Para China, la economía es política
La guerra comercial iniciada por los aranceles de Donald Trump es mala para todos. Va a provocar una contracción del comercio mundial y la ruptura de cadenas de suministro. Muchos países sufrirán una caída de sus exportaciones y el encarecimiento de sus importaciones, provocando crisis económicas. Puede tener además efectos geopolíticos muy peligrosos, como sucedió con las guerras comerciales de los años anteriores a la Segunda Guerra Mundial. Los efectos serán especialmente perjudiciales para los Estados en vías de desarrollo. Hablamos mucho de la Unión Europea y de China, que son grandes mercados que tienen diversas maneras de hacer frente a los problemas causados por los nuevos aranceles, pero nos solemos olvidar de los países más pobres. Algunos de ellos, como Lesoto o Camboya –especialmente señalados por las nuevas tarifas de Trump– habían empezado a vislumbrar una salida para su difícil situación especializándose en determinadas exportaciones para el mercado norteamericano. Ahora ven cómo la amenaza de fuertes aranceles a sus productos dificultan sus esfuerzos para salir de la pobreza. Las políticas de Trump han sido hasta ahora muy dañinas para los países más frágiles, que han sufrido también la suspensión de los programas de la agencia Usaid de cooperación al desarrollo. En todo caso, la primera perjudicada será probablemente la propia economía norteamericana. Los aranceles no tienen ninguna lógica económica, porque el déficit comercial norteamericano obedece a otras causas. El déficit es además sólo un aspecto concreto de una economía que, cuando Trump decidió imponer sus aranceles, era más rica que nunca. Estaba creciendo con fuerza, con un paro muy bajo y la inflación prácticamente controlada. Según datos del Banco Mundial, su renta per cápita era en 2023 de unos 82.000 dólares, frente a 54.000 de Alemania y 33.000 de España. Otra cuestión es que esa renta esté mal repartida –que lo está, y mucho–, pero ese es un problema que deben solucionar las propias autoridades norteamericanas. Los aranceles previsiblemente provocarán en Estados Unidos inflación, pérdida de competitividad, y una fuerte reducción del crecimiento de la economía. Muchos piensan que el país se enfrenta a una posible recesión. La caída de las bolsas la han sentido en su bolsillo decenas de millones de ciudadanos que tienen invertidos sus ahorros en ellas. La política errática de Trump ha provocado una inusitada pérdida de confianza en la economía norteamericana que ha hecho caer los bonos del Tesoro y ha debilitado el dólar. Ambos fenómenos son muy preocupantes para un país con un fuerte déficit público y unas cifras muy elevadas de deuda. Hasta ahora la ha podido financiar sin problemas gracias precisamente a la confianza existente en la economía de EE.UU., y al papel del dólar como moneda de reserva internacional. Si los mercados dejaran de considerarlos fiables, las autoridades norteamericanas se encontrarían con problemas muy serios. Todos estos factores explican la marcha atrás de Trump y el plazo de tres meses que se ha dado para decidir si mantiene o no los aranceles que ha impuesto al resto del mundo. Con una excepción: China. A ella no solo se los ha mantenido, sino que los ha incrementado. La respuesta de Pekín ha sido imponer aranceles también muy elevados a EE.UU. Para comprender la reacción del gobierno chino hay que entender que en China la economía es política. Lo es en muchos sentidos. El objetivo fundamental del Partido Comunista Chino al impulsar el crecimiento de su economía no es elevar el nivel de vida de su población –aunque también sea una consecuencia deseable–, sino convertir a China en un país más fuerte y más capaz de hacer frente a Estados Unidos en su pugna por la hegemonía global. Ese es el núcleo del programa de Rejuvenecimiento de la Nación China, que ha sido declarado en los últimos congresos del Partido Comunista Chino como el hilo conductor de sus políticas. Para el partido es esencial fortalecer la posición de China en su relación de rivalidad con EE.UU. Por eso no podía permitir de ninguna manera dar una