La ciudad de Francisco

El lunes despertamos con una de esas noticias que nos gustaría no recibir. “Que la vea venir”, había dicho Francisco sobre su propia muerte. Y esa noticia que llegó desde Roma, la ciudad que lo vio morir, entristeció profundamente a esta, nuestra ciudad, que lo vio nacer. Más allá de la fe que profesemos, el legado de Francisco trasciende lo religioso. Fue un hombre común entre nosotros, un porteño más, que se movía en colectivo o en subte, siempre a mano, siempre con la mirada atenta de un pastor que conoce a sus ovejas. Le tocó un redil muy urbano, con el dinamismo de una metrópoli donde siempre repitió que nadie es descartable, que había que ir a las periferias existenciales y hacer lío para cambiar las cosas. Y acá surge el primer aprendizaje que me gustaría compartir. Ese hacer lío no era gritar ni romper todo. Al contrario, siempre usó y promovió el método del diálogo y la cultura del encuentro. Eso comienza con la escucha, con ponerse en el lugar del otro, con empatizar con todos, pero especialmente con el que piensa distinto, sin buscar convencerlo. Por eso fue un gran impulsor en la ciudad del diálogo interreligioso entre católicos, judíos y musulmanes.Nos enseñó que la diferencia nos une cuando somos capaces de mirar con una mirada inclusiva, algo que nos convierte en mejores personas y mejores ciudadanos. Pero también nos enseñó a abrazar. Creo que esto es propio de un padre: firmeza para guiar, corregir, orientar y, al mismo tiempo, ternura, compasión, abrazo que da seguridad y contención. Y nos hace mucho bien, sobre todo a los que tenemos responsabilidad sobre otros, no perder nunca de vista esta dimensión profundamente humana. Gobernar sin sensibilidad es crueldad. Hay que ir a buscar al último de la fila. Y creo que Francisco nos marcó un camino en este sentido que queremos continuar.Hace poco más de un mes reinauguramos un centro de inclusión, que lleva su nombre, donde está la parroquia Cristo Obrero, en el barrio de Retiro, y que había creado en 2007 cuando era arzobispo. Hoy está destinado a hombres en situación de alta vulnerabilidad social y con necesidades inmediatas de contención, e incluye el abordaje de problemas de salud mental y consumos problemáticos. Diálogo y abrazo, probablemente nos acerquen al tercer concepto que me parece un resumen del legado inspirador de Francisco. La convivencia pacífica es parte de nuestra identidad, una realidad que siempre tenemos que cuidar, porque la paz es un bien frágil.Mientras el mundo es escenario de guerras y enfrentamientos, acá construimos y defendemos esa convivencia que está hecha de tolerancia y respeto por la diversidad y la diferencia. Y eso nos enriquece a todos, nos hace una ciudad mejor porque acá el que vive o piensa distinto no es un enemigo. Buenos Aires se despide de un porteño común que pasó a ser un líder extraordinario. El padre Jorge fue el mismo Francisco que desde Flores, su barrio, nunca dejó de sentirse unido a esta ciudad. Cuando tuve oportunidad de visitarlo el año pasado, junto a Belén, mi esposa, después de la canonización de Mama Antula, nos dejó un mensaje con el que me gustaría cerrar estas líneas: “Me gustó el concepto de llegar antes. Como escribió́ algún poeta, eso de llegar antes me hace acordar al concepto de madrugar a la aurora. Les diría a los porteños, y a los argentinos en general, que no se dejen madrugar, que lleguen antes. Que no se dejen madrugar por el desánimo, el enojo, por la sensación de que no hay futuro, de que todo está perdido. Hay esperanza”.Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires

Abr 26, 2025 - 05:39
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La ciudad de Francisco

El lunes despertamos con una de esas noticias que nos gustaría no recibir. “Que la vea venir”, había dicho Francisco sobre su propia muerte. Y esa noticia que llegó desde Roma, la ciudad que lo vio morir, entristeció profundamente a esta, nuestra ciudad, que lo vio nacer. Más allá de la fe que profesemos, el legado de Francisco trasciende lo religioso. Fue un hombre común entre nosotros, un porteño más, que se movía en colectivo o en subte, siempre a mano, siempre con la mirada atenta de un pastor que conoce a sus ovejas.

Le tocó un redil muy urbano, con el dinamismo de una metrópoli donde siempre repitió que nadie es descartable, que había que ir a las periferias existenciales y hacer lío para cambiar las cosas. Y acá surge el primer aprendizaje que me gustaría compartir. Ese hacer lío no era gritar ni romper todo. Al contrario, siempre usó y promovió el método del diálogo y la cultura del encuentro. Eso comienza con la escucha, con ponerse en el lugar del otro, con empatizar con todos, pero especialmente con el que piensa distinto, sin buscar convencerlo. Por eso fue un gran impulsor en la ciudad del diálogo interreligioso entre católicos, judíos y musulmanes.

Nos enseñó que la diferencia nos une cuando somos capaces de mirar con una mirada inclusiva, algo que nos convierte en mejores personas y mejores ciudadanos. Pero también nos enseñó a abrazar. Creo que esto es propio de un padre: firmeza para guiar, corregir, orientar y, al mismo tiempo, ternura, compasión, abrazo que da seguridad y contención. Y nos hace mucho bien, sobre todo a los que tenemos responsabilidad sobre otros, no perder nunca de vista esta dimensión profundamente humana. Gobernar sin sensibilidad es crueldad. Hay que ir a buscar al último de la fila. Y creo que Francisco nos marcó un camino en este sentido que queremos continuar.

Hace poco más de un mes reinauguramos un centro de inclusión, que lleva su nombre, donde está la parroquia Cristo Obrero, en el barrio de Retiro, y que había creado en 2007 cuando era arzobispo. Hoy está destinado a hombres en situación de alta vulnerabilidad social y con necesidades inmediatas de contención, e incluye el abordaje de problemas de salud mental y consumos problemáticos. Diálogo y abrazo, probablemente nos acerquen al tercer concepto que me parece un resumen del legado inspirador de Francisco. La convivencia pacífica es parte de nuestra identidad, una realidad que siempre tenemos que cuidar, porque la paz es un bien frágil.

Mientras el mundo es escenario de guerras y enfrentamientos, acá construimos y defendemos esa convivencia que está hecha de tolerancia y respeto por la diversidad y la diferencia. Y eso nos enriquece a todos, nos hace una ciudad mejor porque acá el que vive o piensa distinto no es un enemigo. Buenos Aires se despide de un porteño común que pasó a ser un líder extraordinario. El padre Jorge fue el mismo Francisco que desde Flores, su barrio, nunca dejó de sentirse unido a esta ciudad. Cuando tuve oportunidad de visitarlo el año pasado, junto a Belén, mi esposa, después de la canonización de Mama Antula, nos dejó un mensaje con el que me gustaría cerrar estas líneas: “Me gustó el concepto de llegar antes. Como escribió́ algún poeta, eso de llegar antes me hace acordar al concepto de madrugar a la aurora. Les diría a los porteños, y a los argentinos en general, que no se dejen madrugar, que lleguen antes. Que no se dejen madrugar por el desánimo, el enojo, por la sensación de que no hay futuro, de que todo está perdido. Hay esperanza”.

Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires