María Oruña: “La definición del mal depende del observador”

Los escritores no descansan. Cuando conducen, los ojos están en la carretera, pero la cabeza está alerta, por si surge alguna historia. En cualquier momento salta la liebre: una imagen, una frase en la radio, una cara de un peatón que puede ser la del protagonista de la próxima novela; y al poco, la fiebre, la necesidad de empezar a escribirlo. Eso le pasó a María Oruña, cuando llevaba a su hijo en coche al colegio: a lo lejos, en el mar, la silueta de un barco la hipnotizó. La entrada María Oruña: “La definición del mal depende del observador” aparece primero en Zenda.

Mar 19, 2025 - 07:58
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María Oruña: “La definición del mal depende del observador”

Los escritores no descansan. Cuando conducen, los ojos están en la carretera, pero la cabeza está alerta, por si surge alguna historia. En cualquier momento salta la liebre: una imagen, una frase en la radio, una cara de un peatón que puede ser la del protagonista de la próxima novela; y al poco, la fiebre, la necesidad de empezar a escribirlo. Eso le pasó a María Oruña, cuando llevaba a su hijo en coche al colegio: a lo lejos, en el mar, la silueta de un barco la hipnotizó. Dejó al niño en la puerta de la escuela y aceleró en busca de la estela del Sailing Yacht A, el velero más grande del mundo, valorado en 500 millones de dólares. Todo encajaba en su cabeza: un barco de un multimillonario en busca de tesoros escondidos en las aguas de Vigo. Unos kilómetros, media docena de rotondas, unos pocos semáforos y, por fin, enfrente del ordenador para emprender una nueva aventura, una de las grandes: El albatros negro. La última novela de Oruña es un trepidante relato impregnado por la codicia, una historia que bien podría haberse subtitulado con la inscripción del barco que surca sus páginas: ex aqua omnia (todo viene del agua).

Hablamos con María Oruña de encuentros mágicos en el archivo catedralicio de Tui, sobre un corsario fascinante y acerca de murallas que ya sólo existen en la imaginación.

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—No se me ocurre una mejor llamada a la aventura que comenzar un libro con una cita de Robert Louis Stevenson.

—Está sacada de una carta que escribió Stevenson, una especie de ensayo que era una réplica a otro escritor por una discusión literaria. Me pareció interesante incluirlo porque es el mensaje de la novela: que nos haga disfrutar como unos niños en busca del tesoro.

—Uno de los grandes temas del libro es la caza ilegal de tesoros. ¿Cómo es ese mundo de depredadores del patrimonio?

"El gran problema es que el mantenimiento de esos materiales, que estaban debajo del mar, en la superficie es muy caro"

—Son depredadores, pero también hay que pensar que las instituciones tampoco están mucho por la labor en muchas ocasiones. De hecho, el noventa y pico por ciento de lo que se encuentra es por casualidad. No hay estudios, no hay proyectos. De repente, al excavar para construir un parking, aparece algo y procuran ocultarlo para poder seguir adelante. En el mundo subacuático todavía es más complicado porque la normativa indica que se prefiere que eso quede ahí, que nadie lo toque. Y sobre eso debaten los propios personajes, para que sea el lector el que opine. El gran problema es que el mantenimiento de esos materiales, que estaban debajo del mar, en la superficie es muy caro. Hay ejemplos como el del Museo Vasa, en Suecia, con ese enorme barco, pero es un tema complejo porque intervienen las normativas de muchos países, y se debe saber qué bandera tenía el barco, dónde se hundió, si era una presa legal o no… Cuando hice la carrera y estudié derecho marítimo, estos eran unos hechos que me llamaban mucho la atención: cuando había piratas del siglo XX y XXI en las costas de África y el barco apresado era español con bandera panameña y llevaba italianos en la tripulación.

—También nos encontramos con personas que buscan esos tesoros arqueológicos para reconstruir la historia. 

