“Yo solo quiero un caballero”: así se disfraza de feminista la retórica sexofóbica de la mujer decente
Que de repente haya feministas en TikTok anhelando hombres caballerosos sería anecdótico si no fuese porque sucede a la vez que la extrema derecha instrumentaliza lo que considera un fracaso de la modernidad sexual para imponer ideas conservadoras.


Este artículo es el tercero de una serie sobre cómo permea la retórica reaccionaria en el feminismo. Aquí puedes leer el primero sobre tradwives y maternidad, y aquí el segundo sobre femcels, heteropesimismo y tristeza femenina
Mi amiga A. acudió a su primera fiesta fetish unos meses después de ser madre. No la había visto tan ilusionada contando algo propio ni cuando nos anunció que estaba embarazada. Había conseguido un body de vinilo negro que le apretujaba las tetas y las hacía parecer dos copas de helado de menú de restaurante, como ella misma las describió. “A ver si alguien me las agarra y no solo mi hijo”, soltó. Yo, embarazada en ese momento, estaba fascinada con lo salida que estaba mi amiga en su posparto y le pregunté si era cosa de las hormonas. “Ya me lo dirás tú cuando seas madre en unos meses”, manifestó como una de esas ancianas pitonisas a las que su propia clarividencia les ha dejado un ojo a la virulé. Prosiguió intentando ser un poco más concisa: “Necesito vivir con intensidad. Todo me parece aburridísimo. Quiero que me devoren”. A mi amiga la maternidad la había conectado con la fuente de la que manan el placer y el sufrimiento. Dicen que cuando parimos “damos a luz”, cuando lo que alumbramos junto a la criatura es una oscuridad profunda con la que se dilatan nuestras pupilas para ver lo que antes estaba ahí pero no podíamos ver.
A. comenzó a detallar todas las fantasías de dominación que pasaban por su cabeza hasta que otra amiga la interrumpió para ametrallarla con preguntas juiciosas. Que si aquello era someterse a los deseos del hombre, que por qué ahora de repente quería ser más sumisa, que si no sería porque el parto la había dejado traumatizada porque aquello tenía que venir de una experiencia de violencia, que cómo le iba a decir a su hijo que tenía que tratar bien a las mujeres si su propia madre se estaba entregando al placer patriarcal.
Toda esta conversación me viene recurrentemente a la cabeza con los debates cíclicos sobre pornografía, sexo anal, BDSM y, en general, sobre la sexualidad de las mujeres en un marco de desigualdad de género. Nada nuevo bajo el sol excepto porque de repente veo cómo en TikTok chicas jóvenes feministas dicen querer a su lado a un hombre que se comporte como un caballero. Y tiene sentido: la ruptura del silencio sobre las violencias machistas hace que parezca imposible relacionarse con hombres sin asumir algún tipo de victimización. Esa agonía nos lleva a desarrollar estrategias de autoprotección. Por ejemplo, ensalzando conductas que demostrarían que ese hombre no es un depravado porque se comporta como un perfecto caballero. El problema es que sabemos de sobra que un perfecto caballero también puede ejercer violencia. Así, mientras por un lado se idealizan conductas alejadas de la sexualidad normativa —un hombre que trata bien a las mujeres es aquel que no consume pornografía, que no quiere practicar sexo anal porque eso es humillante para ellas, que tampoco está demasiado interesado en el sexo casual porque eso sería caer en el “consumismo de la carne”— y, a la vez, refuerza la idea de que debemos ser hipervigilantes con esas mismas conductas masculinas para intentar prevenir que ejerzan violencia contra nosotras, pues cualquier cosa puede ser un indicio relevante. La cultura de la red flag, importantísima porque por fin pone el foco en el comportamiento de ellos, no deja de ser asfixiante y desoladora porque nos remite a un marco de alerta permanente.
La política comunista Maria Antonietta Macciocchi señaló que no era posible entender el fascismo sin comprender cómo este les habla a las mujeres y cómo habla sobre ellas. Yo añadiría que, en tiempos oscuros, tan importante es eso como prestar atención a cómo habla a las mujeres y sobre ellas el progresismo. Porque el sombrío antiutopismo sexual que se predica desde sectores feministas es profundamente reaccionario. Quizá aquella amiga que, en resumidas cuentas, le dejó entrever a A. que su práctica sexual no era feminista despreciaría un término como el de “mujer decente”, pero sus juicios también trataban de corregir una conducta y hacerla más decorosa. Que de repente haya feministas en TikTok hablando de hombres caballerosos podría parecer anecdótico si no fuese porque sucede en el mismo momento en que, como explica el investigador Alberto López, de la Universidad de Harvard, “la extrema derecha declara el fracaso de la modernidad sexual y ofrece un jugoso discurso sobre volver a un pasado en que los hombres sabían qué esperar de las mujeres y las mujeres de los hombres”.
