Luis Zahera: “Hay que leer, la cultura forja la personalidad”

Luis Zahera (Santiago de Compostela, 1966) aprendió en Nueva York a llamar por teléfono. Mientras buscaba su rumbo –acabó encontrándolo, a Dios gracias–, conjugó el verbo sobrevivir demoliendo un piso de una de las Torres Gemelas o colgando abrigos en un restaurante italiano de ricachos. En cierta ocasión, se puso a husmear en aquellos bolsillos de piel de visón, de unicornio o de lo que fuera, y se topó con una cabeza de conejo disecada. La entrada Luis Zahera: “Hay que leer, la cultura forja la personalidad” aparece primero en Zenda.

Abr 26, 2025 - 00:04
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Luis Zahera: “Hay que leer, la cultura forja la personalidad”

Luis Zahera (Santiago de Compostela, 1966) aprendió en Nueva York a llamar por teléfono. Mientras buscaba su rumbo –acabó encontrándolo, a Dios gracias–, conjugó el verbo sobrevivir demoliendo un piso de una de las Torres Gemelas o colgando abrigos en un restaurante italiano de ricachos. En cierta ocasión, se puso a husmear en aquellos bolsillos de piel de visón, de unicornio o de lo que fuera, y se topó con una cabeza de conejo disecada. “Había visto aquella película de Polanski”, cuenta a Zenda, “en la que Catherine Deneuve llevaba la cabeza de un conejo. Me conectó con eso”.

Zahera, uno de los actores españoles más queridos, premiados —Goya al mejor actor de reparto por El reino y As bestas—, reconocidos y reconocibles, se inventó por 2008 un monólogo, Chungo, en el que, con la percha de la crisis perpetrada por Lehman Brothers, hablaba de la suya propia. El espectáculo gustó y, con el paso del tiempo, emigró de los bares pequeños a los teatros más destacados —no sólo en España, también en América Latina—. Lo representa en el coso madrileño de La Latina este sábado 26 de abril —después de haberlo representado el 12—. Con este pretexto, conversamos con un trabajador salvaje que es feliz leyendo guiones y perfilando sus personajes.

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—Cuando uno se encuentra una cabeza de conejo disecada en el bolsillo de un abrigo, ¿qué piensa?

—(Risas) Yo qué sé, era muy joven. Sorpresa, supongo. Había visto aquella película de Polanski en la que Catherine Deneuve era una tipa que arreglaba uñas y que llevaba la cabeza de un conejo. Me conectó con eso. Así es Nueva York. Hay una frase sobre Nueva York: “Lo que no encuentres en Nueva York, no existe”. Conecté con la ciudad, lo normalicé todo. Pensé: “Esto es lo que hay”.

—Esa Babilonia, ¿fue una escuela de vida?

"Ese caos de Nueva York, de esa jungla de asfalto, me organizó la cabeza, me sentó muy bien"

—De Babilonia tiene poco para mí; de escuela de vida, mucho. Era una persona que estaba perdida, muy caótica. Mi madre me mandó a Nueva York con veintipocos años, y ese caos de Nueva York, de esa jungla de asfalto, me organizó la cabeza, me sentó muy bien. Aprendí a llamar por teléfono, a buscarme la vida, a brujulear, a buscar un rumbo en aquel caos haciendo demolición, pintura… pintura de pintar casas, vamos. Nueva York me cambió la vida.

—Tengo entendido que demolió un piso de una de las Torres Gemelas.

—Creo que el 62, el de la planta de Colgate, en la torre que tenía la antena. Sí, estuvimos casi dos meses. Era una demolición gigantesca. ¡Las Torres Gemelas eran telita marinera de grandes!

—A estas alturas de la película, ¿contempla su carrera desde un rascacielos?

"Llegué a las Torres Gemelas a hacer la demolición, y el único interés que tenía era subir a la última planta y mirar por la ventana para ver el abismo aquel"

—Mira, hay una metáfora bonita en esa pregunta. Llegué a las Torres Gemelas a hacer la demolición, y el único interés que tenía era subir a la última planta y mirar por la ventana para ver el abismo aquel. Pero resulta que el arquitecto japonés que las diseñó tenía un vértigo horroroso y, entonces, no veías el suelo desde las Torres Gemelas. Había un vidrio y como un cuadrado, como un volumen, y no veías el suelo porque el cristal estaba muy anterior al precipicio. Conectando con tu pregunta, me veo en un momento dulce. Como si mirara por aquella ventana y no viera el suelo, sino el paisaje, lo que está por venir. He tenido la suerte de trabajar en una cosa que me gusta. Como un alpinista que llega a una cima: llega solo, pero es una cosa muy bonita.