—Esa es la cara buena del tema, pero también la enfermiza. La Interpol nos advierte del índice terrorífico de expolio del patrimonio a nivel mundial. Y es cierto que hay coleccionistas de élite, pero también hay gente, a la que vamos a calificar de “normales”, que no son multimillonarios pero sí que tienen sus cámaras de las maravillas para disfrutar con sus allegados.

—En la novela hay una buena colección de personajes. Yo me quedo con don Gonzalo de la Serna. Merece su propia novela.

—¿Verdad?

Aunque los Goonies también tienen lo suyo…

—¡Madre mía! (Ríe) Lo de los Goonies es todo un guiño al cine ochentero. Es un capricho que me permití, un juego. Estoy de acuerdo con que Gonzalo de la Serna debería tener su propia novela. A Gonzalo no le pude dar más espacio porque la novela se habría ido a 900 páginas.

—Gonzalo se come cada escena.

"Lo más sorprendente es que este triángulo del siglo XVIII de mi libro —Gonzalo, Rodrigo y Miranda— está inspirado en personas reales"

—Con treinta y seis años terminó siendo capitán de la flota del norte, después de huir del monasterio porque le volvían loco las faldas y porque había hecho alguna pequeña estafa. Al final consiguió que se le perdonaran todas sus bellaquerías y se convirtió en corsario. Lo más sorprendente es que este triángulo del siglo XVIII de mi libro —Gonzalo, Rodrigo y Miranda— está inspirado en personas reales. Miranda está basada en Maria Sibylla Merian, que estuvo en Surinam investigando “bichos”.

—¿Sabía algo de entomología antes de comenzar con la novela?  

—No tenía ni la menor idea ni el menor interés. (Risas) Para contextualizar la historia en el siglo XVIII, busqué muchos libros de toda clase, sobre todo ensayos, y de diferentes temáticas: medicina, política… Entre esas obras había una que mencionaba en un apartado pequeñito a una mujer alemana, que estaba en América estudiando insectos, por sus anotaciones sobre plantas usadas por las esclavas para abortar. Volví a leer el texto y quise saber más sobre ella. Me compré los libros que había escrito y decidí que tenía que crear el personaje de Miranda inspirado en ella. En cierta manera, ella es una metáfora de la metamorfosis que se produce con la ilustración.

Vamos con la Batalla del Rande. Lo más curioso de ese episodio fue que los ingleses no tocaron ni una piedra de la villa. Se retiraron victoriosos sin entrar en Vigo.

—Sí, esto tampoco lo sabía. Como viguesa, lo único que conocía de la Batalla del Rande es que había dos anclas gigantes en el monte del Castro. En el colegio no me explicaron que Vigo había sido puerto corsario. Tampoco me adentré demasiado en lo que es la batalla en sí porque no me interesaba. Al principio descarté Vigo como escenario de la novela porque sabía que lo que podía quedar en Rande había sido esquilmado. Mi sorpresa fue mayúscula cuando, al buscar otras ubicaciones y otras riquezas vinculadas a la flota de Indias, me encontré con que sí hay un tesoro real del que yo jamás había oído hablar. Pregunté a mi familia y a mis conocidos y tampoco lo conocían. Entonces dije: “Vamos a rescatarlo del olvido”.

—Hay varias citas de Julio Verne al comienzo de los capítulos de su obra. El escritor francés situó escenas de Veinte mil leguas de viaje submarino justamente donde tuvo lugar la Batalla del Rande. Y en Vigo hay hasta una sociedad Verniana.

"Existe cierta conexión mágica entre Vigo y Julio Verne"

—No soy de la sociedad Verniana y no tengo ni idea de cómo funciona. Sí que es cierto que existe cierta conexión mágica entre Vigo y Julio Verne. De hecho, en la bahía de la isla de San Simón, en el entrante, donde se unieron los galeones en la batalla, hay una estatua muy chula de Julio Verne, que está sobre el agua, pero cuando baja la marea descubres que hay un buzo, con su escafandra, que tiene un tesoro entre las manos. En Galicia nos gustan las historias; y nos gusta adornarlas. Con esas citas en el libro también quise rescatar a Gaston Leroux, que también escribió sobre Vigo y es un grandísimo escritor. Yo le sigo desde que leí El misterio del cuarto amarillo, y la mayoría de los lectores le conocen por El fantasma de la ópera. Durante la investigación de El albatros negro me sorprendió descubrir que había escrito de Vigo.

