La vampira de Barcelona: de bruja proxeneta a chivo expiatorio de la clase alta catalana

La vampira de Barcelona: de bruja proxeneta a chivo expiatorio de la clase alta catalana

May 12, 2025 - 07:05
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La vampira de Barcelona: de bruja proxeneta a chivo expiatorio de la clase alta catalana
ITER CRIMINIS por Carmen Corazzini

Se la llamó bruja, proxeneta y asesina. Fue considerada la mayor criminal de principios del siglo XX. En el domicilio de Enriqueta Martí, una mujer de mediana edad, se habrían hallado pócimas, restos humanos y sangre. Por aquel entonces, la ciudad de Barcelona observaba con temor los titulares de la prensa. Las desapariciones de menores se acumulaban y urgía encontrar al culpable. Y aquella mujer se convertiría en el foco de acusaciones y habladurías.

El 10 de febrero de 1912 desapareció la pequeña Teresita Guitart, una niña de cinco años, hija de unos panaderos. Pareció haberse desvanecido en mitad de la nada. Durante dos semanas se la estuvo buscando por cada esquina, hasta que una vecina creyó recordar algo. Según su relato, habría visto a través de una ventana una pequeña cabecita. Avisó rápidamente a la policía y los agentes identificaron aquella casa como el domicilio de Enriqueta. Se trataba de una mujer de 43 años con un pasado convulso.

Enriqueta llegó a Barcelona cuando era adolescente. La pobreza en la que se vio sumida la llevó a trabajar como criada, prostituta, curandera y, presuntamente, también proxeneta de menores. Tras unos años vagabundeando por la ciudad, conoció a un artista de excéntrica vida. Con él tendría un hijo que, a los pocos meses de nacer, moriría por desnutrición. Aquel trauma la tocó de tal manera, que su conducta comenzaría a retorcerse más todavía.

Callejeaba siempre por los bajos fondos, vestida con estropajos, sucia y a menudo rodeada de niños pequeños que, se dice, hacía pasar por sus hijos. Por las noches, sacaba sus mejores ropajes, se ponía peluca, maquillaje, y se dedicaba a beber y bailar entre los hombres de la clase alta barcelonesa. En la ciudad se rumoreaba que era curandera y que regentaba un local de prostitución de menores.

Una vez que entraron los agentes en su casa, las historias sobre su figura tomarían formas cada vez más macabras. Entre sus pertenencias encontraron huesos, estropajos con sangre, envases con mejunjes inquietantes y una libreta con contactos de las altas esferas. Clientes, posiblemente, y apellidos de familias influyentes de la sociedad catalana de la época. Un salón lujosamente decorado, vestidos infantiles, y una gran cantidad de envases que contendrían grasa, cabellos, esqueletos y hierbas.

Pero, tras esa retahíla de elementos sospechosos, aparecieron dos niñas. Una era, en efecto, la pequeña Teresita, la misma que llevaban días buscando. No presentaba signos de maltrato, pero vestía ropa vieja y llevaba la cabeza rapada. Enriqueta dijo que se la encontró en la calle, y explicó que la otra era su hija, Angelita. Después se descubriría que se trataba de una sobrina de la que se hacía cargo.

Las niñas terminaron confesando que por esa casa habían pasado más menores. Según las versiones de entonces, Enriqueta, en un momento de debilidad o presión, indicaría a los agentes otros domicilios cercanos donde investigar. Se llevaron a cabo registros en otras estancias y allí la policía hallaría más restos humanos ocultos en falsos techos y paredes. En un jardín, aparecerían los restos de niños de 3, 6 y 8 años. Y así, no hicieron falta muchas más pruebas para vincularla con una red de pederastia.

Esa imagen comenzó a recorrer los periódicos del país y, sentenciada ya por prensa y sociedad, Enriqueta pasó a ser la malvada bruja roba niños. El apodo de “vampira del Raval” le vendría poco después, cuando corrió el rumor de que se mordió sus propias venas para intentar el suicidio. De ahí, se diría que bebía de su propia sangre. Se la encarceló en la hoy desaparecida prisión Reina Amalia de Barcelona. Falleció por una enfermedad tal día como hoy, el 12 de mayo de 1913, un año y tres meses después del arresto, sin todavía haberse concluido su juicio. Y también por eso, quizá, creciera aún más la leyenda.

En recientes investigaciones, el escritor Jordi Corominas publicó, en 2014, el libro Barcelona 1912. Entre sus páginas cuestiona la versión oficial y el tratamiento sensacionalista del caso. Salió así a la luz la teoría de que la figura de Enriqueta podría haber sido usada, en realidad, como cabeza de turco para encubrir delitos de abuso sexual a menores cometidos, presuntamente, por miembros de las clases altas barcelonesas.

Aquellos nombres que figuraban en su famosa libreta, donde despuntaban políticos, médicos, banqueros o empresarios, podrían haber sido clientes, tanto de servicios sexuales de menores, como de remedios caseros preparados por Enriqueta como curandera. En aquellos años todavía coleaban las secuelas de la Semana Trágica de 1909, que había generado desconfianza hacia la élite y las instituciones. Ante el temor de más revueltas, esta teoría debate la posibilidad de que se desviase intencionadamente la atención hacia Enriqueta para cargarle la culpa de todo, y evitar un escándalo mayor.

Tras su muerte, no se llevaron a cabo más investigaciones oficiales, y Enriqueta quedó como la única bruja proxeneta que escondía niños en su desván. Persisten hoy las dudas acerca de la verdadera procedencia de aquellas extrañas mezclas envasadas. No se tiene certeza de que fueran preparadas realmente a base de restos humanos, como tampoco pudo probarse que existiera un negocio que la involucraba menores. No hubo más detenciones. Nadie de aquella libreta fue llevado al estrado. Enriqueta cargó con toda la culpa de la que, quizá, fuera una gran red de pederastia jamás descubierta.

Enriqueta secuestró a Teresita. Es de las pocas certezas del caso. Según algunas hipótesis, pudo haberla motivado el negocio. Según otras, quizá solo fuera una mujer sola y trastornada que buscaba en ungüentos y brebajes algo de consuelo, y que cayó en el foco mediático de un caso del que ni siquiera habría estado involucrada. Un secuestro con intenciones personales, convertido en chivo expiatorio de algo ajeno y mayor. La realidad, muy a menudo, acostumbra a tener distintos puntos de vista. Por eso son las dudas, y no las certezas, las que suelen acercarnos mejor a la verdad.