La narrativa del odio: una estrategia ante las contradicciones

La narrativa de la bronca que llevó a Javier Milei a la Casa Rosada comenzó a transformarse en la narrativa del odio. El paso de la bronca al odio no implica sólo subirle el volumen a una canción que ya veníamos escuchando, sino una estrategia simplificadora efectiva. Es un antídoto para enfrentar las contradicciones crecientes que se generan en el ejercicio del poder. Un blindaje necesario en un momento en el que muchos adjudican al gobierno la responsabilidad por la caída de la ley de ficha limpia en el Senado. Mantener viva la agenda de disputas no es algo nuevo en la política. El modus operandi del oficialismo es elegir rivales para focalizar su enojo. No importa el oponente, lo que hace falta es mantener viva la llama de la bronca antisistema. Por eso, Milei puede pelearse en el mismo día y con la misma intensidad con Cristina Kirchner o con un tuitero ignoto con pocos seguidores. A ese costado anarco, a ese enojo auténtico que llevó a la sociedad a identificarse con el rostro acalorado de Milei, hay que alimentarlo diariamente. En este vehículo discursivo que consume el combustible de la bronca y la aceleración del odio, no hay lugar para los matices y la diversidad de opiniones. La narrativa del odio, para ser efectiva, requiere de una simplificación extrema.Atrás quedaron los días en que Milei decía que no venía a guiar corderos sino a liberar leones. El Presidente se ha distanciado de todos los que osaron cuestionarlo. Primero, fueron Domingo Cavallo, Carlos Maslatón, Ramiro Marra y Ricardo López Murphy, personajes con los que interactuaba de buena manera años atrás y que no están en sus antípodas ideológicas. Después, vino Mauricio Macri, que pasó de ser “el Presi” a ser el líder de los “ñoños republicanos”. El mensaje es claro: no importa dónde estén ni cuán próximos sean, los que se animen a cuestionar serán devorados por el León y su manada. Así, en la búsqueda de la pureza absoluta, los cuestionamientos más cercanos generan las respuestas más virulentas. Para mantener la pureza narrativa, se les responde en conjunto y reactivamente con una agenda propia y virulenta. Se trata de gritar más alto y ser amplificado en redes y en streaming, tensando al máximo el discurso para mostrar la pasión por la causa. Que el ruido tape el susurro de la contradicción.Ese fervor, esa ira verbal, es parte de un corrimiento brutal del límite del lenguaje: los mandriles son sometidos por leones. Se trata de invisibilizar las contradicciones apelando a la animalidad de las emociones más primarias. El oficialismo conversa con el cerebro reptiliano de la sociedad, apela a lo más primitivo: el odio. Y funciona. Porque en el lenguaje de las redes genera interacción y domina la conversación pública todo el tiempo.La constante fuerza de choque discursiva se ejecuta también frente a periodistas y medios ideológicamente cercanos, que, en muchos casos, hasta defienden parte del curso que emprende el barco de este gobierno. Estos son considerados los enemigos más peligrosos porque no sólo desafían la pureza de la narrativa, sino que además se atreven a encontrar matices, complejizar los problemas, cuestionar métodos y sugerir alternativas. Sus voces incomodan. El teórico literario Christian Salmon decía que el storytelling político no buscaba explicar el mundo, sino movilizar emociones. Cuanto más simple y emocional es la historia, más eficaz resulta para dividir y polarizar. El éxito de la narrativa del odio está en la simplificación de los argumentos: a dónde vamos, no precisamos matices. Antagonismo puro. Las cosas son blancas o negras. A los tibios los vomita, ya no Dios, sino las fuerzas del cielo.Esta simplificación es, justamente, la llama que alimenta el odio. Para la politóloga Jenna Bednar, la simplificación homogeneiza a las personas, suprime la diversidad de opiniones y, así, la democracia pierde la información crucial que necesita para adaptarse e innovar: deja de tener capacidad de respuesta. De ese modo, crecen la frustración y el caos que retroalimentan la narrativa del odio. Hay que fidelizar en el odio y para eso hay que simplificar.La narrativa del odio es una fachada que busca tapar las contradicciones del gobierno. Es necesario que no se noten o, al menos, que como decía Steve Bannon, asesor de Donald Trump, queden disimuladas en medio de una zona inundada.

