Sin cepo cambiario, ¿cepo a las voces críticas?
El espectáculo de canto y baile al ritmo del insultante nuevo hit libertario desarrollado en el Palacio de Hacienda y el interminable show de streaming protagonizado por el propio Milei mostraron de forma explícita cómo seguiría la relación del Gobierno con sus críticos

El cambio de clima fue súbito. Tras un breve paréntesis de moderación, con un mensaje presidencial tolerante e inclusivo, para explicar el acuerdo con el FMI, llegó la ola de ataques contra las voces críticas.
La virulencia de la escalada, admiten en el poder, es proporcional a las tensiones acumuladas en los días de volatilidad, presión cambiaria y rebote inflacionario.
El tenor de la reacción es, también, equivalente al valor asignado a los primeros indicios positivos que mostró, especialmente en la cotización del dólar, la sorpresiva y reclamada decisión de liberar totalmente el sistema cambiario para las personas físicas y parcialmente para las empresas.
El contexto es utilizado para explicar la radicalizada embestida contra todos los que, con o sin matices, habían puesto y ponen la mirada sobre puntos frágiles que tenía y todavía ofrece el programa económico, las debilidades institucionales del proyecto político oficialista y las opacidades de la gestión libertaria, que tocaban (y tocan) directamente al Presidente y a la secretaria general de la Presidencia, Javier y Karina Milei, respectivamente.
Así, de la repentina y sorpresiva liberación del cepo al dólar se pasó, a velocidad supersónica, a un furibundo y virtual cepo a las voces críticas.
La violencia de las palabras utilizadas y las imágenes producidas, la cantidad de publicaciones o republicaciones y el tiempo dedicado por el propio jefe del Estado y buena parte de sus más destacados funcionarios a descalificar, insultar, estigmatizar, buscar silenciar y (en algunos casos más bien excepcionales) tratar de rebatir informaciones, análisis, datos y opiniones que pudieran contener alguna crítica superó muchos límites. No hubo tolerancia, siquiera, con meras diferencias interpretativas de la realidad, que no se limitaran a ensalzar la gestión libertaria.
La celeridad con la que se produjeron las reacciones oficiales reflejan, además, el intenso trabajo de una celosa patrulla del universo mediático y digital para detectar y trasladar a las más altas esferas, en tiempo real, cualquier expresión disonante con la narrativa oficial. Conductores, periodistas y analistas políticos o económicos aún no salen de su asombro por el ínfimo intervalo de tiempo que medió entre sus intervenciones y los disparos de la metralla verbal oficialista.
Para más sorpresa, una mayoría de los apuntados fueron personas que están lejos de poder ser ubicados en el arco de los opositores políticos, los “economistas socializantes” o los activistas de conspiraciones destituyentes o antidemocráticas. Por el contrario, varios de ellos han considerado acertadas buena parte de las medidas tomadas o se han exhibido afines a la orientación general adoptada por el gobierno, especialmente en el plano económico.
Los adjetivos utilizados por el Presidente, funcionarios y comunicadores oficialistas para denostarlos incluyeron, no obstante, acusaciones que rozan lo delictivo y se acercan a la criminalización de la opinión disonante con el discurso oficial.
Si la justificación de esa conducta resulta imposible en un régimen democrático liberal, parece explicable y entendible desde el análisis racional de la praxis política y el ejercicio del poder en momentos complicados, en los que emocionalidad (lábil) y estrategia suelen ir de la mano. Aunque a veces se imponga una sobre la otra. Como todo indica que estaría ocurriendo.
Los hechos que precedieron a esta nueva ola de agresividad dan el marco: rebote inflacionario, alta tensión cambiaria, pérdida de reservas, aumento de la imagen negativa del Presidente y del Gobierno en las encuestas, pérdida del control de la agenda pública, sucesión de derrotas dolorosas en el Congreso, predominio de un tono adverso en la conversación pública, desafío sostenido al control de la calle, hechos de violencia y choques con fuerzas de seguridad, caída de consumo, tropiezo en el primer test electoral del año, disputas y diferencias políticas en la cima del poder, más un resonante escándalo internacional por un aparente hecho de corrupción (el Criptogate) en el que quedaron involucrados y no logran disipar los hermanos Milei.
La enumeración quita el oxígeno y alcanza para entender el cúmulo de tropiezos (demasiado autoinflingidos) que concentró el Gobierno y lograron alterar los ánimos en el primer trimestre de su segundo año de gestión y ante el comienzo del crucial período electoral.
Para peor, se está a las puertas de la decisiva escala comicial porteña, a la que el oficialismo no llegaría con los indicadores de gestión en sus mejores niveles. Es más, probablemente se encuentren peor que en meses previos y posteriores.
Los más que destacables (y destacados) logros alcanzados en lo que va de la gestión de Milei, como la pronunciada caída de la pobreza, el superávit fiscal, el orden macroeconómico y las inversiones en sectores estratégicos de la economía, por citar algunos de los de mayor repercusión, parecieron no haber alcanzado para equilibrar la balanza anímica oficialista.
La constatada pérdida del predominio en la conversación en redes sociales, de la que han dado cuenta diversos estudios, reflejaba con elocuencia el estado en el que estaba sumido el oficialismo hasta el anuncio del acuerdo alcanzado con el FMI, más que beneficioso para los intereses y objetivos del Gobierno.
Tanto el volumen, como la coordinación, articulación y congruencia de la comunicación, que desde el inicio de la gestión libertaria había sido uno de los activos distintivos del oficialismo, mostraban cierto debilitamiento, descoordinación y carencia de la efectividad que la había caracterizado y dado volumen político. Pero todo cambió en la última semana tras el anuncio hecho en la tarde-noche del viernes 11 pasado.
