Misericordia: los vericuetos del deseo como forma cinematográfica

Un pueblo afirmado en el esplendor de su naturaleza, sus rituales y silencios, se trastoca con la llegada de un joven proveniente de Toulouse

May 1, 2025 - 04:15
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Misericordia: los vericuetos del deseo como forma cinematográfica

Misericordia (Miséricorde, Francia/España/Portugal/2024). Guion y dirección: Alain Guiraudie. Fotografía: Claire Mathon. Edición: Jean-Christophe Hym. Elenco: Félix Kysyl, Catherine Frot, Jean-Baptiste Durand, Jacques Develay, David Ayala, Tatiana Spivakova. Calificación: Apta para mayores de 16 años. Distribuidora: LAT-E. Duración: 103 minutos. Nuestra opinión: muy buena.

Hace poco más de diez años, el francés Alain Guiraudie sorprendió al público argentino -a aquel que se atrevió a verlo- con su película El desconocido del lago (2013), una extraña mezcla de erotismo, crimen y naturaleza. No era su primera obra estrenada fuera de Francia, pero sí del circuito de festivales y pequeñas salas, y de alguna manera puso a prueba la posible amalgama entre una narrativa irreverente, ajena a cualquier clasificación, y el ejercicio de una perspectiva queer impregnada de un humor juguetón y de una mirada ajustada al presente, que le valió ingresar en el panorama más amplio del cine contemporáneo. Misericordia, su reciente estreno, confirma esas intenciones y revalida la filmografía del francés, plena de libertad y audacia.

La misericordia del título es menos un tema que atraviesa la historia que un interrogante que disparan varios personajes. ¿Podemos tener compasión por los otros, por sus actos mezquinos e incluso por los más deleznables? ¿O eso solo puede reservarse a Dios y a sus delegados en la Tierra? ¿Podemos tener compasión con nosotros mismos, con nuestros dolores y debilidades, o hemos asumido un juicio implacable que ya no deja resquicio para la misericordia? Esas preguntas asaltan a Jérémie (Félix Kysyl) -cuyo apellido, no en vano, es Pastor- apenas unos días después de su regreso a Saint-Martial, el pueblo en el que se crió y trabajó los primeros años de su adolescencia, y al que retorna para el funeral de su antiguo jefe. Su arribo es esperado por Martine (Catherine Frot), la viuda de Jean-Pierre, tradicional panadero de esa comarca boscosa, pero no por su hijo Vincent (Jean-Baptiste Durand), quien recibe el impacto de su aparición como una inquietud primero, signada por los opacos recuerdos del pasado, y como una verdadera afrenta después, a medida que la estancia del recién llegado se prolonga en la casa de su madre. Misericordia

Jérémie asiste compungido a la ceremonia que despide a aquel hombre con el que trabajó, y del que atesora un secreto enamoramiento. Martine parece descubrirlo sin recelo ni objeción, y comparte su soledad con quien también parece compartir el amor por el ausente. Incluso en las conversaciones entre ambos asoma la fantasía de reactivar la vieja panadería, vender el pan recién horneado que ahora el pueblo debe comprar en la ciudad o el supermercado. Esa inicial compañía se ve afectada por la agresiva resistencia de Vincent, una figura elusiva que aparece en la madrugada, acecha en los caminos, atiza peleas que exploran lo corporal como un terreno masculino misterioso, opuesto al ascetismo dostoievskiano, pero encendido de sus mismas cavilaciones sobre crimen y castigo y sus implicancias existenciales.

Pero lo que verdaderamente interesa a Guiraudie es el movimiento que se despliega ante la llegada de ese joven, proveniente de Toulouse, en un pueblo afirmado en el ambiguo esplendor de su naturaleza, en sus rituales y silencios. Y es el deseo que se despierta en él, y el que provoca en los demás, la fuerza más arrolladora, la que sacude las convenciones -matrimonios, espacios sagrados, memoria del pasado-, pero también impulsa a la comisión de actos insospechados, repentinos y transgresores de la moral, pero también de la propia conciencia. Misericordia

Un vecino, un abad, la viuda y el trágico Vincent se ven envueltos en ese derrotero circular de Jérémie -un poco a la manera de los dramas de Jean Racine, el gran dramaturgo francés-, que Guiraudie retrata con menor picardía que en otras obras también de movimiento -El rey de la evasión (2009), como su mejor exponente-, y embriagada esta vez de cierta melancolía, de un pulso más reflexivo que provocador. Un cine que nos demanda repensar cada juicio inmediato que sentimos la necesidad de dispensar, para encontrar en el devenir de cada personaje, el deseo que lo habita.