Voy a ser agredido
Esto es una denuncia pública porque estoy cansado de avisar en vano sin que se tenga en consideración. Me van a agredir, no sé cómo será, ni cuándo, pero cada día está más cerca. Tampoco sé el grado de violencia que se usará. Pero va a ocurrir El fascismo sigue avanzando mientras lees esto. Si la violencia verbal, las amenazas, las agresiones simbólicas y el acoso no tienen consecuencias para el que lo emite por qué debiera parar de ejercerse. Si poco a poco se consigue llevar cada vez más lejos esa estrategia de tensión política generando rédito sin consecuencias no hay incentivos para parar, la lógica dice que lo que hay que hacer es ser cada vez más radical, apretar más, hacer todo lo posible para callar esas voces molestas e instaurar un clima de opinión de miedo. Ir cada día un poco más lejos hasta la agresión física y conseguir con eso implantar un estado de opinión en el que solo los más violentos puedan expresarse. Esto es una denuncia pública porque estoy cansado de avisar en vano sin que se tenga en consideración. Me van a agredir, no sé cómo será, ni cuándo, pero cada día está más cerca. Tampoco sé el grado de violencia o gravedad que se usará. Pero va a ocurrir. He dudado si escribir esto, pero he concluido que la mejor herramienta para hacerlo era la palabra y mi trabajo. No entiendo otra manera de hacerlo en un mundo civilizado y no sé hacer otra cosa más que escribir y trabajar. El primero de mayo estuve a punto de ser agredido. Las amenazas en las redes estuvieron a punto de concretarse. Estaba paseando por mi ciudad, con mi perro, y desde una terraza escuché: “Mira, el antifascista”. En la mesa estaba sentado uno de los líderes de una facción ultra deportiva con muchos antecedentes violentos. Lo ignoré y gritó, “ven aquí, que te voy a arrancar la cabeza”, lo volví a ignorar y seguí caminando y el ultra se levantó tirando la silla y dirigiéndose hacia mí con la intención de agredirme. A mitad de camino paró y gritó que se enteraría de dónde vivo. Tras el incidente me comenzaron a llegar mensajes de sus acólitos advirtiendo que ya sabían dónde encontrarme para apalearme y acabar conmigo. Algo que no es difícil porque nunca me escondo y es fácil saber por dónde me muevo porque nunca he tenido miedo a esta gentuza. Si algún día tengo que defenderme pues lo haré, y si no soy capaz de hacerlo pues acabaré mal. Porque tarde o temprano ocurrirá sin que nadie se tome en serio la amenaza constante a la que estamos sometidos algunos periodistas que somos de manera sistemática acosados y amenazados por ejercer nuestra profesión. La semana pasada los neonazis de Núcleo Nacional me estaban esperando a las puertas de los juzgados para hostigarme avisados por el neonazi Alberto Ayala Cantalicio. Esta semana un intento de agresión por un nazi de un grupo ultra deportivo. Si alguien no ve lo anormal y antidemocrático en que un periodista tenga que enfrentarse a estos peligros y amenazas por hacer su labor periodística es que estamos cerca de la barbarie. Siempre he asumido el coste emocional y personal de hacer mi trabajo con compromiso antifascista, pero también es cierto que habría esperado una reacción política y corporativa más firme. El lunes acudiré a la comisaría a poner una denuncia por este suceso consciente de que no servirá de nada para al menos dejar constancia de que estaban avisados de que sucedería, esta denuncia pública es también una de las pocas maneras que tengo de protegerme. Porque estoy solo. Ejerzo esta profesión sin tribu detrás, solo con mi conciencia, mis valores y mi responsabilidad y con el convencimiento de que la única manera digna de hacer este trabajo es confrontando a esta purria fascista. Pero también con un poco de amargura por ver cómo estamos tolerando que haya periodistas comprometidos con el antifascismo que están solos sin que se produzca una reacción de las fuerzas democráticas y la gente de bien para parar a estos nazis que pretenden silenciar por medio de la violencia a todas las voces que consideran enemigas. Cuando me agredan, porque lo harán, no sé si seré consciente de la reacción en la opinión pública o no podré estar para valorarla. Pero cuando ocurra, al menos que quede constancia de que lo advertí. Hasta entonces, muerte al fascismo.

