Los cazadores de tesoros se dan cita en Madrid: "Este Dalí valdrá 500.000 euros"
¿Qué opinan si les digo que el mundo de los anticuarios no está lleno de Indiana Jones? Es para flipar, ¿cierto? Uno pensaría que si nos ponemos a hablar...

¿Qué opinan si les digo que el mundo de los anticuarios no está lleno de Indiana Jones? Es para flipar, ¿cierto? Uno pensaría que si nos ponemos a hablar de antigüedades deberíamos de tratar sólo con antropólogos fetichistas de vasijas milenarias y los látigos, ¿no? O, en su defecto, con refinados lores británicos que financian sus depravados vicios poniendo las sillas isabelinas heredadas en Wallapop. Si las vacas vienen muy flacas, incluso las alhajas ducales. Sin embargo, la feria Antik Almoneda de Madrid, celebrada desde el 22 hasta el 30 de marzo en IFEMA, presenta un cuadro muy distinto.
Día gris el sábado 22. De esos que deprimirían a un londinense bajo en vitamina D. Los torrentes bíblicos madrileños han dejado paso a un calabobos cutre e insolente. Pero la lluvia no es impedimento para los aficionados a la decoración y el coleccionismo. En el pabellón número 6 de IFEMA, el rastro de los domingos se pone de gala. Ningún gitano con la taladrante banda sonora de "Entre dos aguas" a la vista. Todo es, de primeras, enmoquetado y diáfano. Ahora, si resbalas hasta alguno de los stands; el minimalismo al garete. Santa acumulación de objetos, todos ellos de su padre y de su madre, expuestos en el maqueado caramanchel.
Valentín lleva acudiendo a la cita como profesional desde el año 1997. Es todo un veterano, proveniente de la localidad de Porrera, en Tarragona. En su acotado espacio se encuentra una miscelánea de lo más variopinta. Espadas, jarrones, monedas, estatuillas… la imaginación no alcanza. "Esta es una profesión que se vive haciendo kilómetros. Desembalajes, herencias, mercadillos. Hay muchísimos sitios a los que acudir en busca de algo valioso". Su relato parece un guion de Discovery Channel. ¿Saben esos sabuesos del chollo que van a la compra de trasteros? Valentín podría ser uno de ellos. Salvo que, como él confiesa: "restándole todo el glamour. Es un trabajo muy duro. Moverse, estudiar las piezas, a veces equivocarse. No es como en la tele".
Esto de ser almonedista (palabra con la que Valentín se identifica) no tiene nada de caminito de rosas, aunque mucho de pasión. “Todos los que nos dedicamos a esto somos, originalmente, coleccionistas. Es un trabajo vocacional. Si no, ni te lo pienses. Porque sí, se puede vivir de ello, pero a base de muchos golpes”. Con todo, aquí está, casi tres décadas después de su primera vez, en Madrid. Un superviviente de este particular estanque de tiburones donde la competitividad reside en hacerse con el comprador que, todavía, no sabe que desea algo.
Esta es una profesión que se vive haciendo kilómetros. Desembalajes, herencias, mercadillos. Hay muchísimos sitios a los que acudir en busca de algo valioso
Tomada cierta distancia, la perspectiva general humana presenta una variedad bastante acotada. La excentricidad no está en las personas. Está en los objetos. A un lado, nos encontramos con anticuarios de rostro cansado. Como si les hubieran dejado por email. La emoción es, si no controlada, propia de una digestión de cocido. En especial para los adormecidos tenderos, que componen auténticas óperas de bostezos. En la Cara B, las fachas de los potenciales compradores son más eclécticas. Van desde la mirada del Tigre cazador, stalkeando la ganga con palmaria pretensión de usar la tarjeta de crédito, pasando por la del acompañante amuermado, hasta el petimetre de gestos altivos con ingenio de snob resabiado. Si te cruzas con estos últimos, una poesía de la urticaria, vaya.
