Un viaje en el tiempo sin mapa ni reloj
Un hombre despierta en el hospital. No recuerda nada de los últimos treinta años. Deberá enfrentarse a un mundo que no reconoce, a su propia transformación y a la aterradora sospecha de que es un asesino. Estos son los mimbres del nuevo thriller psicológico de Pascual Perea. En este making of el propio autor desvela... Leer más La entrada Un viaje en el tiempo sin mapa ni reloj aparece primero en Zenda.

Un hombre despierta en el hospital. No recuerda nada de los últimos treinta años. Deberá enfrentarse a un mundo que no reconoce, a su propia transformación y a la aterradora sospecha de que es un asesino. Estos son los mimbres del nuevo thriller psicológico de Pascual Perea.
En este making of el propio autor desvela los motivos que le llevaron a escribir El astronauta (Espasa).
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Mi primera intención al plantearme esta novela fue llevar a su protagonista a realizar un viaje en el tiempo, desde 1991 hasta la actualidad. Los viajes en el tiempo constituyen un argumento muy atractivo en la literatura de ciencia ficción, y también en el cine fantástico, pues ofrecen la posibilidad de describir, a través de la mirada del protagonista, el futuro de su propia realidad. Un futuro habitualmente distópico, lo que permite al escritor advertir de los peligros del desarrollo tecnológico, la organización social, el uso del poder, etcétera; es decir, puede hacer, de algún modo, crítica social. El problema es que viajar en el tiempo requiere de herramientas que solo puede ofrecer la ciencia ficción, y yo no quería salirme de los márgenes de lo que es plausible. Eso ponía fuera de mi alcance herramientas tales como la máquina del tiempo, pero encontré otro medio para viajar en el tiempo sin entrar en el ámbito de lo fantástico: una amnesia de larga duración. Así que lo primero que hice fue investigar sobre los diferentes tipos de amnesia y cerciorarme de que el trance al que sometería a mi protagonista era médicamente posible.
¿Por qué me remonté a 1991? Primero porque este paréntesis de 32 años me permite tomar a un chico de 22 años, aún a medio formar, con todas sus ilusiones, proyectos de vida e ideales, y ver en qué se ha convertido a los cincuenta y pico, cuando ha llegado a la cúspide de su desarrollo como persona. Naturalmente, construí para él un alter ego muy negativo, y para más inri le convertí en sospechoso de asesinato, con lo que ya tenía esbozada la esencia del thriller. Por otra parte, al situarle en Bilbao, una ciudad que ha experimentado en estas décadas esa transformación tan asombrosa que se le ha dado en llamar el “milagro Guggenheim”, me permitía ir descubriendo, de su mano, la evolución de una urbe sucia y gris, sumida en una profunda crisis industrial, a una postal rutilante plagada de turistas. Como conozco esta ciudad desde siempre, no tuve grandes dificultades para hacerle saltar de una época a otra, aunque me documenté para evitar patinazos. Por otra parte, en 1991 no existía Internet, ni la telefonía móvil, lo que me daba pie también a reflexionar sobre estos avances que tanto han cambiado el mundo.
No soy dado a desarrollar esquemas pormenorizados de los argumentos de mis novelas. Prefiero dar vueltas a una idea general, dejar que vaya tomando forma en mi cabeza y ponerme a escribir, para que sea ella la que me guíe a mí. En las dos anteriores novelas partí de un arranque que había imaginado con exactitud; en esta, en cambio, el original lo cambié semanas después por otro que me pareció de mayor impacto. Eso me obligó a reformular mi primera idea de seguir un orden cronológico en las dos etapas —mayo de 1991 y la actualidad— en que iba a desarrollarse el argumento, por otra que resultó ser mucho mejor: el tiempo presente correría linealmente, pero los saltos al pasado conducirían a momentos y situaciones desordenados, a los que el protagonista regresaría espoleado por sus recuerdos y por las necesidades del propio guion.
Debo confesar también que las propias relaciones del protagonista con el resto de personajes, y el peso que estos van adquiriendo en el relato, se han ido gestando sobre la marcha. Incluso la resolución del misterio que le persigue a lo largo de toda la trama —la desaparición y aparente asesinato de su secretaria y supuesta amante— no adquirió forma definitiva hasta muy avanzada la novela, aunque sí tenía una idea aproximada del desenlace. A lo largo de todo el proceso narrativo, pues, he ido improvisando en muchos de los aspectos del libro, y he de decir que apenas he tenido que reconducir el hilo de la narración en algunos temas menores. Lo cual me alivia considerablemente, pues para mí el mayor suplicio a la hora de escribir es verme obligado a utilizar la tecla de borrar.
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Autor: Pascual Perea. Título: El astronauta. Editorial: Espasa. Venta: Todos tus libros.
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