Sexofobia y feminismo: así se acaba promoviendo la pareja para toda la vida
Si el feminismo ha tenido un asunto como prioritario en su agenda ese ha sido el de la sexualidad femenina. No solo buscando la liberación de la misma, sino exponiendo a la vez las violencias que se ejercen contra las mujeres para coartarla. Suena sencillo, pero las formas en que se ha abordado demuestran que es un tema muy complejo. De forma muy resumida, la eterna pregunta es si las mujeres pueden follar con libertad en un sistema que las oprime y si el mismo hecho de hacerlo supondría participar de esa opresión.
Como demuestra la pensadora Sophie Lewis en su ensayo Feminismos enemigos, históricamente muchos grupos feministas han intentado dar solución a la violencia masculina promoviendo instituciones conservadoras como la monogamia, el matrimonio y la familia tradicional al considerarlas útiles para frenar los impulsos sexuales de los hombres, a quienes presuponen naturalmente violentos. Y esto, en el fondo, sigue ocurriendo. Quizá las formas no son tan explícitas, pero lo que subyace en afirmaciones como que el sexo casual es una forma de los hombres de usar a las mujeres para su beneficio es que los hombres que se “comprometen” no hacen eso mismo. Por tanto, es promover la pareja para toda la vida. Y esto no solo es preocupante por el estándar tradicional que propone, sino porque va acompañado de toda una narrativa sobre “aguantar” y “luchar” por la otra persona, como explicábamos aquí con el trend de “Y me quedé”. Reconozco que me echo a temblar cada vez que alguien dice con tanta facilidad que el uso de Tinder nos lleva al neoliberalismo sexual, donde todo es mercado de la carne, consumismo sexual, parejas de usar y tirar. Porque es cierto, como dice el investigador Alexander Stoffel, de la Universidad Queen Mary de Londres, que “nuestra actual búsqueda de placer está gestionada por algoritmos” y que eso la conecta con “el trabajo”, pues buscar pareja sexual es casi como adentrarse en LinkedIn. Hay que crear un perfil competitivo, hay que “educar” al algoritmo, hay que dedicar tiempo a discriminar qué te gusta y qué no. Pero ahí lo negativo es que el placer y el ocio se conviertan en una especie de autoempleo, pero no tanto la durabilidad o no de las relaciones o si se conoce más o menos a la persona antes de practicarle sexo oral. Se empieza con ese lenguaje tan seductor —consumismo sexual, mercado carnal, cuerpos mercantilizados— y se acaba criminalizando a las personas LGTBQ+ que practican cruising. De hecho, es una terminología que la propia manosfera usa contra las mujeres para ejercer el famoso body count y hacernos sentir culpables por practicar mucho sexo con desconocidos o parejas poco duraderas, pues eso nos hace perder valor al resultar fáciles y accesibles.
Así que volviendo a la eterna pregunta sobre la sexualidad femenina dentro de un sistema de desigualdad, esta cobra más relevancia que nunca a nivel discursivo porque estamos inmersas en la era del #MeToo, del #Cuéntalo y del “Que la vergüenza cambie de bando”. Es decir, a medida que toda esa realidad violenta sobre la sexualidad se destapa, “es difícil no convertirla en la verdad fundamental del sexo”, señala Alexander Stoffel. “A medida que el sexo se vuelve difícil de desenmarañar de los daños, la coacción y la violencia, las personas naturalmente recurrirán a reglas, normas y a un lenguaje moralista en un intento por calmar sus ansiedades y protegerse del daño”, añade el investigador.
Cuando se aprobó la ley del ‘solo sí es sí’, muchos youtubers vinculados a la manosfera alegaron que ahora para practicar sexo habría que firmar un contrato, en un intento por desacreditar todo el debate sobre el consentimiento. Era una reacción furibunda para evitar sentirse interpelados y, además, retratar a las feministas como unas exageradas que en cualquier momento podrían arruinarle la vida a un hombre con una denuncia. Pero tampoco faltaron las feministas que a través de TikTok le dieron la vuelta al mensaje, señalando que quizá sí que tendríamos que empezar a exigirles a los hombres un contrato sexual para que dejen de violarnos. Como si el matrimonio, que es precisamente un contrato, hubiese resguardado nuestra libertad sexual. El grado de violencia simbólica que supone la primera respuesta no me parece comparable a la de la segunda, pero eso no quiere decir que amenazar con obligar a rellenar formularios sexuales como un salvavidas femenino frente a la violencia sexual carezca de consecuencias.
