La muerte del Papa y la verdad
La muerte del papa Francisco, con el más espectacular revuelo en mucho tiempo sobre la sucesión, nos obliga a plantearnos por qué se allana tanto el camino a los fascismos mientras se obstaculiza la democracia. Es una cuestión clave. Y sirve para entender el Papado, pero también la política y la sociedad A lo largo de la vida, los fallecimientos de los pontífices de la Iglesia Católica suponen siempre un impacto mundial que va cambiando el formato con los años. Muertes, duelos, fumatas negras hasta llegar a la blanca del acuerdo. Desde el secreto casi oscurantista, cuando el humo era realmente solo negro o blanco en las pantallas, al desborde actual con horas y horas de programación en infinitas cadenas audiovisuales y miles de páginas de papel y web. Abrumadora saturación de opiniones que siempre distorsiona la realidad. De ser un vendaval de reformas en la iglesia católica –como leemos y oímos– a no haber movido apenas nada hay un anchísimo y largo trecho. Y llega un momento en el que la distracción sobre lo esencial es máxima, disuasoria. Lo básico es saber qué hizo en su papado y atender a qué sucederá después, la gran incógnita e incertidumbre de estos momentos. Las opiniones sobre el papa Francisco definen sobre todo a los propios sectores que se manifiestan. No hay más que ver el reiterado desprecio de la derecha política y mediática española –brutal en sus insultos– que intenta ahora, en algunos casos, subirse al carro de la tristeza generada en la sociedad por la muerte del pontífice a extremos de nuevo desorbitados. Sirva de ejemplo, no por casualidad, Ayuso. Decreta tres días de luto en Madrid, como si fuera la presidenta de un Estado, después de haber criticado duramente a Francisco dada, por supuesto, su distancia ideológica. Jorge Bergoglio no era de extrema derecha. En absoluto. El conjunto permite concluir que Francisco fue un Papa progresista, dentro de los cauces que permite la institución que presidió. Excelente talante humano, natural, próximo, espontáneo y a la vez con un gran tesón hasta sus últimos días. Intentó reformas, consiguió algunas, no todas. Y, por eso, le odió la derecha involucionista ahora mismo en alza y en altos podios. Mientras muchos ateos o no practicantes del catolicismo le apreciaron de verdad, dentro también de ciertas reservas. Hubo parcelas que no quiso abordar a fondo: ni la mujer, ni la diversidad sexual, de forma destacada. A nadie se le escapa la decisiva importancia de la elección que se avecina. De ser Pontífice de la iglesia católica con sus millones de fieles, su patrimonio y cuanto mueve a todos los niveles. Es la multinacional más antigua del mundo, con veinte siglos de experiencia. La importancia geopolítica del cargo es tal que a los fascistas ya en el poder les interesa sobre manera tener a uno de los suyos en el Vaticano. No lo elegirá el Espíritu Santo, por supuesto. Trump auspicia a un candidato ultra a su medida y no es el único. El relevo ocurre en un momento crítico para la democracia en el mundo y es hora de preguntarse por qué le cuesta tanto a ésta lograr los objetivos que el fascismo consigue con facilidad. La muerte del papa Francisco, con el más espectacular revuelo en mucho tiempo sobre la sucesión, nos obliga a plantearnos por qué –insisto– se allana tanto el camino a los fascismos mientras se obstaculiza la democracia. Es una cuestión clave cuya respuesta resulta vital para evitar caer en las trampas que existen. Y sirve para abordar el Papado, pero también para la política y la sociedad. Creo que es una cuestión de coherencia. Y que interfiere con total licitud. Los cambios en la rígida moral de la iglesia fueron pocos, menos de los esperados quizás, pero levantaron ampollas en la involución organizada. Francisco habló siempre de “justicia social” –un tema que enciente a los fascistas, como Milei o Ayuso–, apostó fuerte contra el maltrato a la inmigración y las posturas negacionistas del cambio climático y. sin duda, por la búsqueda de la paz. Cuando se dice: Murió el Papa que llamaba todos los días a la Iglesia de la Sagrada Familia en Gaza mientras la Franja era atacada, muchos se preguntan, con razón, ¿y por qué no condenó el genocidio sionista? Con las palabras textuales, se entiende. Sí urgió a “terminar la ofensiva israelí en Gaza e investigar si era genocidio”. Observo hace tiempo que la pugna entre todo y nada termina por inclinarse hacia la nada. Pero el mal menor por el que tanto se ha apostado ha sido origen de grandes males. A los fascistas les basta para implantarse adocenar a una serie de sujetos proclives, quizás a descontentos a los que con seguridad no solucionará sus problemas. Para atraerlos, con pagar o inducir manipulaciones en los medios suele funcionar. A veces lo pienso del propio gobierno español, de algunas decisiones como sapos intragables. Pero este país no da para más progresismo del que tuvo en el primer gobierno de coalición. Al

La muerte del papa Francisco, con el más espectacular revuelo en mucho tiempo sobre la sucesión, nos obliga a plantearnos por qué se allana tanto el camino a los fascismos mientras se obstaculiza la democracia. Es una cuestión clave. Y sirve para entender el Papado, pero también la política y la sociedad
A lo largo de la vida, los fallecimientos de los pontífices de la Iglesia Católica suponen siempre un impacto mundial que va cambiando el formato con los años. Muertes, duelos, fumatas negras hasta llegar a la blanca del acuerdo. Desde el secreto casi oscurantista, cuando el humo era realmente solo negro o blanco en las pantallas, al desborde actual con horas y horas de programación en infinitas cadenas audiovisuales y miles de páginas de papel y web. Abrumadora saturación de opiniones que siempre distorsiona la realidad. De ser un vendaval de reformas en la iglesia católica –como leemos y oímos– a no haber movido apenas nada hay un anchísimo y largo trecho. Y llega un momento en el que la distracción sobre lo esencial es máxima, disuasoria.