imagen de debilidad, aceptando que Estados Unidos le impusiera sus aranceles sin dar una respuesta apropiada. Ahora bien, al mismo tiempo que marca territorio, el objetivo de Pekín es buscar una negociación con Washington. China es un país con una fuerte dependencia de las exportaciones y con un gran superávit comercial con Washington. Los aranceles de Trump serán sin duda muy perjudiciales para ella, reducirán su crecimiento y crearán desempleo. No le interesa en absoluto una guerra comercial, y hará todo lo posible por evitarla. Xi Jinping se ha pronunciado claramente contra las guerras comerciales. Falta por ver si Trump está dispuesto a negociar con Pekín. En principio tendría motivos para hacerlo. Pese a la suspensión temporal de los aranceles con el resto del mundo, los perjuicios sobre la economía norteamericana antes mencionados seguirán produciéndose mientras se mantengan los arancele
La guerra comercial iniciada por los aranceles de Donald Trump es mala para todos. Va a provocar una contracción del comercio mundial y la ruptura de cadenas de suministro. Muchos países sufrirán una caída de sus exportaciones y el encarecimiento de sus importaciones, provocando crisis económicas. Puede tener además efectos geopolíticos muy peligrosos, como sucedió con las guerras comerciales de los años anteriores a la Segunda Guerra Mundial. Los efectos serán especialmente perjudiciales para los Estados en vías de desarrollo. Hablamos mucho de la Unión Europea y de China, que son grandes mercados que tienen diversas maneras de hacer frente a los problemas causados por los nuevos aranceles, pero nos solemos olvidar de los países más pobres. Algunos de ellos, como Lesoto o Camboya –especialmente señalados por las nuevas tarifas de Trump– habían empezado a vislumbrar una salida para su difícil situación especializándose en determinadas exportaciones para el mercado norteamericano. Ahora ven cómo la amenaza de fuertes aranceles a sus productos dificultan sus esfuerzos para salir de la pobreza. Las políticas de Trump han sido hasta ahora muy dañinas para los países más frágiles, que han sufrido también la suspensión de los programas de la agencia Usaid de cooperación al desarrollo. En todo caso, la primera perjudicada será probablemente la propia economía norteamericana. Los aranceles no tienen ninguna lógica económica, porque el déficit comercial norteamericano obedece a otras causas. El déficit es además sólo un aspecto concreto de una economía que, cuando Trump decidió imponer sus aranceles, era más rica que nunca. Estaba creciendo con fuerza, con un paro muy bajo y la inflación prácticamente controlada. Según datos del Banco Mundial, su renta per cápita era en 2023 de unos 82.000 dólares, frente a 54.000 de Alemania y 33.000 de España. Otra cuestión es que esa renta esté mal repartida –que lo está, y mucho–, pero ese es un problema que deben solucionar las propias autoridades norteamericanas. Los aranceles previsiblemente provocarán en Estados Unidos inflación, pérdida de competitividad, y una fuerte reducción del crecimiento de la economía. Muchos piensan que el país se enfrenta a una posible recesión. La caída de las bolsas la han sentido en su bolsillo decenas de millones de ciudadanos que tienen invertidos sus ahorros en ellas. La política errática de Trump ha provocado una inusitada pérdida de confianza en la economía norteamericana que ha hecho caer los bonos del Tesoro y ha debilitado el dólar. Ambos fenómenos son muy preocupantes para un país con un fuerte déficit público y unas cifras muy elevadas de deuda. Hasta ahora la ha podido financiar sin problemas gracias precisamente a la confianza existente en la economía de EE.UU., y al papel del dólar como moneda de reserva internacional. Si los mercados dejaran de considerarlos fiables, las autoridades norteamericanas se encontrarían con problemas muy serios. Todos estos factores explican la marcha atrás de Trump y el plazo de tres meses que se ha dado para decidir si mantiene o no los aranceles que ha impuesto al resto del mundo. Con una excepción: China. A ella no solo se los ha mantenido, sino que los ha