Milei, la disputa por la institucionalidad macro y el “populismo cambiario”
Por ahora, al oficialismo no le queda otra que respirar hondo y aguantar la respiración debajo del agua: la expectativa es que la ola de inestabilidad pase

De pronto, la batalla cultural del Gobierno volvió a su escenario preferido: el macroeconómico. Sin embargo, no hay paz en ese frente. En la última semana, la intervención decidida de Javier Milei y Luis Caputo y su equipo en la conversación pública tuvo dificultades para domar la narrativa. En algunos casos, además, el mismo Caputo terminó echando leña al fuego de la incertidumbre cambiaria. El aumento de los dólares financieros y la pérdida de reservas del Banco Central resultaron la señal más clara del enrarecimiento del clima económico, y también político. Entre el viernes y este lunes, el riesgo país pasó de 797 a un pico de 861 ayer a la mañana, hasta cerrar en 816. Lo que está en juego en el fondo es la fortaleza del modelo institucional sobre el que el mileísmo construye su visión de la Argentina. No se trata tanto de la institucionalidad “ñoña”, en palabras de Milei, centrada en los principios republicanos, sino sobre todo de la institucionalidad macroeconómica.
En ese marco conceptual e ideológico, por el solo hecho de basarse en los fundamentos de la macroeconomía, el Gobierno se presenta como capaz de garantizar un futuro de inflación cero y crecimiento económico. Eso que funciona en países como Chile o Uruguay, pero que en la Argentina siempre resultó esquivo, también con el experimento de Cambiemos.
De Milei a Caputo, pasando por el viceministro de Economía, José Luis Daza, más tarde o más temprano, la inflación cero es un hecho. “Estamos haciendo las cosas bien”, es el argumento. Se refiere a la activación de esas variables que organizan la institucionalidad macroeconómica del Gobierno y que conducen a efectos concretos, la baja de la inflación, por ejemplo. Con superávit y emisión cero en el haber, sostiene el Gobierno, ahora es el turno de un Banco Central solvente que habilite una política cambiaria libre y una economía abierta, las otras microinstituciones de ese nuevo orden. El préstamo del FMI encaja en esa cadena causal: llenar las arcas con deuda para en el futuro, reemplazarla por ingresos genuinos de las exportaciones. Para el Gobierno, la macro es una suerte de artefacto racional con lógica propia y autónoma y a prueba de inestabilidad política.
Mientras, Mauricio Macri cuestiona al oficialismo por “la falta de apego a la institucionalidad que empieza a afectar el plan económico”. Para Macri, “el plan económico no es un hecho aislado. Uno está buscando como bien final que engloba todo recuperar la confianza”. Es otra visión del concepto “institucionalidad”: una visión más amplia, que engloba, por ejemplo, críticas al manejo de la Justicia por parte del Gobierno. Por ejemplo, el caso del juez Ariel Lijo. Macri también demandó bajar impuestos y “otro tipo de cambio”.
Desde el mileísmo, la macro es el ancla institucional por excelencia. La base de la estabilidad política y de la gobernabilidad: primero la macro, de ahí la gobernabilidad. En ese sentido, Caputo le respondió a Macri en la entrevista con Luis Majul: “El kirchnerismo genera volatilidad y miedo. Cuando son gobierno, porque tienen un Banco Central desestabilizado –a Macri le pasó lo mismo, aunque no tanto como a Milei– y cuando no están en el poder, lo agitan”. A los ojos del Gobierno, la raíz de toda crisis institucional y política está en el artefacto macroeconómico desestabilizado y la insolvencia del Banco Central. En ese esquema mental, el macrismo por incapacidad y el kirchnerismo por ideologización de la macro no lograron frenar la cadena de transmisión de los efectos de la incertidumbre macro hacia la institucionalidad política. Y es más: según Caputo, cuando no es gobierno, el kirchnerismo se aprovecha y pone en marcha esa lógica defectuosa para generar dudas sobre el funcionamiento racional del artefacto macro.
Aunque Caputo no lo mencionó esta vez, resuena el caso de Perú, al que el ministro de Economía citó hace unas semanas como ejemplo de ese desacople deseable entre la marcha de la política y la marcha de la macroeconomía.
