Las piedras
La casa se construyó con piedras del lugar y eso la hace fuerte y misteriosa, porque ha puesto en pie, fragmentado, lo que antes era secreto en la colina, y lo que mucho antes eran lagos ocultos, donde se iban sedimentando la vida de los moluscos y el tiempo paciente del barro. El tiempo mismo... Leer más La entrada Las piedras aparece primero en Zenda.

Tengo una piedra dentro. Me concentro en expulsarla tanto como en comprenderla. Como si no las conociera. Como si no me rodearan por todas partes. Como si no viviera y caminara sobre ellas. Como si no fuera piedra yo mismo y sobre esta piedra hubiese fundado mi casa. Una casa como el sentido de mi vida.
La casa se construyó con piedras del lugar y eso la hace fuerte y misteriosa, porque ha puesto en pie, fragmentado, lo que antes era secreto en la colina, y lo que mucho antes eran lagos ocultos, donde se iban sedimentando la vida de los moluscos y el tiempo paciente del barro. El tiempo mismo se fue petrificando. Y eso es una piedra cuando la miras bien: un conglomerado de pasado, presente y futuro, ahí, al alcance de la mano. Coexisten los tres en un solo espacio y la piedra lo demuestra.
Por eso con ella hicieron el palacio y las fuentes y las puertas de la ciudad, para que durasen hacia el pasado y hacia el futuro de manera que pudiésemos contemplarlos a la vez. Y, por eso, cuando tomo el camino del atardecer yo puedo pasar hacia el sol, pisada a pisada, sobre la piedra. Casi entro en el sol. Y solo acabo de hacerlo cuando cierro los ojos. Entonces entiendo cómo los soles y sus chispas también se petrifican. Y que cada piedra es una luz en su máximo grado de quietud. Y que este planeta es un sol en extrema quietud.
Si las piedras fueron cubiertas con una capa de tierra nacen el trigo y los olivos, pues ese polvo de luz petrificada se activa con un poco de agua. Se puede hacer el experimento en una simple maceta: es fácil recorrer el universo sin mover el ojo de un círculo de “sustrato universal”.
También se pueden colocar en círculo sobre la tierra y situar las más grandes a modo de puertas de los cuatro puntos cardinales, y así escuchar las palabras silenciosas que vienen del Este, del Oeste, del Sur y del Norte, porque estas piedras son más duras que las orejas pero ejercen con solidez su función de pabellones auditivos.
Hay piedras invisibles que entran en el cuerpo a través del agua y la comida y los secretos, y que aquí quieren quedarse, dentro de un riñón o de los dos, según sea su insistencia en demostrarte que quieren ser tiempo endurecido en un cuerpo frágil. O una luz tan quieta que ya está apagada. Quieren ser ante tus ojos aquello que pensaste haber dejado atrás o lo que nunca concebiste. Quieren ser mensajeras de tus actos. Quieren ser la pepita de oro de tu karma. Oro en la orina. Y karma en el carmín. Todo lo que deshace en arenilla.
La piedra filosofal está escondida en algún lugar entre mi riñón y mi vejiga. Y mientras me araña hasta la fiebre me enseña su significado. Son enseñanzas lentas, saboreadas, que va grabando con su punzón en la uretra para que nunca se me olviden.
De modo que, como no consigo saber exactamente por dónde va, me dedico a observar a sus congéneres del exterior. Las descubro en los muros, en el abrigo que abraza la parra para echar sus primeras hojas, debajo de las carrascas, desperdigadas en la loma. No hay un solo lugar visible donde no estén. Tampoco hay ningún lugar invisible donde ellas no estén sustentando todo lo que hay en la superficie.
El mundo es una piedra y está dentro de mí.
Por eso sé cuando la luz comienza a moverse.
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