—En mi cabeza se ha trazado una extraña línea entre el capitán Nemo, James Grosvenor —magnate inglés protagonista de El albatros negro, inteligente, calculador y coleccionista obsesivo— y Elon Musk. Personas y personajes con una moral muy particular y con pocos límites.

—El último que has mencionado no me lo esperaba. Sí que es verdad lo de los límites. Los villanos siempre tienen argumentos para saltarse las normas. A mí James Grosvenor me parece un personaje muy interesante porque no es un villano al uso. Él no quiere lastimar a nadie, pero tiene una obsesión enfermiza. Puede haber lectores que al final de la novela se posicionen de su lado. Los malvados no lo son todo el tiempo. El peor criminal puede ayudar a una anciana a cruzar la calle. La definición del mal depende del observador.

—En su libro descubrimos muchos datos curiosos, como lo de Isaac Newton. Me ha encantado, por cierto, la historia de la Biblia Malévola.  

—Cuando te pones a investigar salen muchas historias. Al igual que encontré a Maria Sibylla Merian en un libro de medicina, en la web de la Interpol encontré muchos datos curiosos. En la novela no he podido ahondar en todos esos detalles porque si no parecía un ensayo.

—A través del relato vamos descubriendo la transformación de Vigo en los dos últimos siglos. Después de las investigaciones y de haber escrito el libro, ¿ve su ciudad con otros ojos?

"Yo no tenía el concepto del Vigo amurallado. Hay que hacer un gran ejercicio de imaginación para reconstruirlo"

—Sí. Es verdad. Yo no tenía el concepto del Vigo amurallado. Hay que hacer un gran ejercicio de imaginación para reconstruirlo, pero durante el proceso de investigación, con muchísimo esfuerzo, conseguí identificar edificios de 1700 que todavía están en pie. Ahí fue donde situé la Casa de Miranda, el Palacio de la Oliva, la Plaza de la Constitución… El viaje es otro. Saber lo que pasó en el sitio que visitas es lo que da cuerpo a las historias.

—En la novela hay unos cuantos guiños, como ese “tróspido” que dice uno de los forenses. Un pequeño homenaje. 

—Con Miguel (López) —El Hematocrítico— y Ledicia (Costas) nos juntábamos mucho, y sigo haciéndolo con ella para contarnos los procesos creativos. Fíjate hasta dónde llega la magia. Cuando fui a buscar información al archivo catedralicio de Tui, al salir del altar con mi marido, escucho una voz que dice: “Este es el típico donde vendría a documentarse Oruña”. Me giro, y allí estaban Miguel y Ledicia. Nos dio un ataque de risa a los cuatro. Con los amigos suceden esas cosas cuando te tienen tan calada. Qué menos que un guiño a su memoria.

—Uno de los personajes se llama Ledicia.

—Claro. Ella también tiene su guiño. Ya le dije que era una sirvienta, pero que no era cualquier papel. Incluso lo de la música que escucha la subinspectora de científica es verdad: el policía que me asesoró es un fanático de Guns N’ Roses. Hay más cosas…

—Terminamos. Entiendo que escribir estas seiscientas páginas la habrán dejado exhausta, y ahora toda esta promoción la habrá rematado, pero ¿cuál es su próximo proyecto de escritura?

—Los escritores somos como actores que presentan una película que han rodado hace un año. El borrador de El albatros negro lo entregué a principios del verano anterior. Desde entonces, al margen de las sucesivas correcciones, no he estado mirando al cielo; soy una escritora profesional y me he puesto a trabajar en un proyecto nuevo. Durante la promoción no me pongo a escribir, pero estoy con la investigación de la nueva historia.

—¿Alguna pista sobre esa nueva historia?

—Por supuestísimo que no. (Risas)

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