—Los años demuestran que lo suyo no es sólo una buena racha…

—Eso dicen mis hermanas…

—Pero no hay que fiarse, ¿verdad?

—Tengo el pesimismo ese de que todo se va a acabar en cualquier momento. Esta profesión es extraña: ahora estás y luego no estás. ¿Por qué vivo esto como un momento dulce? Porque las cosas que toco salen bien. Descubres que el público te quiere. No lo descubres en una racha. Un día te das cuenta de que la gente te para y te quiere mucho. Eso es maravilloso. Sí, es probable que no sea una racha, pero siempre estás con ese miedo… Hablaba con Lola Herrera, que fui a ver su obra de teatro con su hija, Natalia Dicenta. Le decía: “No sé si seguir con este monólogo, me da la sensación de que invado el terreno de otros”. Y ella, simplemente, me decía: “¡Haces reír, no abandones mientras se ríen!”. Tengo la sensación de que llegué a un sitio y no sé cuánto tiempo voy a estar en ese sitio. Igual debo ir a un psicólogo (risas). Tengo la sensación de que me voy a caer, pero voy a cumplir sesenta años y todavía no me he caído.

—Lleva haciendo Chungo desde 2008.

—Sí, en salas pequeñas. Empecé cuando la crisis de Lehman Brothers. Como no había trabajo, yo me metí al monólogo. La premisa era: “En lugar de hablar de la crisis de Lehman Brothers, voy a hablar de mi crisis personal”. El monólogo va de cómo acabé haciendo el chungo, yo, que pensaba que iba a hacer de galán…

—¿Ha perdido la esperanza?

—Sí, definitivamente (risas).

—La obra ha crecido una barbaridad desde 2008. Incluso la ha representado en el extranjero.

—Sí, he estado por Latinoamérica. La tele y las plataformas ayudan.

—¿La tele y las plataformas ayudan más que el cine?

"Bebo o vivo de la tradición del cuentacuentos. No invento, no creo nada: hablo de mí"

—La gente que iba a verme a Montevideo estaba fascinada con Entrevías y con Vivir sin permiso. A Sorogoyen no lo conocían tanto. Creo que la tele es muy poderosa para la popularidad. Por eso te digo: tengo la sensación de invadir el campo de otros. Claro, los productores empezaron a meterme en los teatros de Madrid, Barcelona o Bilbao cuando vieron el éxito de Vivir sin permiso y Entrevías. Y te sientes invasor: hay monologuistas maravillosos, auténticos profesionales, francotiradores que hacen un chiste cada quince segundos, y yo bebo o vivo de la tradición del cuentacuentos. No invento, no creo nada: hablo de mí. Mis hermanos me pidieron hacer un homenaje a mi mamá, y ahora estoy muy centrado en el tema de mi mamá.

—Rimbaud escribió aquello de “yo soy el otro”. ¿Hace algo así en Chungo: contemplarse, interpretarse como si fuera otro?

—(Piensa) Es Luis Zahera poniendo en ridículo a Luis Zahera para que la gente se divierta. Me di cuenta de que, mayoritariamente, viene gente de mi edad. Creo que es el público de las ciudades. Veo poca gente joven en los teatros, y es un poco un revival: nací con Franco, hablo de los chistes que hacía mi tío Simeón con Franco; hablo de mi madre, de aquellas señoras de antes que tenían cinco hijos, que trabajaban fuera de casa, que comían optalidones… Hablo de mí desde el ridículo, no creo que me reinvente. No, no hago el ejercicio de Rimbaud.

—¿Qué tal se lleva con el retrovisor?

—Bien. Tengo mi parte chunga, como todo el mundo. Mi parte que no me gusta. A todos nos cuesta perdonarnos a nosotros mismos por cosas que hicimos. Estoy cada vez más convencido de que somos todos iguales.

—¿Cuál es su mayor enemigo?

—Yo mismo, que no descanso. Soy un workalcoholic (risas). Es un delirio cómo te pones a funcionar. Creo que es lo peor que hago: ser el hámster de la jaula que está en la ruedita esa y no para. Sin embargo, lo disfruto.

—Se está librando del sambenito de chungo. Véanse sus papeles en Tierra de nadie, en La Unidad

—En España encasillamos mucho, pero creo que ahora hay un cierto cambio. A mí, al menos, se me está abriendo más el abanico de personajes. Igual es por la edad, que ya no hay edades para hacer de malo malísimo. Me están ofertando muchas cosas distintas y estoy muy agradecido.

