Lobos y alquileres: combatir la extrema derecha pasa por acabar con el rentismo

Desde el otoño, el Gobierno no ha hecho nada, pero algo ha cambiado entre los inquilinos. Hemos aprendido que no podemos quedarnos de brazos cruzados esperando que reaccionen. Hemos convertido la Casa Orsola en un bloque indesahuciable Las noticias diarias sobre Trump y Musk nos escandalizan desde hace meses. Complejos turísticos en Gaza, saludos nazis, Groenlandia, Zelenski, aranceles. La estrategia consiste en dejarnos paralizados, convertirnos en meros espectadores del camino hacia el autoritarismo. Mientras tanto, el gobierno español nos habla como si tuviéramos la suerte de vivir en un país que, a pesar de todo, aún está a salvo. Como si, gracias a ellos, en este rincón del mundo aún pudiésemos respirar tranquilos. Pero, en el día a día, no respiramos tranquilos. Gastamos la mitad del sueldo en pagar el alquiler. Vivimos angustiados de que nos renueven el contrato y tener que hacer la enésima mudanza. Cuando buscamos piso, solo encontramos contratos de temporada a 2.000 euros o habitaciones de mala muerte. Nos venden que solo hay dos opciones: dejar las cosas tal como están o que la extrema derecha se lo cargue todo. Nos repiten que viene el lobo. Dicen que se trata de una guerra cultural y que, claro, ellos controlan el algoritmo. Pero el secreto de la extrema derecha no son sus vídeos de TikTok, sino que las fuerzas democráticas llevan muchos años incumpliendo la promesa de una vida mejor. Nos sorprendemos de que los jóvenes crean cada vez menos en la democracia. Pero la vivienda está más cara que nunca. Es la incapacidad de responder a su problema principal lo que la desacredita. El brutal aumento de los precios del alquiler, las hipotecas y la inflación: esa ha sido la principal gasolina para Vox en España o para la victoria de Wilders en Holanda. Después de las manifestaciones masivas de otoño para bajar los precios de los alquileres, Pedro Sánchez respondió con la misma cantinela de siempre: una retórica fuerte contra la derecha y unas medidas tímidas y complacientes con la patronal inmobiliaria. Sánchez se llenaba la boca diciendo que no podemos tener un país de propietarios ricos y de inquilinos pobres, mientras decidía perdonar el 100% de los impuestos a los rentistas que cumplieran la ley. No gobierna la derecha, pero cuando toca pagar el IRPF, sale mucho más a cuenta vivir de rentas del alquiler que trabajar. La democracia debería ser otra cosa. Cuando hablamos de vivienda, la democracia pasa por acabar con la ley del más fuerte. Terminar con la economía rentista que estrangula la economía productiva. Hay cinco medidas que se podrían tomar mañana mismo. Primero, recuperar toda la oferta secuestrada en forma de pisos vacíos, turísticos y de temporada. Segundo, contratos indefinidos, porque vivir de alquiler no debería ser sinónimo de inestabilidad. Tercero, prohibir las compras especulativas, como ha hecho Ámsterdam: que solo puedas comprar una casa si es para vivir (o aquellos operadores sin ánimo de lucro). Cuarto, obligar por ley a una bajada generalizada de los alquileres. Y a medio plazo, crear un modelo público potente que revierta el sistema de vivienda. Un parque público para todos, de alquiler e imposible de privatizar. En resumen, no faltan soluciones al problema de la vivienda, sino una voluntad decidida para enfrentarse a quienes se lucran con ello. Desde el otoño, el Gobierno no ha hecho nada, pero algo ha cambiado entre los inquilinos. Hemos aprendido que no podemos quedarnos de brazos cruzados esperando que reaccionen. Hemos convertido la Casa Orsola en un bloque indesahuciable. La imagen de una ciudad que no se deja pisotear ha dado la vuelta al mundo. Hemos comenzado las primeras huelgas de alquileres contra CaixaBank, el casero más grande de Cataluña, para defender la vivienda pública. Hemos tocado miles de puertas y organizado decenas de bloques en lucha. Es en estos bloques de vecinos donde se empieza a respirar la idea real de democracia: gente trabajadora, de aquí o de allá, que se junta, se planta, mira hacia arriba, en lugar de al lado, y demuestra que la mayoría puede ganar al más fuerte. El pasado octubre el CIS decía que el principal problema que percibían los españoles era la inmigración. Tras la ola de movilizaciones históricas, en diciembre la cosa había cambiado: la inmigración quedaba en un segundo plano. Habíamos situado la vivienda como la preocupación número 1. No combatiremos a la extrema derecha escandalizándonos con cada paso que den, sino demostrando que una vida mejor es posible. Y eso, hoy, exige acabar con el rentismo.

