La doctrina geoeconómica de Trump

Forbes México. La doctrina geoeconómica de Trump La estrategia de Trump no es una simple política económica: es una doctrina geoeconómica integral que busca revertir el declive de Estados Unidos mediante una combinación de coerción arancelaria, depreciación competitiva y reordenamiento de alianzas. La doctrina geoeconómica de Trump Arlene Ramírez Uresti

Mar 17, 2025 - 14:18
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La doctrina geoeconómica de Trump

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La doctrina geoeconómica de Trump

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La estrategia económica delineada por el presidente Donald Trump para su segundo mandato presidencial no puede entenderse bajo la óptica convencional del análisis económico o político. Para comprender las disrupciones en el escenario global en este 2025, es importante saber que la visión del actual gobierno de los EU parte de un diagnóstico radical: la sobrevaloración estructural del dólar y la desindustrialización progresiva del país son el reflejo de un sistema financiero internacional desequilibrado, cuyo rediseño se impone como objetivo estratégico.

Esta narrativa encuentra su raíz conceptual en lo que algunos economistas ya comienzan a denominar la “Doctrina Mar-a-Lago”, en analogía con los Plaza Accords de 1985, cuando Estados Unidos coordinó con aliados económicos  la depreciación del dólar para recuperar competitividad industrial. Hoy, bajo el prisma trumpista, la reindustrialización no sería consecuencia del libre mercado, sino producto de una intervención deliberada y disruptiva del Estado en los engranajes del comercio global.

Uno de los ejes de esta estrategia es el uso intensivo de aranceles. Contrario a la visión tradicional que los considera inflacionarios, el equipo económico de Trump sostiene que los aranceles pueden generar ingresos fiscales significativos, con efectos colaterales minimizados si son acompañados por una devaluación controlada del dólar. Así, la carga real recaería sobre las naciones exportadoras (como México y Canadá), cuyos ingresos disminuyen por efecto del tipo de cambio, mientras se fortalece la capacidad de producción interna.

Más aún, la apreciación histórica del dólar —explicada por su rol como principal activo de reserva global— es vista como un obstáculo estructural para la competitividad industrial estadounidense. En este contexto, la actual estrategia de Trump propone una realineación financiera internacional, que incentive a los socios comerciales a sustituir sus reservas en dólares y bonos a corto plazo por instrumentos de más largo plazo, facilitando así una devaluación sin renunciar al dominio del dólar como moneda de referencia.

Este enfoque no es meramente económico. Está profundamente entrelazado con la política exterior y la seguridad nacional. En este sentido el planteamiento de Trump busca establecer un nuevo sistema de cajas geoeconómicas: países verdes (aliados) obtendrían beneficios arancelarios y protección militar a cambio de adhesión a acuerdos monetarios; los países amarillos y rojos enfrentarían tarifas punitivas, sanciones y aislamiento financiero. Esta visión, que mezcla proteccionismo, disuasión y diplomacia coercitiva y, por supuesto, redefine las reglas del orden internacional.

No obstante, esta estrategia conlleva importantes riesgos. Las medidas arancelarias podrían desatar represalias comerciales, volatilidad en los mercados financieros y presiones inflacionarias si no se ejecutan con precisión. A pesar de ello, los asesores de Trump consideran estas disrupciones como costos asumibles en aras de una transformación estructural del orden económico global. Algunos incluso vislumbran una recesión inducida como palanca para renegociar las condiciones del comercio internacional y forzar rebajas de tasas de interés por parte de la Reserva Federal.

Lo que se perfila no es un retorno al pasado, sino una tentativa de refundación del capitalismo estadounidense sobre nuevas bases: mayor protagonismo del Estado, redefinición del rol del dólar, ruptura con el globalismo liberal y recuperación del músculo industrial. El desenlace de esta ambiciosa apuesta, sin embargo, dependerá tanto de su viabilidad técnica como de la capacidad de sus impulsores para sortear los costos políticos y económicos de un reordenamiento global tan profundo como incierto.