—He visto su vídeo con Feijóo para felicitar la Navidad de 2020. Dice usted: “Gane quien gane, sea quien sea, no importa, lo importante es que lo haga bien, que mire por la gente necesitada”. Dos preguntas: una, ¿qué piensa de quienes entienden la política como una batalla de ultras futboleros?

"Ahora, se polarizó todo tantísimo que asusta"

—Yo viví la Transición y veía programas como La clave. O debatía con mi padre, un tío muy de derechas que decía: “No sé si Franco era un dictador, pero había trabajo y se caminaba seguro por la calle”. Eso lo decía mi padre, pero también era un tipo con la mente muy abierta. Ahora, se polarizó todo tantísimo que asusta. No sé si depende del dicho romano de “divide y vencerás”. Oigo la Cadena Ser todas las mañanas, pero intento estar desconectado de la política. Luego, la ola que viene…

—¿Es el signo de los tiempos?

—Es el suelo que pisa la gente. Mira, estuve hablando con un actor jovencísimo, de unos dieciocho o diecinueve años, y me contaba que había estado en Galicia, creo que en Ribeira. Me decía: “Oye, qué rica la comida en Ribeira, qué bonita la playa del Vilar, ¡y no hay negros en Ribeira!”. Lo decía como una cosa más, con una naturalidad… Yo veía La clave, tenías la oportunidad de ver a intelectuales debatiendo, pero a ese chaval, yo qué sé, le llegarán esas cosas a su móvil…, es el suelo que pisan. Me da miedo la política. Siempre me consideré un tipo interesado por la política, con un posicionamiento político, pero, a día de hoy, tengo miedo de la velocidad de la polarización y de las cosas que escucho.

—La gente necesitada, ¿sigue sin ser mirada? ¿Cree que alguna vez será vista?

"No tengo redes. Creo que hay dos mundos: el real y el de los móviles"

—Es la historia de siempre. Se me escapa, no te sabría responder. Más de 75 millones de personas han votado a Donald Trump; muchas, obreras. No tengo redes. Creo que hay dos mundos: el real y el de los móviles. Me quedé en lo analógico, el otro mundo no lo conozco.

—No sé si el dinero da la felicidad, pero algo ayuda…

—El dinero no da la felicidad. Es una comodidad absoluta. Supone la diferencia entre dormir en una tienda de campaña o en un buen colchón.

—¿Y los libros?

—Sí. Yo soy feliz hasta leyendo los guiones. Le doy mil vueltas a los textos, tengo mi parte de creatividad. Ahora estoy leyendo El palacio de la luna, de Paul Auster.

—¿Cuál es el primer libro que recuerda haber leído?

El diario de Ana Frank, me lo dieron mis hermanas y me quedó muy grabado. Me impresionó que esa niña escribiera aquello y que acabara, ¡Dios mío!, en un campo de concentración. Las esperanzas que tenía esa niña, lo que iba a hacer…

—¿Alguna obra que alimentara su vocación?

Angélica en el umbral del cielo, de Eduardo Blanco-Amor. Me pareció una comedia maravillosa, divertidísima, y de amor, que son las que me gustan a mí.

—¿Algún libro que le quitara el sueño?

"Creo que leí casi todo García Márquez del tirón, a los veinte años"

—Creo que leí casi todo García Márquez del tirón, a los veinte años: Cien años de soledad, El coronel no tiene quien le escriba… Me encanta esa cosa suya mágica, surrealista. Luego vino David Lynch y lo conectabas todo. También me marcaron El perfume o La historia interminable.

—Bajemos al barro: dígame algún autor u obra que no soporte.

—No tengo tanta cultura como para eso. No me atrevo. Yo estoy a esto de los bestsellers (risas).

—Autor u obra con la que más se ha reído.

—Con Dario Fo: Muerte accidental de un anarquista. O con los guiones de Woody Allen.

—¿Algún personaje del que se haya enamorado?

—Todos quisimos hacer Hamlet. Me fascinaba. Me acuerdo de que ponían en la televisión, cuando yo era joven, la versión de Laurence Olivier. Me quedaba loco con aquello. Lamentablemente, se me ha pasado el arroz para interpretarlo (risas).

—¿Alguno al que haya querido matar?

—No, qué va: no juzgues y no serás juzgado (risas).

—¿Ha encontrado en los libros alguna verdad fundamental?

—Sí. Las olvido, porque soy olvidadizo. Pero hay una básica: hay que leer. La cultura forja la personalidad. Es así de sencillo.

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