José Luis y su mujer pertenecen al primer grupo. Se jubilaron hace ya unos cuantos años y comenzaron, juntos, su pasión por estos safaris de objetos raros. “Venimos a Antik desde hace tiempo, aunque también hacemos algún que otro viaje a otras ferias. Es un hobby. Siempre salimos con alguna pieza curiosa. A mi mujer le gustan mucho los cuadros, yo soy más antigüedades como esa”, dice señalando un trabuco que, perfectamente, podría haberse afanado del rodaje en ‘Piratas del Caribe’. Aunque, en este caso, se presupone su autenticidad. Un término, el de auténtico, que José Luis menciona como prioritario. “Nunca hay que olvidarse de pedir todas las autenticaciones. Incluso si el objeto no es demasiado caro. Si esperas que algo se revalorice, más te vale poder demostrar que es auténtico”. Una lección que, bien visto, es perfectamente aplicable a las personas y sus sentimientos. Cuanta sabiduría en las antigüedades…
"A mi mujer le gustan mucho los cuadros, yo soy más antigüedades como esa”, dice señalando un trabuco que podría haberse afanado del rodaje en ‘Piratas del Caribe’
José Luis tiene razón en muchas cosas pero, quizás, lo de la curiosidad sea la principal. Es algo que se azuza mucho en la feria Antik Almoneda de Madrid. Merece la pena entretenerse desnudando los secretos, e incluso las historias, detrás de las piezas expuestas. Oh, ¿y qué se expone? Ya hemos mencionado las espadas, monedas y jarras del puesto de Valentín, pero es que en el pabellón 6 de IFEMA cabe desde el ajuar de la abuela, hasta la Rumatic 6 que compró tu cuñado en el 89.
¿Resulta que tu tío segundo era cura y has descubierto unos cristos escondidos en un baúl? Aquí podrían encontrar comprador. "No es únicamente por religión", asegura Martín, viejo coleccionista de artículos religiosos que sabe la cantidad de anticuarios que vienen, especialmente del sur de España, para la feria. "Son objetos de un valor artístico superior. Hay algunas tallas, para mí, que son más bellas que todos las obras maestras que puedas ver por aquí". Sin querer poner en duda las declaraciones de este devoto gaditano, afincado en la capital, también hay que admitir el yuyu que dan algunas de estas 'joyas'. Como los maniquíes de madera decimonónicos de dos penitentes regados de sangre, que te encorbatarían las gónadas si te los cruzas de noche en una casa foránea.
De los altares a añejas estéticas cristianas, saltamos a zonas que parecen un Ikea de altísimo standing. En estas orillas no faltan asistentes con un outfit de apellido compuesto. Un técnico cruza la zona, pero el buen hombre no tiene aspecto de tener una economía saneada y hedonista. Así que, salvo cómo voyeur, no tiene mucho que hacer aquí. Porque esa es la realidad, en Antik Almoneda sin una cartera de kilo no te da ni para una pulga de jamón en la cafetería.
Cayetana coincide con el perfil arriba descrito. Con sus botas altas de hípica, su trench Burberry y perlas de oro en la orejas, acude a esta feria por cuarta vez consecutiva. "Me guardo unos ahorros durante todo el año y los gasto en la feria. Pienso en regalos ya para lo que queda, o me pongo en contacto con alguna galería para acudir después. Pero lo cierto es que encuentras cosas de una calidad impresionante". El evento expositivo da pie a esta clase de estrategias. Profesionales y consumidores aseguran que aquí, más allá de las ventas, nace una ocasión de reencuentro y creación de lazos comerciales. Una ‘amistad’, por así decirlo, fundamentada en la compraventa de objetos de gran valor.
Me guardo unos ahorros durante todo el año y los gasto en la feria. Pienso en regalos ya para lo que queda, o me pongo en contacto con alguna galería para acudir después
¿Gran valor? No, no uso la expresión a la ligera. Hablemos de nombres, para que se me entienda. Dalí, Miró, Chillida, Saura, Francis Bacon, Barceló, Picasso… Esta no es la lista de artistas presentes en la última exposición del Thyssen. Es parte de la oferta artística presente en Antik Almoneda. ¿Se imaginan llegar al Prado y decir: “leches, qué majo quedaría esto en el salón”? Aquí, con una cuenta millonaria, es posible. Hay una auténtica selección museística a disposición de los acaudalados. Merece la pena marcarse un atraco a lo ‘Fast & Furious’. Pongamos, por ejemplo, la llamativa pintura de un párroco diabólico, definidas sus formas gracias a agresivas pinceladas multicolor.