La estrategia económica de Donald Trump no debe leerse únicamente como una respuesta a desequilibrios comerciales o productivos; su verdadero alcance es geopolítico. Al redefinir la política monetaria, fiscal y comercial como herramientas de proyección de poder, su plan busca alterar los fundamentos del sistema internacional construido tras la Segunda Guerra Mundial y consolidado por el consenso de Washington.

Desde esta óptica, la reindustrialización de Estados Unidos se convierte en un pilar de soberanía estratégica. La recuperación del aparato productivo —especialmente en sectores considerados críticos como semiconductores, defensa, farmacéutica y energías emergentes— se presenta no solo como una necesidad económica, sino como una condición indispensable para garantizar la autonomía frente a potencias rivales, principalmente China.

El diseño de un nuevo sistema de “zonas geoeconómicas” que clasifique a los países según su grado de alineamiento comercial, monetario y militar con Washington, constituye un viraje doctrinal hacia una forma de regionalismo estratégico. En este contexto, las alianzas tradicionales —como la Unión Europea o la OTAN— se transforman en instrumentos condicionales, sujetos al cumplimiento de criterios definidos unilateralmente por Estados Unidos. No se trata solo de comercio justo, sino de participación activa en la arquitectura de seguridad liderada por Washington.

Este planteamiento contrasta radicalmente con el modelo chino de internacionalización económica, basado en subsidios estatales, expansión crediticia y acuerdos bilaterales pragmáticos a través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta. Mientras Pekín apuesta por una lógica de interdependencia comercial creciente, Trump propone una reconfiguración basada en esferas de influencia diferenciadas, donde el acceso al mercado estadounidense se convierte en una moneda de cambio para asegurar cooperación política y militar.

Por su parte, la Unión Europea ha optado por una estrategia más normativista, centrada en reglas multilaterales, acuerdos de libre comercio y políticas industriales verdes. Sin embargo, su fragmentación institucional y su dependencia energética e industrial la han debilitado frente a la agresividad estratégica de Estados Unidos y China. En este escenario, las propuestas de Trump podrían agudizar las tensiones transatlánticas, especialmente si se imponen aranceles unilaterales a productos europeos sin un marco de concertación.

El rediseño del rol del dólar también conlleva importantes implicaciones geoestratégicas. Si bien Trump no pretende renunciar a su estatus como moneda de reserva, su equipo económico evalúa mecanismos para reducir la sobreoferta de activos a corto plazo y promover instrumentos financieros de largo plazo, que permitan un debilitamiento controlado del tipo de cambio sin perder la centralidad del sistema financiero estadounidense. Esta maniobra, si tiene éxito, podría alterar los flujos de capital globales y presionar a países con alta dolarización externa a replantear su vinculación con el sistema dólar-centrado.

Asimismo, la imposición de aranceles como herramienta de presión multilateral podría provocar respuestas asimétricas. China podría acelerar la internacionalización del yuan en alianzas con Rusia, Irán o países del Sur Global. Europa podría reforzar su proyecto de autonomía estratégica, promoviendo alternativas al sistema financiero dominado por el Tesoro estadounidense. Incluso países tradicionalmente aliados, como Japón o Corea del Sur, podrían reevaluar sus compromisos frente a un Estados Unidos cada vez más transaccional.

En definitiva, la estrategia de Trump no es una simple política económica: es una doctrina geoeconómica integral que busca revertir el declive de Estados Unidos mediante una combinación de coerción arancelaria, depreciación competitiva y reordenamiento de alianzas. Con un tablero global muy complejo y multipolar reindustrializar a Estados Unidos será una tarea titánica. Redefinir el equilibrio geopolítico global requerirá algo más que aranceles y discursos disruptivos: demandará una diplomacia estratégica capaz de construir consensos en medio de crecientes tensiones sistémicas.

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