Abr 5, 2025 - 07:21
 0
Lobos y alquileres: combatir la extrema derecha pasa por acabar con el rentismo

Lobos y alquileres: combatir la extrema derecha pasa por acabar con el rentismo

Desde el otoño, el Gobierno no ha hecho nada, pero algo ha cambiado entre los inquilinos. Hemos aprendido que no podemos quedarnos de brazos cruzados esperando que reaccionen. Hemos convertido la Casa Orsola en un bloque indesahuciable

Las noticias diarias sobre Trump y Musk nos escandalizan desde hace meses. Complejos turísticos en Gaza, saludos nazis, Groenlandia, Zelenski, aranceles. La estrategia consiste en dejarnos paralizados, convertirnos en meros espectadores del camino hacia el autoritarismo.

Mientras tanto, el gobierno español nos habla como si tuviéramos la suerte de vivir en un país que, a pesar de todo, aún está a salvo. Como si, gracias a ellos, en este rincón del mundo aún pudiésemos respirar tranquilos. Pero, en el día a día, no respiramos tranquilos. Gastamos la mitad del sueldo en pagar el alquiler. Vivimos angustiados de que nos renueven el contrato y tener que hacer la enésima mudanza. Cuando buscamos piso, solo encontramos contratos de temporada a 2.000 euros o habitaciones de mala muerte.

Nos venden que solo hay dos opciones: dejar las cosas tal como están o que la extrema derecha se lo cargue todo. Nos repiten que viene el lobo. Dicen que se trata de una guerra cultural y que, claro, ellos controlan el algoritmo. Pero el secreto de la extrema derecha no son sus vídeos de TikTok, sino que las fuerzas democráticas llevan muchos años incumpliendo la promesa de una vida mejor.

Nos sorprendemos de que los jóvenes crean cada vez menos en la democracia. Pero la vivienda está más cara que nunca. Es la incapacidad de responder a su problema principal lo que la desacredita. El brutal aumento de los precios del alquiler, las hipotecas y la inflación: esa ha sido la principal gasolina para Vox en España o para la victoria de Wilders en Holanda.

Después de las manifestaciones masivas de otoño para bajar los precios de los alquileres, Pedro Sánchez respondió con la misma cantinela de siempre: una retórica fuerte contra la derecha y unas medidas tímidas y complacientes con la patronal inmobiliaria. Sánchez se llenaba la boca diciendo que no podemos tener un país de propietarios ricos y de inquilinos pobres, mientras decidía perdonar el 100% de los impuestos a los rentistas que cumplieran la ley. No gobierna la derecha, pero cuando toca pagar el IRPF, sale mucho más a cuenta vivir de rentas del alquiler que trabajar.

La democracia debería ser otra cosa. Cuando hablamos de vivienda, la democracia pasa por acabar con la ley del más fuerte. Terminar con la economía rentista que estrangula la economía productiva. Hay cinco medidas que se podrían tomar mañana mismo. Primero, recuperar toda la oferta secuestrada en forma de pisos vacíos, turísticos y de temporada. Segundo, contratos indefinidos, porque vivir de alquiler no debería ser sinónimo de inestabilidad. Tercero, prohibir las compras especulativas, como ha hecho Ámsterdam: que solo puedas comprar una casa si es para vivir (o aquellos operadores sin ánimo de lucro). Cuarto, obligar por ley a una bajada generalizada de los alquileres. Y a medio plazo, crear un modelo público potente que revierta el sistema de vivienda. Un parque público para todos, de alquiler e imposible de privatizar. En resumen, no faltan soluciones al problema de la vivienda, sino una voluntad decidida para enfrentarse a quienes se lucran con ello.

Desde el otoño, el Gobierno no ha hecho nada, pero algo ha cambiado entre los inquilinos. Hemos aprendido que no podemos quedarnos de brazos cruzados esperando que reaccionen. Hemos convertido la Casa Orsola en un bloque indesahuciable. La imagen de una ciudad que no se deja pisotear ha dado la vuelta al mundo. Hemos comenzado las primeras huelgas de alquileres contra CaixaBank, el casero más grande de Cataluña, para defender la vivienda pública. Hemos tocado miles de puertas y organizado decenas de bloques en lucha. Es en estos bloques de vecinos donde se empieza a respirar la idea real de democracia: gente trabajadora, de aquí o de allá, que se junta, se planta, mira hacia arriba, en lugar de al lado, y demuestra que la mayoría puede ganar al más fuerte.

El pasado octubre el CIS decía que el principal problema que percibían los españoles era la inmigración. Tras la ola de movilizaciones históricas, en diciembre la cosa había cambiado: la inmigración quedaba en un segundo plano. Habíamos situado la vivienda como la preocupación número 1. No combatiremos a la extrema derecha escandalizándonos con cada paso que den, sino demostrando que una vida mejor es posible. Y eso, hoy, exige acabar con el rentismo.

Este sitio utiliza cookies. Al continuar navegando por el sitio, usted acepta nuestro uso de cookies.