incrementado. La respuesta de Pekín ha sido imponer aranceles también muy elevados a EE.UU. Para comprender la reacción del gobierno chino hay que entender que en China la economía es política. Lo es en muchos sentidos. El objetivo fundamental del Partido Comunista Chino al impulsar el crecimiento de su economía no es elevar el nivel de vida de su población –aunque también sea una consecuencia deseable–, sino convertir a China en un país más fuerte y más capaz de hacer frente a Estados Unidos en su pugna por la hegemonía global. Ese es el núcleo del programa de Rejuvenecimiento de la Nación China, que ha sido declarado en los últimos congresos del Partido Comunista Chino como el hilo conductor de sus políticas. Para el partido es esencial fortalecer la posición de China en su relación de rivalidad con EE.UU. Por eso no podía permitir de ninguna manera dar una imagen de debilidad, aceptando que Estados Unidos le impusiera sus aranceles sin dar una respuesta apropiada. Ahora bien, al mismo tiempo que marca territorio, el objetivo de Pekín es buscar una negociación con Washington. China es un país con una fuerte dependencia de las exportaciones y con un gran superávit comercial con Washington. Los aranceles de Trump serán sin duda muy perjudiciales para ella, reducirán su crecimiento y crearán desempleo. No le interesa en absoluto una guerra comercial, y hará todo lo posible por evitarla. Xi Jinping se ha pronunciado claramente contra las guerras comerciales. Falta por ver si Trump está dispuesto a negociar con Pekín. En principio tendría motivos para hacerlo. Pese a la suspensión temporal de los aranceles con el resto del mundo, los perjuicios sobre la economía norteamericana antes mencionados seguirán produciéndose mientras se mantengan los aranceles con China, dado el volumen del comercio entre ambos países y la fuerte imbricación que sigue existiendo entre sus economías. China además tiene algunas cartas de negociación. Para empezar, su inmenso mercado, que puede absorber una parte importante de la producción de sus empresas, neutralizando en parte los efectos de los aranceles norteamericanos. Más aún teniendo en cuenta su bajo nivel de consumo, que está en torno al 40 por ciento del PIB, cuando en los países desarrollados se encuentra en torno al 60 por ciento. El Partido está decidido a incrementarlo, lo cual puede aumentar el margen para que el mercado interno absorba la producción de las empresas chinas. China detenta además un cuasi monopolio en el procesamiento de tierras raras, de las que dependen muchas industrias de tecnología de punta norteamericanas, y cuya exportación ya ha empezado a restringir. Finalmente, tiene en su poder un volumen muy importante de deuda norteamericana, y como acabamos de ver una caída significativa de los bonos del Tesoro puede tener efectos gravemente desestabilizadores sobre el conjunto de la economía norteamericana. Sería deseable que ambos países llegaran a un acuerdo que permitiera eliminar los aranceles respectivos. Los impuestos por Trump no tienen ninguna lógica económica, pero la lógica económica no parece tener un papel relevante en las decisiones de la actual administración norteamericana. China por su parte debe aceptar una relación comercial más equilibrada , no sólo con EE.UU., sino también con Europa y con el resto del mundo. No es aceptable que su mercado siga estando mucho más cerrado a las empresas occidentales que los mercados europeo y norteamericano a las empresas chinas. Tampoco lo es que el exceso de capacidad de las empresas chinas, muchas de las cuales reciben subsidios públicos, amenace la supervivencia de sectores enteros en el resto del mundo. Si se mantuvieran los aranceles norteamericanos, sus vecinos asiáticos y la propia UE podrían verse aún más amenazados por este exceso de capacidad de las industrias chinas. En Europa no queremos que nos pase con los vehículos eléctricos lo mismo que nos pasó con la industria europea de paneles solares, que fue laminada por la competencia de fabricantes chinos subsidiados que los vendían a precios imbatibles.
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