La falacia de la batalla contra la izquierda

Se quiere ir contra el Estado, garante de los derechos individuales, pero también de la salud o la educación

Feb 22, 2025 - 06:08
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La falacia de la batalla contra la izquierda

En los últimos treinta años, la socialdemocracia europea hegemonizó el pensamiento político, social y económico en Occidente. La impronta de Blair, Mitterand y Felipe González, más el “estilo” de los países nórdicos, cautivó a los demócratas norteamericanos –Clinton, Obama y Biden– y penetró en el pensamiento conservador de los social cristianos alemanes –Khol y Merkel– para consolidar un “Estado de bienestar”, combinado con las banderas medioambientales, de género y el rechazo al uso de la energía atómica (con la excepción de Francia).

Hubo un entusiasmo con el “multiculturalismo” (que fomentó la inmigración) y la reducción de la jornada laboral. De pronto, un fuerte sentido “liberal utópico” prometía un futuro de mucho placer y poco trabajo.

Pero las cosas no salieron como las imaginaron. La inmigración se transformó en una “pesadilla”, la población envejece y no alcanzan las pensiones, los dirigentes “progresistas” no pueden cumplir con sus promesas de campaña y la gente se llena de resentimiento y frustración. Y entonces gira a la derecha extrema, con sus “cantos de sirena” de echar a los inmigrantes, cerrar las fronteras a los productos importados e ignorar la ONU, la UE y las agencias medioambientales, de salud o de comercio, que aparecen como los “malos” de la película.

A todos ellos se los acusa, desde la ultraderecha, de ser woke y se propone un individualismo extremo que divide entre “ganadores” y “perdedores” (winners and loosers), en una batalla que usa el “mérito” (valor indispensable pero relativo) como única vara de medición social. Por eso se quiere destruir al Estado, que es el único garante de los derechos individuales, pero también de la salud y la educación pública, la seguridad, la defensa y la justicia.

Hace cien años, el mundo vivió un brote de totalitarismo (comunismo y nazismo) que costó decenas de millones de muertos en una orgía de violencia. Nunca más. Esa debe ser la respuesta de la civilización. Derrotar a los extremos, sean de derecha o izquierda. El triunfo de la razón, la sensatez y el equilibrio. Transitar el diálogo y el consenso. Evitar las verdades absolutas, los prejuicios y los agravios.

Occidente se nutre de la izquierda progresista, la derecha conservadora, el liberalismo y la tradición judeocristiana. Todas estas vertientes son necesarias para alcanzar el justo equilibrio. La hegemonía de cualquiera de ellas termina en autocracia. La verdadera batalla cultural es la lucha por la convivencia y el respeto de los “distintos”, sin importar si son mayorías o minorías.

Hegemonías

No es la primera ni será la última vez que nos encontramos frente a este tipo de disyuntivas. En los últimos 500 años se fueron sucediendo “imperios hegemónicos” en Occidente.

En el siglo XVI, fue España, el “imperio en que nunca se ponía el Sol”, primer “imperio global” con presencia en los cinco continentes, monedas universales de plata –acuñadas en Potosí y México– y la mayor flota del mundo. Luego vinieron los Países Bajos, en el siglo XVII, con su Compañía de las Indias Orientales, su ejército privado y el desarrollo de un negocio sin el cual no hubieran podido realizarse las aventuras militares y comerciales que poblarían la imaginación y los mayores emprendimientos de las potencias coloniales: el seguro. Con barcos que eran cáscaras de nueces, mares bravíos, enemigos ávidos de capturar las riquezas ajenas, más corsarios y piratas que asaltaban las naves.

En el siglo XVIII apareció Francia y Luis XIV –el Rey Sol–, que iluminó ese siglo con sus ejércitos, la arquitectura, la literatura, la moda y, sobre todo, con los pensadores que, a contrario sensu de su absolutismo, crearon –como Voltaire y Montesquieu– las ideas de la libertad que llevarían a la independencia norteamericana (que solo pudo ocurrir gracias al decidido apoyo de la armada y los ejércitos franceses). El ocaso francés ocurre entre el rodar de la cabeza de Luis XVI en 1793 y la derrota de Napoleón en 1815.

El Siglo XIX fue de los Ingleses. Controlaron los mares y se expandieron por Canadá, Sudáfrica, Medio Oriente, África, Hong Kong, India, Asia central, Australia, Nueva Zelanda y América del Sur.

El Siglo XX fue norteamericano. Ganaron tres guerras mundiales (la Primera, la Segunda y la Guerra Fría). Se proyectaban eternos, pero apareció China para disputarles el Siglo XXI.

Hoy los dirigentes de esta primera mitad del nuevo siglo no saben para dónde disparar. El “delirio imperial” se agota en solo dos años. Después solo quedará un “pato rengo”, dado que el actual presidente estadounidense no puede aspirar a una nueva elección. El eje se desplazará a su sucesor. Las anécdotas folclóricas locales que tratan de imitarlo entraran en el mismo “cono de sombra” (incluyendo la nuestra) y el mundo volverá a la racionalidad perdida. Es cuestión de tiempo.

Exembajador en Estados Unidos, la UE, Brasil y China