de Brieva. Lo que habrá y no sabremos en las cárceles. Un inframundo en el que a Ana Julia le han dejado seguir actuando como lo que es: una engatusadora hija de Satanás en la que no veo reinserción posible y que sigue amenazando a una madre a quien le arrebató lo más sagrado: “La asesina de mi hijo ha manifestado que me quiere matar y que está muy enfadada conmigo porque, entre otras cosas, le he roto el documental”. Fue Patricia Ramírez la que alertó de que Ana Julia seguía haciendo de las suyas en prisión y la que denunció y sigue denunciando que se siente desamparada por las instituciones.
Esto es de locos. Me parece indigante que se permitan estas cosas. Como si el mundo lo gobernaran los presos desde sus celdas y no al revés. Te matan a tu hijo y ni siquiera te dejan seguir viviendo. Recientemente tenemos también el ejemplo de José Bretón. Porque hay nombres propios que te pueden perseguir allá donde vayas. Como una sombra negra y alargada que se percibe en la luz y sobre todo en la oscuridad.