Virginia Hall Goilott, la 'dama coja' que desconcertó a la Gestapo y se aburrió de España

Espía legendaria - Su red de sabotaje llegó a contar con dos mil hombres, paralizó un regimiento alemán sin ayuda externa y fue fundamental en los preparativos para el desembarco aliado en NormandíaCuando los nazis intentaron borrar al violoncelista Pau Casals de un calendario Pocos sabían que la coartada perfecta podía tener forma de quesera, voz suave en perfecto francés y una pierna ortopédica que chirriaba cuando llovía. Había quienes la vieron ordeñar vacas, otros juraban que solo vendía leche agria a los soldados alemanes. Y, mientras tanto, enviaba informes cifrados con un transmisor que alimentaba pedaleando en su bicicleta. Entre gallinas, botas nazis y palabras clave, se movía una figura que ni los altos mandos de la Gestapo conseguían atrapar. Porque a veces el enemigo más peligroso no lleva uniforme, sino delantal y nombre falso. El disparo que la sacó de la diplomacia y la empujó al espionaje Virginia Hall no empezó su carrera en la guerra ni en los despachos secretos, sino tras el mostrador de una embajada, soñando con representar a su país. Lo intentó en Varsovia, Tallin y Viena, pero acabó en la turca Esmirna, donde un disparo malogrado durante una cacería truncó su trayectoria: la herida se infectó y los médicos amputaron su pierna izquierda. Tras la amputación, se entrenó con una prótesis que ella misma bautizó como Cuthbert, superó el dolor crónico y la rigidez institucional, y acabó construyendo un perfil ideal para el espionaje: políglota, discreta, decidida y bastante más tenaz de lo que sus superiores estaban dispuestos a tolerar. La guerra la encontró en Francia, conduciendo una ambulancia cuando París se desplomaba. No tardó en huir hacia Inglaterra, cruzando medio país en bicicleta con su amiga, mientras las tropas del Tercer Reich lo ocupaban todo a su paso. En Londres, su camino se cruzó con el del espionaje británico. A pesar de que había carteles con su rostro, no la pudieron encontrar Fue Vera Atkins quien vio su potencial para la Sección F del Special Operations Executive (SOE), que la lanzó en paracaídas sobre la Francia ocupada en 1941. Desde entonces, Hall fue conocida por muchos nombres: Germaine, Diane, Heckler… Pero para la Gestapo era simplemente “la espía más peligrosa del enemigo”. En Lyon, donde estableció una red clandestina impecable, su trabajo consistía en mucho más que espiar. Ayudó a repatriar pilotos derribados, coordinó explosivos contra infraestructuras clave del ejército alemán y reunió datos decisivos para preparar el desembarco de Normandía. Cuando su rostro apareció en carteles de Se busca, la llamaban la dama coja. Klaus Barbie, alto oficial de la Gestapo, fue tajante respecto a la espía estadounidense: “Virginia Hall debe ser encontrada y destruida”, ordenó. Pero ella ya había salido de Lyon, cruzando los Pirineos a pie en pleno invierno, con su pierna artificial desmoronándose y sin guía hasta la frontera española. En una de sus transmisiones, alertó que “Cuthbert le estaba dando problemas”; desde Londres, sin saber que se trataba de su prótesis, le respondieron: “Si Cuthbert te da problemas, elimínalo”. En España la detuvo la Guardia Civil. Pasó semanas en la cárcel de Figueres y, gracias a una carta que otro preso hizo llegar al cónsul estadounidense, logró ser liberada. Trabajó brevemente en Madrid como corresponsal del Chicago Times.“Pensé que podría ayudar en España, pero no estoy haciendo un trabajo. Estoy viviendo agradablemente y perdiendo el tiempo. No vale la pena y, después de todo, mi cuello es mío”, según recogió Elizabeth P. McIntosh en su libro Sisterhood of Spies.

Abr 5, 2025 - 12:44
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Virginia Hall Goilott, la 'dama coja' que desconcertó a la Gestapo y se aburrió de España

Virginia Hall Goilott, la 'dama coja' que desconcertó a la Gestapo y se aburrió de España

Espía legendaria - Su red de sabotaje llegó a contar con dos mil hombres, paralizó un regimiento alemán sin ayuda externa y fue fundamental en los preparativos para el desembarco aliado en Normandía

Cuando los nazis intentaron borrar al violoncelista Pau Casals de un calendario

Pocos sabían que la coartada perfecta podía tener forma de quesera, voz suave en perfecto francés y una pierna ortopédica que chirriaba cuando llovía. Había quienes la vieron ordeñar vacas, otros juraban que solo vendía leche agria a los soldados alemanes. Y, mientras tanto, enviaba informes cifrados con un transmisor que alimentaba pedaleando en su bicicleta.

Entre gallinas, botas nazis y palabras clave, se movía una figura que ni los altos mandos de la Gestapo conseguían atrapar. Porque a veces el enemigo más peligroso no lleva uniforme, sino delantal y nombre falso.