La lógica del “sexo seguro”: go to the horny jail, wholesome y los caballeros andantes
Esta respuesta traumática al reconocimiento público de las violencias que sufrimos está muy anclada en el heteropesimismo del que hablaba aquí. De forma resumida y citando a Sophie Lewis, “al repetir la idea de que ‘los hombres son lo peor’ reforzamos la pureza de nuestra propia identidad”. “Podemos amar a los hombres, decimos, pero apenas lo disfrutamos. Nos avergüenzan, no nos contaminan, no somos ellos. En otras palabras, podemos seguir siendo ‘mujeres’”. De esta forma, dice Lewis, se pretende mantener a salvo la categoría “mujer”.
- Un apunte. Desde esta pureza de lo que es ser una mujer, en contraposición a lo que es ser un hombre, es desde donde se construye el odio a las mujeres trans que ha dado lugar a políticas excluyentes en Estados Unidos y a una sentencia en Reino Unido con graves consecuencias.
Esta integridad de la categoría “mujer” hace que necesariamente nuestra sexualidad se deba presentar como algo saludable, casi higiénico, frente a la depravación masculina. El “sexo seguro” ya no solo es un concepto vinculado a la evitación de riesgos como un embarazo no deseado o una infección de transmisión sexual, sino que propone que al evitar determinadas prácticas asociadas a la dominación (como el sexo anal), estaríamos asumiendo menos riesgos de violencia sexual (más seguridad). Cuando nuestra amiga le dijo a A. que se estaba prestando a cumplir fantasías de sumisión con hombres, lo que estaba insinuando es que estaba poniéndose a sí misma en una situación de subordinación y, por tanto, de peligro. Así es como la sexofobia en el feminismo provoca que apenas podamos soñar con nada mejor que sexo sin violencia.
La manera en que determinadas prácticas sexuales pasan a ser vistas como inseguras en el imaginario colectivo tiene que ver con la cultura de la respetabilidad y con todo aquello que se considera una desviación de la norma. Como explica Alexander Stoffel: “Las prácticas sexuales no privadas, no monógamas y que ocurren fuera de la esfera protegida de la estructura tradicional de la familia [por tanto, muy vinculadas a las identidades LGTBIQ+] han sido concebidas como depravaciones porque amenazan la estabilidad de los valores familiares tradicionales, que a menudo se presentan como la base de una sociedad civilizada y moral”. En resumen, casi todo lo que se sale del sexo reproductivo.
En este escenario de aparente conflicto irresoluble —queremos más libertad sexual pero vivimos en un duelo masivo por la constante visibilización de la violencia sexual— se entiende la aparición de memes y trends populares como el de “go to the horny jail” y el de “wholesome”. El primero ironiza con “llevar a la cárcel” a toda persona que esté salida, castigando todo lo que suponga un “placer culpable”. Y ese “placer culpable” cada vez es más amplio porque desde esa lógica securitaria del sexo, casi cualquier deseo puede ponerte en la diana del peligro. A la vez, “wholesome” —que hace referencia a una suerte de plenitud saludable vital— representa una dulcificación de una vida conformista, casi monástica. Aunque este trend de TikTok también aglutina vídeos de gatitos porque en origen su cometido era dar confort a través de cosas cuquis y tiernas, ahora mismo la mayoría son odas a “lo verdaderamente importante de la vida”, que suele ser el amor de los hijos y de la pareja. Dicho así suena incluso inocuo —¿quién no quiere profesar su amor por sus seres queridos?—, pero cuando esto se ve en el contexto global de sexofobia y glamurización de las tradwives, adquiere un cariz distinto. Porque no es casualidad que haya millones de vídeos bajo ese hashtag y que la mayoría sean publicaciones de chicas que se han dado cuenta de que la sencillez reside en tener un novio caballeroso, tener descendencia y cuidar a tu familia. Y todo eso ocurre mientras cada vez más se “bromea” con llevarnos a la cárcel de estar horny, donde estar horny implica casi cualquier gusto sexual que no sea sexo vainilla o convencional. Así que viendo la fotografía completa, lo que se propone primero es que nos sintamos culpables por un supuesto deseo problemático o conflictivo mientras nos proponen una fácil solución a esa incomodidad o inquietud que supone sentirte culpable por tu propio deseo: una vida aparentemente sencilla, menos complicada, que se logra abrazando los valores de la familia tradicional.
