Método Ollendorf
En la mañana de ayer miércoles ha vuelto a comprobarse, pese a nuestra reiterada advertencia desde el inicio de la legislatura, que la sesión semanal de...

En la mañana de ayer miércoles volvió a comprobarse, pese a nuestra reiterada advertencia desde el inicio de la legislatura, que la sesión de control al Gobierno, oficiada con periodicidad semanal en el Pleno del Congreso de los Diputados que, de Pedro Sánchez para abajo, todos los miembros del gabinete eluden responder a las preguntas que los portavoces de los grupos parlamentarios de la oposición plantean y, siguiendo las pautas del método Ollendorff, se sienten facultados a salir por peteneras.
La sesión parlamentaria de ayer se celebraba en ausencia del presidente en viaje por Vietnam y China donde tenía obligaciones ineludibles que atender en estos tiempos de tribulaciones arancelarias. Para ambientarse mejor y favorecer la sintonía con sus interlocutores Sánchez se ha llevado bibliografía escogida entre la que figura El arte de la guerra de Sun Tzu para quien "en la guerra [también en la arancelaria], lo esencial no es ganar batallas, sino la victoria".
Aceptemos que, en aras de conseguir esa victoria dialéctica, que es la que se pretende en el Pleno del Congreso, lleva ganadas ya muchas batallas porque ha conseguido irresponsabilizarse de las medidas desfavorables para el público de a pie, al que tiene convencido de antemano de que "no hubiera podido obrar de otra manera". Recordemos, también, frente a quienes le acusan de falsario, la lúcida afirmación del escritor Péter Esterházy quien en Armonía celestial (Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2003), sostiene cómo "es harto difícil mentir sin conocer la verdad".
Pero en esta ocasión, la crónica parlamentaria que suscribo parte del supuesto de que los lectores están al corriente de los pormenores debatidos o, mejor dicho, orillados y se limita a atender a los modos y maneras de los interrogadores y de los interrogados y reflejar la actitud, o más bien la pasividad, de la presidenta de la Cámara, que tanto podría hacer por asegurar la buena marcha de los debates. Porque, a tenor del artículo 70.3 del reglamento, "nadie podrá ser interrumpido cuando hable, sino por el presidente, para advertirle de que se le ha agotado el tiempo, para llamarle a la cuestión o al orden, para retirarle la palabra o para hacer llamadas al orden a la Cámara o a alguno de sus miembros o al público".
Así que es la presidenta la única que puede llamar a la cuestión interrumpiendo al orador "siempre que estuviere fuera de ella, ya por digresiones extrañas al punto de que se trate, ya por volver sobre lo que estuviere discutido o votado", según señalan los artículos 32 y 102 del vigente Reglamento del Congreso.
Una norma que establece también en su artículo 103 en la que los diputados y los oradores serán llamados al orden si "profirieren palabras o vertieren conceptos ofensivos al decoro de la Cámara o de sus miembros, de las Instituciones del Estado o de cualquier otra persona o entidad". Está pendiente de editarse un diccionario de palabras y conceptos ofensivos al decoro de la Cámara, con atribución al orador que profirió las palabras o vertió los conceptos de las protestas que suscitaron, si las hubo, y de la tolerancia de la presidenta al aceptarlas sin objeciones.
Momentos de gran elegancia a subrayar fueron, por ejemplo, el protagonizado por Pablo Iglesias el 22 de marzo de 2017, cuando para expresar su indiferencia dijo "me importa un comino, un rábano, un pimiento, un huevo, me la trae floja, me la suda, me la trae al fresco, me la pela, me la refanfinfla, me la bufa". También el aportado por Ione Belarra ayer que no llegó tan lejos en señal de respeto a su liderazgo.
Los de la oposición incurrieron otra vez en el error imperdonable de reiterarse en la petición a los ministros de que dimitieran en lugar de advertirles de que ningún modo aceptarían su deserción cuando más los necesita España. El próximo día daremos cuenta de la bronca. Atentos.