La vio venir
“Cuando los argumentos jurídicos flaquean, tener un argumento emocional no está mal” (Del Luis Juez, al tratarse ficha limpia en el Senado)

Horas de debate para hacer fracasar una ley que impida a los delincuentes ser candidatos mientras réplicas de un terremoto mueven el piso en Tierra del Fuego y en algunas provincias del norte. Confusión en el Vaticano: no había Papa, era el humo de un incendio. Después apareció el León, el de Roma y, como era de esperar, explotaron los memes. Cristina exigió un peritaje a la Justicia y le salió en contra, la Bullrich pasó de amarilla a violeta y casi agota los colores del arcoiris, y Axel pidió endeudar la provincia por 1045 millones de dólares. En la ciudad hay 17 listas con 170 candidatos ¡para renovar 30 bancas! en la Legislatura. Y en medio del éxito de El Eternauta, Ricardo Darín y Julio Chávez se sacan los ojos. Así no hay cuerpo que aguante ni argumento emocional que ayude.
“Usted tiene que bajar el nivel de estrés. No fuerce más la cabeza: deje de pretender controlarlo todo. Viva el aquí y ahora”.
El gurú apareció de pronto en IG. ¿Mensaje divino o tal vez el algoritmo registró la búsqueda de placebos en internet para tratar de bajar los decibeles?. Sea como fuere, porque es gratis y no parece ser dañino, decidimos seguir los consejos del manosanta instagramero.
Centrarnos en el aquí y ahora. Bueno. Ayudemos a la concentración con un rico café en casa. Tarro nuevo, problema aparentemente fácil de resolver. Se desenrosca la tapa y aparece un papel dorado amarradísimo a la boca del frasco. A no desesperar. Un cuchillo lo resuelve. Cortamos cerca del borde y listo. Nos queda una parte del papel polvoriento en una mano y pegamento repartido entre la otra mano y el vidrio del envase Desprolijo, pero no intoxica. Podemos superarlo.
Va la rodaja de pan a la tostadora. Hacemos foco. Una tarea cotidiana habitualmente soslayable merece hoy la dedicación de nuestra conciencia plena. La tostada emerge de golpe y el gato salta como si hubiera visto al diablo. En la desesperación, tira el cuchillo que no acuchilla a nadie. Vamos bien. No pensamos en la tragedia de un corte profundo ni en un enfermero cosiéndonos la herida en una guardia de hospital atiborrada de pacientes alterados. Zafamos.
Que la respiración pausada no nos haga olvidar la medicación. Qué duros vienen algunos blister. Lo apretamos poco, y nada; lo apretamos mucho y la pastillita sale despedida como cohete de Elon Musk. Inspiración profunda y a tirarse al piso para agarrarla. Un poco de ejercicio no viene mal.
Ya en la parada del colectivo, pasan cinco 59 seguidos en los 20 minutos que esperamos y no viene el 64. Tranqui. La próxima será al revés: el que vendrá será el 64 y nosotros estaremos en la cola del 59. Cosas que pasan.
Volviendo a casa llueve a cántaros y estamos sin paraguas; el correo privado mandó un aviso de una entrega fallida porque jura que no había nadie en nuestro domicilio cuando preparábamos el café mientras el gato pegaba un salto al igual que la pastilla. La factura del teléfono fijo llegó con aumento a pesar de los reclamos porque no funcionó durante un mes y al fletero que traía mercadería se le rompió la camioneta dos minutos antes de que venciera la franja horaria de 12 larguísimas horas de espera. Muy lindo todo. En medio de una última y exangüe inspiración procurando domar la fiera que amenaza dominarnos, se muere el celu. Se le agotó la batería. Seguro que fue obra del hechicero cibernético al ver el fracaso de sus recomendaciones. Huyó despavorido. El manosanta de utilería temió por su vida. Se la vio venir.