- Como advierte la investigadora Arielle Kuperberg, de la Universidad de Maryland, esta idealización de la vida tradicional no es ni mucho menos tan sencilla. Por ejemplo, señala Kuperberg, una “esposa tradicional requiere un esposo tradicional, es decir, un marido capaz de ganar un sueldo suficiente para mantener a toda una familia, algo que ya no es viable para la mayoría de los hombres dado el contexto de precariedad”. Y, por otro lado, abrazar la división sexual del trabajo para tratar de paliar la doble carga femenina “puede tener consecuencias económicas devastadoras para ellas”, añade la investigadora.
De Euphoria a Normal People: el fetiche de la chica traumatizada
La propia concepción de las prácticas sexuales no normativas como formas de depravación es lo que permite que haya hombres que instrumentalicen estas prácticas para ejercer violencia sexual. Y a su vez, que ellos las usen como formas de subordinación provoca que resulte fácil concluir que esas prácticas son violentas en sí mismas y que aquellas mujeres que las consienten es porque tienen normalizada la violencia.
El tropo de la chica traumatizada —aquella que disfruta de la sumisión sexual debido a una infancia o adolescencia traumática marcada por algún tipo de abuso— está más que presente en la cultura —de La pianista a Magical girl, pasando por 50 sombras de Grey—, pero lo que llama la atención es que aparezca en producciones recientes que supuestamente tienen una visión feminista y rupturista. En Euphoria las chicas no solo están tristes, como conté aquí, sino que están traumatizadas. En concreto, Cassie erotiza su relación con el maltratador de Nate porque, de alguna forma, las violencias machistas experimentadas en su pasado la han llevado al autodesprecio. Y la narrativa de la aclamada novela y serie Normal People, de Sally Rooney, repleta de sexo femenino desinhibido, adolece de la misma mirada conservadora sobre el fetichismo. Como escribió Sophie Lewis: “Normal People contiene la sugerencia profundamente pesimista de que el trauma de una mujer inevitablemente aflorará en la intimidad heterosexual en forma de BDSM, específicamente en un deseo masoquista de abuso y aniquilación”. Lewis añade que esta visión vendría a ser lo que la gente heteronormativa cree que es el BDSM.
Este análisis publicado en la revista Rolling Stone también incide en la problemática narrativa de Rooney cuando la protagonista, Marianne, le pide a Connell que la golpee durante el sexo y él se niega. Hasta aquí todo bien si no fuese porque lo que se desliza es que la quiere demasiado como para hacerle daño. Es decir, no deja claro que Connell no tenga erotizada esa práctica o que no la desee, sino que, cuando hay amor de por medio, el hombre debe abandonar ese deseo. Así que la cosa no va tanto de consentimiento como de actuar de manera “decente” con la mujer con la que te vas a casar, pues esta también ha de serlo.
- La evidencia científica no respalda que el trauma sea la causa del deseo BDSM. No significa que no haya una vinculación, pero como explora este paper, puede tener que ver con implicarse en el BDSM como una vía para procesar el trauma.
Este fatalismo sexual está presente también en libros como Por qué dejé de follar con hombres o Cómo quedar con hombres cuando odias a los hombres. Entiendo que se hayan convertido en lecturas fetiche en un momento en el que la sexualidad femenina se siente asediada ante las fatídicas cifras de violencia. Y, también, cuando hay una feroz resistencia masculina a flexibilizar las normas heterosexistas. Claro que hay que cuestionarse el deseo, pero no tanto para abandonar determinadas prácticas, sino para ampliarlas. De nada sirve hacer sentir culpable a las mujeres por querer practicar la sumisión cuando ni siquiera las producciones feministas están proponiendo alternativas. Gran parte de la supuesta narrativa emancipadora está encaminada a repudiar el sexo con el enemigo. Y eso lo puedo entender como estrategia de supervivencia individual, pero como política sexual resulta deprimente. Frente a Rooney y compañía, yo me quedo con mi amiga A., a la que ya hemos bautizado como “madre zorrón”, que después de acudir a la fiesta fetish se hizo con un arsenal de dildos y, envalentonada, le propuso a su novio penetrarle.