Esto es una denuncia pública porque estoy cansado de avisar en vano sin que se tenga en consideración. Me van a agredir, no sé cómo será, ni cuándo, pero cada día está más cerca. Tampoco sé el grado de violencia que se usará. Pero va a ocurrir
El fascismo sigue avanzando mientras lees esto. Si la violencia verbal, las amenazas, las agresiones simbólicas y el acoso no tienen consecuencias para el que lo emite por qué debiera parar de ejercerse. Si poco a poco se consigue llevar cada vez más lejos esa estrategia de tensión política generando rédito sin consecuencias no hay incentivos para parar, la lógica dice que lo que hay que hacer es ser cada vez más radical, apretar más, hacer todo lo posible para callar esas voces molestas e instaurar un clima de opinión de miedo. Ir cada día un poco más lejos hasta la agresión física y conseguir con eso implantar un estado de opinión en el que solo los más violentos puedan expresarse.
Esto es una denuncia pública porque estoy cansado de avisar en vano sin que se tenga en consideración. Me van a agredir, no sé cómo será, ni cuándo, pero cada día está más cerca. Tampoco sé el grado de violencia o gravedad que se usará. Pero va a ocurrir. He dudado si escribir esto, pero he concluido que la mejor herramienta para hacerlo era la palabra y mi trabajo. No entiendo otra manera de hacerlo en un mundo civilizado y no sé hacer otra cosa más que escribir y trabajar.
El primero de mayo estuve a punto de ser agredido. Las amenazas en las redes estuvieron a punto de concretarse. Estaba paseando por mi ciudad, con mi perro, y desde una terraza escuché: “Mira, el antifascista”. En la mesa estaba sentado uno de los líderes de una facción ultra deportiva con muchos antecedentes violentos. Lo ignoré y gritó, “ven aquí, que te voy a arrancar la cabeza”, lo volví a ignorar y seguí caminando y el ultra se levantó tirando la silla y dirigiéndose hacia mí con la intención de agredirme. A mitad de camino paró y gritó que se enteraría de dónde vivo.
Tras el incidente me comenzaron a llegar mensajes de sus acólitos advirtiendo que ya sabían dónde encontrarme para apalearme y acabar conmigo. Algo que no es difícil porque nunca me escondo y es fácil saber por dónde me muevo porque nunca he tenido miedo a esta gentuza. Si algún día tengo que defenderme pues lo haré, y si no soy capaz de hacerlo pues acabaré mal. Porque tarde o temprano ocurrirá sin que nadie se tome en serio la amenaza constante a la que estamos sometidos algunos periodistas que somos de manera sistemática acosados y amenazados por ejercer nuestra profesión.
La semana pasada los neonazis de Núcleo Nacional me estaban esperando a las puertas de los juzgados para hostigarme avisados por el neonazi Alberto Ayala Cantalicio. Esta semana un intento de agresión por un nazi de un grupo ultra deportivo. Si alguien no ve lo anormal y antidemocrático en que un periodista tenga que enfrentarse a estos peligros y amenazas por hacer su labor periodística es que estamos cerca de la barbarie. Siempre he asumido el coste emocional y personal de hacer mi trabajo con compromiso antifascista, pero también es cierto que habría esperado una reacción política y corporativa más firme.
El lunes acudiré a la comisaría a poner una denuncia por este suceso consciente de que no servirá de nada para al menos dejar constancia de que estaban avisados de que sucedería, esta denuncia pública es también una de las pocas maneras que tengo de protegerme. Porque estoy solo. Ejerzo esta profesión sin tribu detrás, solo con mi conciencia, mis valores y mi responsabilidad y con el convencimiento de que la única manera digna de hacer este trabajo es confrontando a esta purria fascista.
Pero también con un poco de amargura por ver cómo estamos tolerando que haya periodistas comprometidos con el antifascismo que están solos sin que se produzca una reacción de las fuerzas democráticas y la gente de bien para parar a estos nazis que pretenden silenciar por medio de la violencia a todas las voces que consideran enemigas. Cuando me agredan, porque lo harán, no sé si seré consciente de la reacción en la opinión pública o no podré estar para valorarla. Pero cuando ocurra, al menos que quede constancia de que lo advertí. Hasta entonces, muerte al fascismo.