El disparo que la sacó de la diplomacia y la empujó al espionaje

Virginia Hall no empezó su carrera en la guerra ni en los despachos secretos, sino tras el mostrador de una embajada, soñando con representar a su país. Lo intentó en Varsovia, Tallin y Viena, pero acabó en la turca Esmirna, donde un disparo malogrado durante una cacería truncó su trayectoria: la herida se infectó y los médicos amputaron su pierna izquierda.

Tras la amputación, se entrenó con una prótesis que ella misma bautizó como Cuthbert, superó el dolor crónico y la rigidez institucional, y acabó construyendo un perfil ideal para el espionaje: políglota, discreta, decidida y bastante más tenaz de lo que sus superiores estaban dispuestos a tolerar.

La guerra la encontró en Francia, conduciendo una ambulancia cuando París se desplomaba. No tardó en huir hacia Inglaterra, cruzando medio país en bicicleta con su amiga, mientras las tropas del Tercer Reich lo ocupaban todo a su paso. En Londres, su camino se cruzó con el del espionaje británico.

A pesar de que había carteles con su rostro, no la pudieron encontrar

Fue Vera Atkins quien vio su potencial para la Sección F del Special Operations Executive (SOE), que la lanzó en paracaídas sobre la Francia ocupada en 1941. Desde entonces, Hall fue conocida por muchos nombres: Germaine, Diane, Heckler… Pero para la Gestapo era simplemente “la espía más peligrosa del enemigo”.

En Lyon, donde estableció una red clandestina impecable, su trabajo consistía en mucho más que espiar. Ayudó a repatriar pilotos derribados, coordinó explosivos contra infraestructuras clave del ejército alemán y reunió datos decisivos para preparar el desembarco de Normandía. Cuando su rostro apareció en carteles de Se busca, la llamaban la dama coja.

Klaus Barbie, alto oficial de la Gestapo, fue tajante respecto a la espía estadounidense: “Virginia Hall debe ser encontrada y destruida”, ordenó. Pero ella ya había salido de Lyon, cruzando los Pirineos a pie en pleno invierno, con su pierna artificial desmoronándose y sin guía hasta la frontera española. En una de sus transmisiones, alertó que “Cuthbert le estaba dando problemas”; desde Londres, sin saber que se trataba de su prótesis, le respondieron: “Si Cuthbert te da problemas, elimínalo”.

En España la detuvo la Guardia Civil. Pasó semanas en la cárcel de Figueres y, gracias a una carta que otro preso hizo llegar al cónsul estadounidense, logró ser liberada. Trabajó brevemente en Madrid como corresponsal del Chicago Times.“Pensé que podría ayudar en España, pero no estoy haciendo un trabajo. Estoy viviendo agradablemente y perdiendo el tiempo. No vale la pena y, después de todo, mi cuello es mío”, según recogió Elizabeth P. McIntosh en su libro Sisterhood of Spies.

Certificado de nacimiento falsificado por la OSS para Virginia Hall, a nombre de Marcelle Montagne

Cuando el SOE no quiso volver a enviarla a Francia por considerarla demasiado expuesta, contactó con la Oficina de Servicios Estratégicos de Estados Unidos. Así, el 21 de marzo de 1944 volvió al país disfrazada de anciana bajo el nombre de Marcelle Montagne, cargando medio millón de francos y una pistola.

Organizó desde Cosne, en Borgoña, una red con casi 2.000 hombres divididos en pequeños grupos, encargados de sabotear puentes, ferrocarriles y comunicaciones en vísperas del Día D. Su trabajo fue tan eficaz que logró detener a un regimiento alemán sin necesidad de tropas regulares aliadas.

Durante más de un año, se movió por la Francia ocupada con una Colt .45 escondida en una maleta junto a un equipo completo de radio. Coordinaba lanzamientos aéreos de armas, dinero y agentes, saboteaba trenes, destruía puentes y recopilaba información sobre movimientos nazis, que transmitía desde graneros o buhardillas antes de cambiar de escondite para esquivar a la Gestapo. Sus actividades provocaron la muerte de 150 soldados alemanes, la captura de otros 300 y la destrucción de cuatro puentes clave.

Reconocimientos muy discretos

Al terminar la guerra, volvió a París en abril de 1945. Identificó a quienes la habían ayudado y recibió la Cruz de Servicio Distinguido de manos de William J. Donovan, fundador de la OSS, en una discreta ceremonia en su despacho. Rechazó el acto público que proponía el presidente Truman.

Luego trabajó para la CIA hasta su jubilación, con el mismo perfil bajo que mantuvo durante toda su vida. De 1951 a 1966 operó tras el Telón de Acero, en misiones secretas contra los soviéticos durante la Guerra Fría. Fue condecorada por el rey Jorge VI con la Orden del Imperio Británico y rechazó decenas de premios adicionales para no comprometer su anonimato.

Falleció en 1982, en su Maryland natal. Este 6 de abril se cumplen 119 años del nacimiento de Virginia Hall, una espía que no necesitó reconocimiento para cambiar el curso de los acontecimientos. Bastaba con una bicicleta, una radio y una pierna llamada Cuthbert.

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