Lo básico es saber qué hizo en su papado y atender a qué sucederá después, la gran incógnita e incertidumbre de estos momentos. Las opiniones sobre el papa Francisco definen sobre todo a los propios sectores que se manifiestan. No hay más que ver el reiterado desprecio de la derecha política y mediática española –brutal en sus insultos– que intenta ahora, en algunos casos, subirse al carro de la tristeza generada en la sociedad por la muerte del pontífice a extremos de nuevo desorbitados. Sirva de ejemplo, no por casualidad, Ayuso. Decreta tres días de luto en Madrid, como si fuera la presidenta de un Estado, después de haber criticado duramente a Francisco dada, por supuesto, su distancia ideológica. Jorge Bergoglio no era de extrema derecha. En absoluto. El conjunto permite concluir que Francisco fue un Papa progresista, dentro de los cauces que permite la institución que presidió. Excelente talante humano, natural, próximo, espontáneo y a la vez con un gran tesón hasta sus últimos días. Intentó reformas, consiguió algunas, no todas. Y, por eso, le odió la derecha involucionista ahora mismo en alza y en altos podios. Mientras muchos ateos o no practicantes del catolicismo le apreciaron de verdad, dentro también de ciertas reservas. Hubo parcelas que no quiso abordar a fondo: ni la mujer, ni la diversidad sexual, de forma destacada.
A nadie se le escapa la decisiva importancia de la elección que se avecina. De ser Pontífice de la iglesia católica con sus millones de fieles, su patrimonio y cuanto mueve a todos los niveles. Es la multinacional más antigua del mundo, con veinte siglos de experiencia. La importancia geopolítica del cargo es tal que a los fascistas ya en el poder les interesa sobre manera tener a uno de los suyos en el Vaticano. No lo elegirá el Espíritu Santo, por supuesto. Trump auspicia a un candidato ultra a su medida y no es el único. El relevo ocurre en un momento crítico para la democracia en el mundo y es hora de preguntarse por qué le cuesta tanto a ésta lograr los objetivos que el fascismo consigue con facilidad.
La muerte del papa Francisco, con el más espectacular revuelo en mucho tiempo sobre la sucesión, nos obliga a plantearnos por qué –insisto– se allana tanto el camino a los fascismos mientras se obstaculiza la democracia. Es una cuestión clave cuya respuesta resulta vital para evitar caer en las trampas que existen. Y sirve para abordar el Papado, pero también para la política y la sociedad.
Creo que es una cuestión de coherencia. Y que interfiere con total licitud. Los cambios en la rígida moral de la iglesia fueron pocos, menos de los esperados quizás, pero levantaron ampollas en la involución organizada. Francisco habló siempre de “justicia social” –un tema que enciente a los fascistas, como Milei o Ayuso–, apostó fuerte contra el maltrato a la inmigración y las posturas negacionistas del cambio climático y. sin duda, por la búsqueda de la paz. Cuando se dice: Murió el Papa que llamaba todos los días a la Iglesia de la Sagrada Familia en Gaza mientras la Franja era atacada, muchos se preguntan, con razón, ¿y por qué no condenó el genocidio sionista? Con las palabras textuales, se entiende. Sí urgió a “terminar la ofensiva israelí en Gaza e investigar si era genocidio”.
Observo hace tiempo que la pugna entre todo y nada termina por inclinarse hacia la nada. Pero el mal menor por el que tanto se ha apostado ha sido origen de grandes males. A los fascistas les basta para implantarse adocenar a una serie de sujetos proclives, quizás a descontentos a los que con seguridad no solucionará sus problemas. Para atraerlos, con pagar o inducir manipulaciones en los medios suele funcionar. A veces lo pienso del propio gobierno español, de algunas decisiones como sapos intragables. Pero este país no da para más progresismo del que tuvo en el primer gobierno de coalición. Al menos, sin registrar un buen reguero de víctimas, como ya vimos.
El papa Bergoglio hizo mucho más que sus antecesores por la apertura de la iglesia cerrada. Soplan ahora aires que quieren regresar a la ortodoxia del catolicismo más integrista, como parte de todos los retrocesos sociales e ideológicos. En línea con los Trump, Milei y hasta nuestros hipócritas fascistas españoles y los franceses e italianos,y polacos y húngaros. Son muchos y fuertes. No les sería difícil lograrlo con sus métodos. La elección del nuevo Papa es crucial.
Puede que la ecuación falle por el desinterés de la propia sociedad. No exige con contundencia, traga demasiado precisamente. Y la democracia necesita el concurso de muchos para mantenerse. Es ilógico apostar por recortes, desigualdad, autoritarismo, mentiras, por cuanto acarrean los fascismos. Por cerrojos religiosos de púlpito que no rozan ni sienten a las personas como si hizo Francisco. ¿No se dan cuenta? Nunca fue cosa de héroes solitarios sin que le cortaran el cuello o lo intentaran. La gran incógnita es cómo se cambia la realidad inconveniente.
Hoy es como si todo en torno a la fumata volviera a ser solo en negro y blanco, aunque con brillos estruendosos alrededor, pero seguramente solo lo parece.