La oposición más dura, la kirchnerista, afirma que la inestabilidad que atraviesa la macro desde hace diez días es el inicio de un nuevo fracaso: la inestabilidad del dólar y la salida de reservas le dan argumentos políticos justo cuando empieza la carrera electoral en la ciudad de Buenos Aires. Para el kirchnerismo, la macro mileísta es un castillo de naipes a punto de caer. Después de un 2024 sin encontrar dónde amarrar una alternativa política, el kirchnerismo cree haber dado con el talón de Aquiles de la presidencia de Milei: su política cambiaria y un nuevo endeudamiento con el FMI. Toda su artillería está puesta en ver en la política económica de Milei y Caputo la repetición de historias fallidas de la ortodoxia económica, incluso, la repetición del mismo Caputo 2018.
Desde el Gobierno hay un intento por dominar el diccionario que explica los que han resultado los días más desafiantes de la presidencia de Milei: ¿es “volatilidad” o “cimbronazo”? Es decir, inestabilidad macro menor que se resolverá rápidamente sin dejar demasiada huella o, al contrario, sacudida violenta con más efectos colaterales. Caputo y Milei insisten en que se trata de “volatilidad”.
En el futuro cercano, hay dos fechas claves para que el Gobierno vuelva a hacer pie: mediados de abril, cuando se daría finalmente el acuerdo con el FMI, y mediados de mayo, con la elección de legisladores porteños. Pero para eso todo tiene que salir bien: ganar la elección porteña y tranquilizar a los mercados. La carrera electoral está desatada. Y la discusión macroeconómica está en el centro de la disputa política.
La incertidumbre está tan instalada que ayer, por segunda vez en menos de una semana, el Gobierno necesitó de munición gruesa para calmar a los mercados: el FMI. Esta vez en boca de su directora ejecutiva, Kristalina Georgieva. Anunció que el primer desembolso que recibirá la Argentina en el marco del nuevo acuerdo será del 40% del total. “Se lo han ganado”, sostuvo. Ya el viernes el FMI había socorrido al Gobierno, cuando ratificó que la Argentina había solicitado un préstamo de 20.000 millones de dólares. Por ahora, al oficialismo mileísta no le queda otra que respirar hondo y aguantar la respiración debajo del agua: la expectativa es que la ola de inestabilidad pase. Mientras, el mileísmo intenta reforzar la visión de futuro cercano y esperanzado con otros datos.
Si no logra llevar certezas sobre el futuro más o menos inmediato, es decir, el dólar y su precio, el Gobierno se enfoca entonces en los indicadores que muestran éxitos acumulados hacia el pasado de estos trece meses de gestión. Este lunes se conoció la baja de la pobreza del segundo semestre de 2024: de un 52,9 por ciento en el primer semestre a 38,1 en la segunda mitad del año. Con ese dato, queda subrayado el efecto social de la baja de inflación, además de la política social promovida desde Capital Humano.
El kirchnerismo contraataca con la munición que más le duele al Gobierno: el precio del dólar, como el resultado de un “plan platita” de modelo libertario. Es decir, plantea un mileísmo-kirchnerismo toqueteando la macro en beneficio propio: mantener quieto el dólar artificialmente para mantener artificialmente la inflación baja, todo con objetivo electoral. La bandera de “la inflación de Milei” como el principal activo del Gobierno, y su custodia cueste lo que cueste.
El uso político de las variables macroeconómicas fue un modus operandi del kirchnerismo: el “plan platita” por antonomasia fue el de Sergio Massa. Ahí nació el concepto de “plan platita”, una escalada de gasto en torno al 1,4 por ciento del PBI. Pero había antecedentes: lo admitió Cristina Kirchner en su libro Sinceramente, cuando reconoció que inyectó un gasto equivalente al 1% del PBI en 2015 para apoyar la fallida candidatura presidencial de Daniel Scioli.
Milei y Caputo viven como un insulto moral que les atribuyan las mismas tácticas que el kirchnerismo: en su matriz ideológica, su propuesta de macro racional es un deber moral que tiene la política. Sin embargo, la crítica racional e independiente señala el sobregiro del Gobierno en la reducción de la inflación en 2024: una velocidad innecesaria que condicionó un atraso artificial del dólar y la postergación de la corrección de precios relativos. “Populismo cambiario”, lo llamó un economista que ve con buenos ojos la política del Gobierno, pero traza críticas constructivas.
De aquí a octubre, Milei deberá confirmar que su proyecto macroeconómico-político es sostenible. Desde el 24 de marzo que la política y la conversación pública dejaron a un costado la batalla cultural ampliada y se reconcentran ahora en el dólar, las reservas, el riesgo país y el acuerdo con el FMI. Una semana con un clima político alterado: quedaron suspendidos los escarceos libertarios antiwoke, el revisionismo setentista y otro tipo de munición que dispara fuera de la esfera económica. Una semana sin que las huestes libertarias activen otros debates: toda una señal.