"Este Dalí tendrá un valor de unos 500.000", asegura Ernesto, de la madrileña galería Lorenart. “Venimos desde hace 15 años y siempre con muy buenos resultados. Se hacen clientes y, sobre todo, se reencuentran muchos ya hechos en el pasado”. Una cita que tampoco vaya a pensarse que sale barata para los profesionales. A Lorenart la gracia del espacio de 200 metros cuadrados le ha salido por 40.000 euros. Un desembolso considerable que, como asegura Ernesto: “se cubre rápido si vendes un Zuluaga o un Tàpies”. Ay, desde luego, Ernesto, ¿qué no cubre vender una obra así?
Antik Almoneda es variedad, eso queda claro. Desde la galería, hasta el almonedista, los stands son una declaración de intenciones. Se pasa de la decoración del chalet de tu beatísima suegra, al chamizo ultracool de ese chaval al que matoneaste en el insti, y ahora es un diseñador de apps rico. El mismo que mientras tú te creías guay por ir de delantero pichichi, él leía la revista MicroHobby. Lo digo porque es difícil que casi nadie pueda permitirse tener un torso de semidiós romano del siglo I tallado en piedra, que es lo que la galería de arte antiguo, Jaume Bagot, de Barcelona, ofrece.
"Tenemos de estos bustos más pequeños, que pueden costar unos pocos miles de euros, a los torsos, que ya se salen de los 100.000", asegura Bagot quien, como el resto, también afirma que su presencia en la feria sale a cuenta. “Nosotros trabajamos con coleccionistas, decoradores e incluso museos. Un perfil mucho más variado de lo que cabría imaginar. Aunque, lógicamente, todos están de la cuarentena para arriba. No es un material al alcance de todos”. Huelga decir, Jaume, huelga decir…
Pero la feria no sólo se concentra en los tapices gigantes de rajá a precio de Taj Mahal, o en los mascarones de proa con forma de sirena, también hay espacio para la nostalgia pop. Al final del recinto, los aventureros coleccionistas se toparán con Vintage Town, donde la masonería nerd encontrará la satisfacción de su fetichismo. Desde cómics de ‘Star Wars’, muñecos de ‘Terminator’, las tortugas ninja o Nintendos que ya son reliquias más antiguas que las de una iglesia. Una orgía del frikismo más selecto. Del que haría salivar a Sheldon Cooper. Y donde también se dan cita varios talleres para hacer cosas como collages o customizaciones.
Lo mismo esta zona vintage hace de chiquipark. Con una máquina de air hockey y unos cuantos flippers (paintball) de los que Carlos, de 12 años, no se ha destetado desde hace hora y media. "Me gusta más que los juegos del móvil", afirma con madurez inesperada el zagal, al que su madre, Vanesa, ha traído a Antik para que “vaya cogiendo gusto por el arte”. Por el arte, no sé yo, pero por los recreativos está claro que sí ha adquirido una inesperada pasión.
Como curiosidad final, el pabellón de IFEMA no impone un cacheo a sus visitantes al entrar, más allá de los tornos del comienzo. Sin embargo, a la salida, sí es obligatorio pasar cualquier bulto por un escáner, no hayas afanado algo con el que pagarte el alquiler de un año. No por nada un caballero de engominado felpudo y chaleco acolchado sobre polo rosa, abronca a la encargada de seguridad que ha depositado, es verdad, con cierta brusquedad, un cuadro envuelto en papel burbuja sobre la cinta. “¡Cuidado, que me ha costado un riñón!”, afirma. La mujer, impasible, ni le responde. Sabe que le espera una semana manipulando objetos de gran valor y bregando con sus recién estrenados dueños. O paciencia o barbarie, parecen decir sus ojos. Y sólo queda desearle mucha suerte.