La recuperación de la iniciativa político-económica, con la adopción de medidas de alto impacto y no exentas de una cuota de riesgo, tuvieron su inmediato correlato comunicacional.
Como demandaba en esos días el gurú Santiago Caputo, llegó, al fin, el punto de apoyo de la gestión, necesario para mover el mundo (de las emociones y las opiniones sociales) con la palanca de la narrativa y el aparato de difusión oficialistas.
A partir de ahí, volvió la homogeneidad de los mensajes, tanto en la identificación de los destinatarios (amigos) y contradestinatarios (enemigos) como en el tono utilizado. Se renovó el volumen de los mensajes desplegados por el ejército digital libertario, conducido en ese campo de batalla por el propio líder, para mostrar todo su arsenal y capacidad de impacto de inmediato.
La política agonal, que tanto se le criticó con razón al kirchnerismo y que ejercita desde el primer día el mileísmo, volvió corregida y aumentada. Aunque ya se sabe que todo paralelismo con las prácticas kirchneristas es considerada por los libertarios como “una equiparación moral inaceptable”. Se autoperciben superiores en esa materia, como les pasaba a voceros macristas. Sería una de las pocas coincidencias.
Para sumar analogías en esta ola virulenta no faltaron amenazas mal disimuladas enviadas a enemigos declarados por el Presidente, cuya lista cada vez es más larga y, curiosamente (o no tanto), deja afuera a varios de los opositores más radicales y a los que se han conocido en otra época como comunicadores militantes, que se supone ocupan las antípodas del ideario libertario.
Una de las más recientes y recurrentes víctimas de la ira presidencial recibió de un troll libertario un consejo que se parece demasiado a un amenaza lisa y llana. “Si yo fuera vos, evitaría los sitios oscuros de noche”, le escribieron. Inquietante. Abundan antecedentes en la historia más o menos reciente de palabras violentas emanadas desde el poder que luego se volvieron actos concretos de violencia física en el llano.
La novedad de lo sucedido en estos días se ejemplifica con algunos mensajes publicados o republicados por el Presidente en los que instaba al odio (literalmente) contra periodistas, al tiempo que se mostraba como víctima de ataques de la prensa.
Milei, por ejemplo, reposteó un reel, al que calificó de “genialidad”, en el que practicantes de artes marciales, a los que se identificaba como periodistas, golpeaba violentamente un maniquí (que representaría al presidente), que por mera reacción física terminaba knockeando a quien iba a pegarle. En el final aparecía sobreimpreso “¡Fopea!” (por el Foro de Periodismo Argentino), que se había pronunciado en rechazo de las reiteradas expresiones insultantes del Presidente contra periodistas profesionales vertidas en los últimos días. La táctica del golpeador golpeado. No es una novedad.
Con el argumento de estar respondiendo a ataques, Milei asomó así más decidido que nunca antes a no dejar pasar ninguna objeción y contraatacar en forma directa, instando a las audiencias a seguirlo en la descalificación y el insulto.
Sería así el propio jefe de Estado el que instiga públicamente a actuar de esa manera, después de los años en los que el kirchnerismo intentó avanzar sobre medios de comunicación, utilizó agencias del Estado (como la AFI y la AFIP) para seguir y perseguir a empresarios y periodistas críticos, e impulsó, a través de funcionarios y figuras prominentes del oficialismo de entonces, a insultarlos y hasta a escupir sus fotos expuestas en lugares públicos.
Antes y después del FMI
Las inciertas 48 horas que mediaron entre el anuncio del levantamiento del cepo y la reanudación de la actividad financiera están plagadas de relatos del temor que anidaba en la residencia presidencial de Olivos y en el Palacio de Hacienda por el comportamiento de los mercados. También abundan los testimonios sobre pedidos (más bien ruegos) a operadores económicos y comunicadores en pos de ayuda y para que se expresaran con cautela a los efectos de evitar un comienzo tumultuoso del nuevo régimen.
Eso explica el despliegue y la acción de las milicias mediáticas para contrarrestar manifestaciones críticas o de escepticismo durante esos dos días, así como la febril presencia presidencial en medios y redes.
La baja del precio del dólar después del rebote inicial para ir acercándose al piso de la banda cambiaria fijada por el Gobierno no se tradujo, sin embargo, en una modificación de comportamientos. De los temores previos se pasó a la euforia sin escalas para reforzar, en lugar de morigerar, acciones y reacciones. Tiempo de revancha.
Las primeras señales positivas precipitaron una segunda oleada por parte de Milei y sus colaboradores, incluidos algunos funcionarios del Ministerio de Economía y economistas cercanos al Presidente que se habían caracterizado hasta acá por su moderación y sus cualidades argumentativas, además de sus atributos técnicos, antes que por un talento para insultar y denostar.
El espectáculo de canto y baile al ritmo del insultante nuevo hit libertario desarrollado en el Palacio de Hacienda y el interminable show de streaming, con concierto incluido, protagonizado por el propio Presidente a lo largo de casi cinco horas mostraron de forma explícita cómo seguiría la relación del Gobierno con sus críticos. Sin respiro.
Nada más parecido a escenas de vestuario de un equipo con pretensiones de campeón que acaba de reponerse de un traspié en la primera rueda de un Mundial. Aunque el campeonato sea muy largo y queden todavía muchas finales por jugarse.
Los mercados prometen días más estables, aunque nada hace prever jornadas más calmas en el plano discursivo y político.
El fin del cepo cambiario reforzó un virtual cepo a las voces críticas.