La heroica ciudad aún duerme la siesta

La novela de Clarín sigue hiriendo sensibilidades. Más de un siglo después de publicación, sus personajes nos hablan de cancelación, misoginia y cinismo con una actualidad que apabulla. La entrada La heroica ciudad aún duerme la siesta se publicó primero en Ethic.

Abr 15, 2025 - 12:27
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La heroica ciudad aún duerme la siesta

La Regenta –lo dice Amelia Valcárcel– es en realidad una novela de terror. La Vetusta sombría y lluviosa que se cierra en torno a Ana Ozores es como una cárcel, madre de unos habitantes a ratos paródicos, a ratos grotescamente humanos, que actúan como guardianes de no sé sabe bien qué. ¿Moral, religión, tradición? La novela, que está cumpliendo 140 años, sigue hiriendo sensibilidades de quienes se ven retratados –y criticados– en la aguda prosa de Clarín.

El tiempo y la pantalla han azucarado la idea que tenemos de esta novela publicada en dos partes por Leopoldo Alas ‘Clarín’. El escritor, nacido en Zamora pero afincado en Oviedo, terminó la que sería su obra maestra a los 33 años. La ficción ya causó polémica en la época por el duro retrato de la sociedad del momento y particularmente de la Iglesia, llegando Clarín a mantener un enconado debate dialéctico con el obispo de Oviedo que, cosas de la vida, terminó en amistad, tal como narra el libro Leopoldo Alas ‘Clarín, ‘La Regenta’ y el obispo (Luna de abajo).

Sin embargo, la inolvidable superproducción de TVE protagonizada en los años 90 por Aitana Sánchez-Gijón contribuyó al habitual edulcoramiento de esta clase de relatos, como ha pasado con sus novelas-hermanas Madame Bovary o Ana Karenina. La reconversión de tres novelas de duro realismo en «cine de tacitas» ha hecho que nos olvidemos del trasfondo de estos tres relatos, que narra la insatisfacción perpetua en la que vivían las mujeres de entonces, apresadas entre su propia humanidad y las normas imposibles de una sociedad misógina e hipócrita.

‘La Regenta’ es la historia de la persecución a una mujer cuyo único pecado es ser diferente

La Regenta es la historia de una persecución, la de Ana Ozores, que podría ser cualquier mujer. Desde la infancia, Anita es distinta por fuerza de su ternura, de su querer hacer bien las cosas. Muy pronto se la mancha con un pecado inexistente: una noche, Ana se pierde, y acaba conociendo a Germán, un niño de su edad. Pasan la noche a la intemperie, entre juegos y estrellas, y cuando los encuentran, las personas que debieran cuidar de Ana crean el falso relato de que la niña ha cometido un pecado innombrable, que se pasará toda la vida expiando. Ana, a partir de entonces, se considera enferma, extraña. Extranjera en Vetusta, a donde va a parar tras casarse con el regente Víctor Quintanar, enseguida se convierte en blanco de la frustración de los demás. Sus ambiciones literarias, su tendencia a la ensoñación y, en fin, su diferencia, la erigen como un personaje demasiado puro para que los vetustenses pueda soportarlo. Hay que hacerla caer. Esta es la historia que Clarín nos cuenta en la novela: la de toda una sociedad orientada a buscar la caída moral y social de una mujer cuyo único pecado es ser diferente y, quizás, mejor.

La cara bonita de esa persecución y quien finalmente la hace caer es don Álvaro Mesía, un seductor que desea poseerla por el puro placer del trofeo. No es su primera conquista, ni será la última. Mesía es el brazo ejecutor de una sociedad que, al tiempo que niega el placer a las mujeres, las empuja irremediablemente hacia él para luego señalarlas. Una contradicción insoportable que solo puede llevar a la muerte, social o física, o al cinismo.

Así, algunos de los demás personajes femeninos de la novela (Visitación, Obdulia, doña Paula) son el resultado endurecido, aprendido, de una persecución similar. Mujeres que, después de su propia caída, han aprendido que el único camino para sobrevivir es jugar al mismo juego que los demás. Cuando se descubre el adulterio de Ana y Quintanar muere en el duelo con Álvaro Mesía, el amante, la noticia corre por Vetusta como la pólvora, agua de mayo para quienes veían en la pureza moral de Ana una amenaza a su propio pecado. Lo pone Clarín en boca de Obdulia Fandiño, viuda alegre y lasciva: «“¿Ven ustedes? –decían las miradas triunfantes de la Fandiño– Todas somos iguales”. Y sus labios decían: “¡Pobre Ana! ¡Perdida sin remedio!”».

Fermín de Pas, el «amigo del alma» de Anita, es la bisagra que une los dos mundos. Al principio, el Magistral atesora esa diferencia de Ana, pues ve en ella, por primera vez, un camino alternativo al abismo moral en el que vive. Pero al final Vetusta pesa más, y Fermín, que tanto quería a Ana, acaba siendo la última y definitiva cabeza de la hidra que es Vetusta, el empujón final, una vez que ella cae en los brazos de Mesía.

Solo un personaje se salva de la podredumbre: Frígilis, amigo íntimo de Quintanar y lo único que le queda a Ana cuando los demás le dan la espalda. Él, como Ana, es distinto, y no es casualidad que Clarín nos lo presente como un hombre alejado de la sociedad, más preocupado por las plantas que por las personas.

En cualquier caso, La Regenta, más allá de los bucólicos paseos por el Espolón o la contemplación de la torre de la catedral, sigue hiriendo sensibilidades. El retrato de una sociedad moralmente degradada, dominada por la religión y por el desprecio a quien no se amolda al falso puritanismo, nos muestra un espejo en el que mirarnos sin deformaciones. Ana Karenina se tiraba a las vías del tren, Emma Bovary se envenenaba, pero Ana Ozores sigue viviendo. Esta es, de todas, la resolución más cruel: Ana se enfrenta a la muerte social, un enterramiento en vida que, hoy por hoy, se parece mucho a eso que llamamos cancelación. ¿Cómo sería la muerte social de la Regenta en 2025?

Teniendo en cuenta que «social» se ha convertido en sinónimo de internet, una podría imaginarse a las beatas llenando de insultos los comentarios de Ana en Instagram, o de emojis de serpiente, como en la mítica campaña de Kim Kardashian contra Taylor Swift en 2016. El pecado de Ana no es el adulterio en sí, sino el ser descubierta: algo similar ha pasado recientemente con el caso de Karla Sofía Gascón, condenada no por sus actos, sino por unas palabras desafortunadas que una periodista descubrió en Internet. El círculo de las beatas envía y reenvía capturas de stories o de tuis de hace años y condena públicamente la vergüenza de Ana por unos actos que todas ellas han cometido. La Regenta, sometida a la presión del qué dirán, acabaría igualmente entrando en una espiral de autodestrucción que la lleva al aislamiento y a la damnatio memoriae autoimpuesta. No es difícil reimaginar su historia.

A pesar de que el escritor ayudó a situar Oviedo en el mapa al hacerla protagonista de su ficción, hasta 2024 la capital de Asturias se resistió a otorgarle a Clarín el título de hijo adoptivo de la ciudad. Por algo será.

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