Todos estamos nerviosos

“Che Milei. Te noto algo nervioso” (De Cristina Kirchner)

Feb 16, 2025 - 07:01
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Todos estamos nerviosos

Eran las 11.05, pero el turno para renovar la licencia de conducir estaba pautado para las 11.30. En la puerta había un tótem de tecnología simplona donde anunciarse, pero lo manejaba un empleado de dedos rápidos, probablemente para que ningún despistado o ningún anciano trabara la fila con sus dudas. “¿A qué hora tiene turno?”, preguntó el hombre-máquina. “A las 11.30″, se le confirmó. “No puede registrarse hasta 15 minutos antes de su horario. Espere al costado”, indicó con el dedo y siguió “atendiendo”. Parecía fastidiado.

La señora desplazada por haber llegado temprano comentó por lo bajo: “Ponen una máquina inteligente para que la maneje un burro”.

A las 11.15 en punto, la mujer volvió a pararse enfrente del empleado de admisión y su tótem. El hombre chequeó en su reloj que realmente faltaran 15 minutos (necesitaba otra máquina para reconfirmar su autoridad). Le pidió el número de DNI a la señora, le preguntó qué tipo de trámite iba a realizar y la mandó para el fondo del local donde la llamarían por el nombre después de haber ingresado él mismo todos los datos en la máquina.

De ahí, la usuaria del servicio pasó por cinco oficinas: se vio con una empleada administrativa, una psicóloga, una oftalmóloga, una fonoaudióloga y un médico. Hizo dibujitos, reconoció letras a la distancia, escuchó sonidos y respondió preguntas en forma automatizada, casi mecánica. Cuando corrió la silla para acercarse al médico, se le advirtió: “La silla va bien atrás”. ¿Rémoras del miedo a algún virus?. Vaya a saberse. Pareció más bien que el hombre solo quería mantener distancia.

Del techo colgaban varias pantallas donde se combinaban nombres y números de oficinas. No faltaron confusiones y alguna que otra distracción.

Cuando restaba solamente la entrega del carnet, se escuchó un eco como proveniente de un precipicio. Era la voz de una empleada llamando fuerte a un despistado. Percatado de su “falta”, el hombre, de setenta y largos años, se levantó como resorte camino de la última ventanilla. “Hace rato que en la pantalla figura su nombre”, le recriminó la empleada que iba a entregarle la licencia. El hombre la miró con ternura y, en vez de enojarse, le respondió: “No quise hacerle perder el tiempo. Discúlpeme. Estaba escribiendo un cuento para mi nieto”. Buscó en el celular y le mostró la foto del chiquito. A la empleada gritona de rictus militar se le transfiguró la cara. Tomó el celular del hombre, esbozó una sonrisa frente a la imagen y se enterneció al ver la libretita donde el hombre había dejado el cuento a medio hacer. Entablaron una breve charla, le entregó el registro y lo saludó con un apretón de manos.

¿Qué habrá recordado la mujer?, ¿de qué abismo la habrá sacado el abuelo escritor con su pequeña anécdota familiar?

A la salida, el señor del tótem seguía imponiendo las reglas, imperturbable. “Le agradezco mucho la atención. Fue todo muy sencillo y ágil”, se le dijo para ver cómo reaccionaba. Miró desconcertado. Agradeció con una sonrisa amplia y deseó muy buenos días.

Todos estamos nerviosos, ocupados y corriendo. Cada uno sabe dónde le aprieta más el zapato de la vida. Lo que menos necesitamos es que nuestra dirigencia política -toda- avive ese fuego con sopletes.

A propósito: el nietito del cuento se llama Ángel, como su abuelo.