May 9, 2025 - 17:32
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La narrativa del odio: una estrategia ante las contradicciones

La narrativa de la bronca que llevó a Javier Milei a la Casa Rosada comenzó a transformarse en la narrativa del odio. El paso de la bronca al odio no implica sólo subirle el volumen a una canción que ya veníamos escuchando, sino una estrategia simplificadora efectiva. Es un antídoto para enfrentar las contradicciones crecientes que se generan en el ejercicio del poder. Un blindaje necesario en un momento en el que muchos adjudican al gobierno la responsabilidad por la caída de la ley de ficha limpia en el Senado.

Mantener viva la agenda de disputas no es algo nuevo en la política. El modus operandi del oficialismo es elegir rivales para focalizar su enojo. No importa el oponente, lo que hace falta es mantener viva la llama de la bronca antisistema. Por eso, Milei puede pelearse en el mismo día y con la misma intensidad con Cristina Kirchner o con un tuitero ignoto con pocos seguidores. A ese costado anarco, a ese enojo auténtico que llevó a la sociedad a identificarse con el rostro acalorado de Milei, hay que alimentarlo diariamente.

En este vehículo discursivo que consume el combustible de la bronca y la aceleración del odio, no hay lugar para los matices y la diversidad de opiniones. La narrativa del odio, para ser efectiva, requiere de una simplificación extrema.

Atrás quedaron los días en que Milei decía que no venía a guiar corderos sino a liberar leones. El Presidente se ha distanciado de todos los que osaron cuestionarlo. Primero, fueron Domingo Cavallo, Carlos Maslatón, Ramiro Marra y Ricardo López Murphy, personajes con los que interactuaba de buena manera años atrás y que no están en sus antípodas ideológicas. Después, vino Mauricio Macri, que pasó de ser “el Presi” a ser el líder de los “ñoños republicanos”. El mensaje es claro: no importa dónde estén ni cuán próximos sean, los que se animen a cuestionar serán devorados por el León y su manada.

Así, en la búsqueda de la pureza absoluta, los cuestionamientos más cercanos generan las respuestas más virulentas. Para mantener la pureza narrativa, se les responde en conjunto y reactivamente con una agenda propia y virulenta. Se trata de gritar más alto y ser amplificado en redes y en streaming, tensando al máximo el discurso para mostrar la pasión por la causa. Que el ruido tape el susurro de la contradicción.

Ese fervor, esa ira verbal, es parte de un corrimiento brutal del límite del lenguaje: los mandriles son sometidos por leones. Se trata de invisibilizar las contradicciones apelando a la animalidad de las emociones más primarias.

El oficialismo conversa con el cerebro reptiliano de la sociedad, apela a lo más primitivo: el odio. Y funciona. Porque en el lenguaje de las redes genera interacción y domina la conversación pública todo el tiempo.

La constante fuerza de choque discursiva se ejecuta también frente a periodistas y medios ideológicamente cercanos, que, en muchos casos, hasta defienden parte del curso que emprende el barco de este gobierno. Estos son considerados los enemigos más peligrosos porque no sólo desafían la pureza de la narrativa, sino que además se atreven a encontrar matices, complejizar los problemas, cuestionar métodos y sugerir alternativas. Sus voces incomodan.

El teórico literario Christian Salmon decía que el storytelling político no buscaba explicar el mundo, sino movilizar emociones. Cuanto más simple y emocional es la historia, más eficaz resulta para dividir y polarizar. El éxito de la narrativa del odio está en la simplificación de los argumentos: a dónde vamos, no precisamos matices. Antagonismo puro. Las cosas son blancas o negras. A los tibios los vomita, ya no Dios, sino las fuerzas del cielo.

Esta simplificación es, justamente, la llama que alimenta el odio. Para la politóloga Jenna Bednar, la simplificación homogeneiza a las personas, suprime la diversidad de opiniones y, así, la democracia pierde la información crucial que necesita para adaptarse e innovar: deja de tener capacidad de respuesta. De ese modo, crecen la frustración y el caos que retroalimentan la narrativa del odio. Hay que fidelizar en el odio y para eso hay que simplificar.

La narrativa del odio es una fachada que busca tapar las contradicciones del gobierno. Es necesario que no se noten o, al menos, que como decía Steve Bannon, asesor de Donald Trump, queden disimuladas en medio de una zona inundada.